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9 de enero de 2015

Música en tiempos de crisis (en Venezuela)

Días en que un músico que crea y comparte canciones como yo, se cuestiona la relevancia y la prioridad de lo que hace. Es un estado de parálisis en el que me veo a mí mismo y a otros colegas en Venezuela porque todos nos encontramos igualmente abrumados por una realidad de la que nadie aquí puede escapar.

Hoy es virtualmente imposible salir de esta tierra de manera espontánea porque las aerolíneas internacionales están peleadas por dinero con el gobierno y redujeron sustancialmente el número de vuelos; y ya no es práctico y rentable para productores de shows en el exterior llevarme a tocar. Además, es común ver anuncios de reembolso de dinero por unas pocas entradas a espectáculos que no logran atraer público y se cancelan o posponen, no porque la gente no quiera ir, sino porque, repito, las prioridades son otras en un país ahogado en inflación y devaluación históricas, y los productores ya no pueden perder más dinero.

23 de marzo de 2013

Por qué un artista no puede ser sindicalista


Hay una contradicción de fondo que desmerita por completo este esfuerzo. Un verdadero artista INDEPENDIENTE (y cualquier profesional similar en cualquier área), nunca, nunca puede ser sindicalista.

Primero, una verdadera independencia económica lograda con esfuerzo y buen manejo de una carrera (en el oficio al que te dediques), no te sumerge en la necesidad de verte protegido por un gobierno, por subsidios, tarifas reguladas, escalas de sueldo, descuentos en hospitales, ayuditas, donaciones, y todo lo que siempre terminan mendigando los sindicatos en Venezuela.

5 de mayo de 2011

Mi fama

Mi simple definición de la fama: Situación en que te conoce gente que no conoces, por una misma acción notable. ¿Anotaste el tanto que salvó el partido de baloncesto y le dio la victoria a tu secundaria? Ahí tienes fama; gente que no te conocía sabe de ti ahora y por el mismo logro. ¿Revisaron las filmaciones de seguridad y te pillaron llevándote las resmas de papel de la oficina? Ahí tienes fama; gente que no te conocía en la compañía ahora sabe de ti y por el mismo desliz.

24 de marzo de 2011

Mis 8 fobias como músico

Un día hablando con una amiga mientras nos tomábamos algo, le conté de un sueño recurrente que tengo:
Salgo de un camerino y subo a un escenario, en cuyo centro me espera un teclado para iniciar un concierto. Hay mucha gente frente a mí en penumbra y el sonido reverberado de unos aplausos. Enseguida golpeo el primer acorde en las teclas y... nada. No suena; no se escucha música; en toda la sala nada más se oye el sonido del plástico recibiendo dedazos. En otra variación del mismo sueño, al llegar al instrumento, descubro que sólo es una tabla de madera con teclas dibujadas que, por supuesto, tampoco producen melodía por más que les doy.
Después de contarle a mi amiga y recibir las carcajadas con el consejo de verme con un psicólogo, le dije que escribiría algún día sobre las ansiedades y fobias que sufro en mi carrera.

15 de noviembre de 2010

De cuando defendí a Ilan Chester en la TV

El pasado 11 de noviembre, Ilan Chester se ganó un Grammy en Las Vegas y ello me emocionó por la asociación que puedo hacer de la noticia con recuerdos en mi memoria. Un día después, alguien compartió conmigo un especial video que terminó siendo el último empujoncito necesario para lanzarme definitivamente a escribir sobre Ilan (algo que tenía pendiente desde hace tiempo; el video está más abajo).

Como muchísimos venezolanos, me percaté de la existencia de este cantautor a principios de los 80, cuando su Canto al Ávila me cautivó. Siendo yo un adolescente que se iniciaba como compositor y tecladista, descubrir que en mi ciudad alguien hacía lo que yo soñaba hacer a ese nivel, fue inspirador. Franco De Vita comenzaba su auge también y tenía su nosequé; Aditus, con George Henríquez en las teclas, me contagiaba; pero yo me identificaba con Ilan. Su voz era simplemente la más expresiva, versátil y mejor controlada de todas; sus arreglos giraban en torno a su trabajo en el piano y los sintetizadores, con un lenguaje de pop, jazz, rock, blues y ritmos latinos, muy balanceado, muy elegante, muy bien pensado, muy digerible. Me sonaba a Billy Joel, a Toto, a Elton John; y era hecho en mi país en un momento en que yo necesitaba un modelo a seguir que fuera más local.

Y mi admiración nació. Ilan se volvió algo así como el maestro a igualar. A él lo comenzaron a llamar "el músico de Venezuela", y así lo veía yo. No era el fan común; era el novato que reconocía talentos que deseaba desarrollar.

Los años pasaron y fui caminando los kilómetros de mi propia carrera. Grabé mi primer disco y al poco tiempo nos cruzamos. Fue en 1994, en un estudio de ensayo; yo con mis músicos en una sala; él con los suyos en la de al lado. Y sentí la necesidad de rendir el tributo, de expresar gratitud por la inspiración; así que le escribí algo en el librito de un CD mío y me le acerqué en el lobby la siguiente vez que coincidimos en el lugar.

No recuerdo qué le dije, pero sí tengo grabada la imagen de cuando nos dimos la mano, de la expresión en su rostro cuando le di el disco. Creo que simplemente le manifesté que lo tenía en alta estima y que ese regalo era lo mejor de mí que podía darle en agradecimiento. ¿Cuál había sido luego el destino final de mis canciones? ¿Las habría escuchado? ¿Se le habrían perdido? Si llegó a escucharlas, ¿le gustaron? Ni idea, y no importaba; yo quería el acto simbólico y quedé satisfecho.

Luego en el 96, Ilan dio sus conciertos de "despedida", una jugada que se mercadeó de una manera ambigua y que hasta el día de hoy se sigue recordando, puesto que, obviamente, él nunca se retiró como músico. Yo fui a uno de esos shows, que es otro de mis recuerdos gratos porque fue el preámbulo de una noche notablemente romántica para mí ;)

Pero yo sí entendí lo que pasó. Chester no se despedía de los escenarios ni se estaba jubilando. Como de hecho fue, se estaba retirando de la disquera que lo tenía contratado y se declaraba oficialmente un artista independiente, sin ataduras; una decisión valiente. Era otra coincidencia con mi situación. Yo estaba entrando en esa etapa de completa decepción, frustración y estancamiento, porque mi sello discográfico se volvía un caos y la posibilidad de firmar con otro que me diera libertad plena de hacer lo que yo quisiera musicalmente, se había vuelto utópica. Mi independencia era inminente.

Y la independencia de Ilan comenzaba a dar frutos. Para el 97, su valentía lo había llevado a versionar el himno nacional de Venezuela como una balada pop, la más hermosa y sensible interpretación de ese símbolo patrio que he escuchado en mi vida. La sencillez de su voz y su piano, y el sentimiento en la ejecución volvió nuestro canto patriótico algo más personal con lo que era más fácil identificarse. Pueden escucharlo en el video; aquí está.



Ya no era el arreglo coral y orquestal cansón y quemado que nos obligaban a oír antes de comenzar clases en la escuela. Esa nueva versión fresca y emotiva me tocaba más directamente la fibra de venezolano y me recordaba el osado acto que había realizado Jimi Hendrix unos 30 años antes, cuando el himno de Estados Unidos vibró en su guitarra eléctrica ante el público de Woodstock.

El de Ilan era un atrevimiento que causó polémica. Fue cuando una alumna de piano que yo tenía entonces me dijo: "Me invitaron a la TV para discutir sobre si está bien que el himno nacional sea interpretado como a la gente le dé la gana. ¿Quieres acompañarme?"

El programa era el famoso A Puerta Cerrada que conducía la periodista Marietta Santana en Radio Caracas Televisión; y allí me vi entre puristas y vanguardistas, músicos y académicos. No recuerdo tampoco mis palabras exactas ese día, pero obviamente fue un argumento en contra de la posición tradicionalista de un profesor del conservatorio de música en el que yo había estudiado; en apoyo a una grabación que, lejos de irrespetar, enaltecía; en apoyo a la personalización, a la libre expresión, a la validación de una particular muestra de nacionalismo cuya melodía, por cierto, era la misma de la canción de cuna que solía escuchar de pequeño.

Duérmete mi niño
que tengo que hacer...

Justo en esos meses conocí de la nada a Harry Lerner, un melómano que buscaba quien le enseñara a su hijo adolescente a usar su nuevo sintetizador, una tarea que asumí con placer porque se trataba de un muchacho con un gran talento (hablo de Salomón Lerner, director musical del reciente montaje de Jesucristo Superestrella en Venezuela; así de bueno resultó). Y en una de esas tertulias musicales que solía tener con él, Harry me dice que estudió con Ilan en el colegio y me cuenta lo cerca que vivió sus inicios. Yo, por supuesto, le cuento que lo admiro y blablablá, y entonces él me lanza la perla: "¿En serio? Los voy a invitar a él y a ti a cenar en casa para que lo conozcas mejor".

Y así pasó. Esa noche Ilan Chester y yo fuimos, por igual y en el mismo sitio, invitados especiales de una velada. Para mí, fue dimensionar al personaje y completar el modelo inspirador. En el estar, antes de comer, al lado de su esposa de entonces y de sus hijos, me dio una razón reveladora y muy bien fundamentada de su vegetarianismo; y conversando de otras cosas, entendí más su peculiar arrogancia y seguridad en sí mismo.

En la mesa, surgió lo del programa de TV y sus comentarios lo sellaron todo. A él no le importaba lo que los demás dijeran; su espíritu era libre; su fe en lo que hacía era indestructible; y yo terminé de convecerme. Me declaré artista independiente para siempre. Ya no importaba radio, ni TV, ni disqueras, ni controles. A hacer música como quisiera sin rendir cuentas.

Luego de cenar, subimos a la habitación de Salomón y los tres tocamos algo en su sintetizador. No nos pusimos a cantar ni nada así; fue sólo una especie de intercambio de opiniones sobre la peculiaridad tecnológica del aparato. Cuando le mencioné el episodio de mi disco como regalo, me dijo que lo recordaba ¡y que le había gustado! Y eso es lo último que me queda de esa ocasión. Más nunca lo vi en persona; más nunca coincidimos.

Todo eso pensé fugazmente cuando supe que había ganado el Grammy. Me emocioné también porque es un artista independiente obteniendo un premio que tradicionalmente se lleva gente de megadisqueras que suena en la radio hasta la locura. Era un reconocimiento merecido desde hace tiempo, y aquí lo celebro en mi rincón personal, desde mi óptica. Gracias de nuevo, Ilan.
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Notas relacionadas:

22 de septiembre de 2010

4 cosas que me digo para curarme la vanidad de artista

Llamar la atención es algo inevitable e inherente de mi trabajo (también algo incómodo para mí), pues desde hace unos siglos crear música se ha vuelto una labor egocéntrica, que involucra una competencia por ser el objeto del deseo de un público que nos quiera en escena, nos busque en prensa, nos quiera en retrato, nos dé su aceptación (su dinero, si prefieren el eufemismo).

Arte y artista son inseparables, pero en una era en la que todo parece seguir principios de mercadotecnia, es fácil llegar a un desequilibrio. Muchas veces parece que lo más importante es la persona y no lo que ella crea; la marca y no el producto. Es común ver acentuada la personalidad y no la canción; el ruido y no la música; incluso el escenario y no el auditorio.

Compartir algún talento especial puede inspirar admiración y provocar lenta o súbitamente lo que llaman fama. Y ser admirado y/o famoso puede alimentar la autoestima (aunque muchas veces provoca el efecto contrario).

Pero cuando un fenómeno así nos agarra sin control, podemos sucumbir a la vanidad, algo que puede iniciar un proceso de autodestrucción si un artista no lo supera.

Lo he vivido. Me ha llegado el halago escrito en una servilleta al tocar en un bar; me ha saltado encima la jovencita para besarme al bajar de un escenario; he visto mi foto en periódicos; he recibido la felicitación a diario; me han pedido el autógrafo; he sentido el aplauso; he visto las sonrisas cuando aparezco; he escuchado cosas que me honran en lo más profundo. Independientemente de la calidad de lo que hago, conocidos y extraños me han hecho sentir como un Beatle.

Y he sucumbido a veces. Cuando notas que te quieren ver y oír, cuando te satisface esa atención que te hace sentir deseado y querido, sin darte cuenta, buscas que la rueda no se detenga y terminas más bien atravesándote donde sea para que te den lo que antes te daban sin pedirlo. Es cuando el rechazo o la posibilidad de que te ignoren se vuelve intolerable. ¿Cómo se atreven a ignorarte si eres tan especial?

Entonces corres el riesgo de empezar a crear cosas con la intención de atraer y recibir, no de dar; y cuando un artista deja de dar como un acto genuino y sincero, empieza a desvanecerse.

Desde que retomé mi rol como solista hace dos años, y ahora promoviendo un nuevo disco, más y más gente se me acerca y me da aquello que hace cosquillas a mi vanidad. Y también he visto de cerca lo que es la decepción por causa de divismo, y la execración por causa de engreimiento.

Por eso trato de actuar en sintonía con algunos principios que me repito a diario para mantenerme ubicado entre todo el caos que involucra mi trabajo. Y esto es lo que me digo:

1. Soy un medio, no un fin. Canto mis experiencias y creencias, y estas son muy parecidas a las de otras personas que quizás quieren expresarlas como yo lo hago. Me escuchan porque se expresan a través de mí, no porque canto yo.

2. Soy otro más. La música existía antes de mí y otros artistas vendrán después de mi partida. Un millón de canciones se publican cada año. Cuando no escuchan las mías, escuchan las de otro compositor que tiene también el don de expresar y hacer sentir. Hay otros cantantes que inspiran. Hay otros instrumentistas que conmueven. Soy parte de una comunidad, no un competidor.

3. Aún me queda mucho por aprender. No lo sé todo y no puedo actuar como si así fuera. Admito mi ignorancia porque así inicio mi aprendizaje. Puedo ser digno de admiración, pero también reconozco y admiro a quien hace lo que yo no puedo, a quien hace cosas que me motivan a crecer.

4. Soy terrestre, no celestial. Aunque puedo hacer milagros (en el sentido más amplio del término), no soy un dios y no soy una estrella. También como y duermo; también río y lloro; también pago cuentas. Soy pariente y amigo, padre y amante, un ser con privacidad y también un ciudadano. Veo TV y voy a una tienda si necesito algo. Soy común; soy como todo el mundo. Simplemente tengo un talento en particular que me sube a una tarima, pero no soy más que nadie.
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Notas relacionadas:

19 de julio de 2010

5 decepciones y 5 ilusiones como músico

Decepciones

1. No importa el talento que tengas o del que adolezcas; no importa si tienes algo importante que transmitir; ni importa si te mueve el motivo más genuino y loable para crear música; si quieres sonar en radio, tarde o temprano tendrás que pagar.

2. No importa si tienes décadas creando música en estudios y en escenarios; no importa con cuáles celebridades hayas compartido tarima; ni importa si tu arte es especial; si no has puesto un disco en una tienda, no eres digno de muchas cosas.

3. No importa si vendes una sola copia de tu disco, ni importa si sólo vendes cinco mp3s en iTunes al año; si no vendes algo, no eres nadie.

4. Si no eres mediático, no eres una estrella. Si no eres una estrella, no eres inalcanzable. Si no eres inalcanzable, no vales dinero.

5. Para que empiecen a apreciarte, tienes que menospreciarte.

Ilusiones

1. Que el público no tenga que pagar más por la música grabada.

2. Que los músicos estén más conscientes de su rol social y menos pendientes de su unicidad y/o magnitud cósmica.

3. Que el concepto de regalías desaparezca de toda ley de derechos de autor.

4. Que en la radio renazcan DJs con espíritu vanguardista y criterio independiente.

5. Que la piratería sea permisible.
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Notas relacionadas:

10 de diciembre de 2009

Feliz vida nueva (versión Neil Peart)

Octubre 11, 2002. West Palm Beach, Florida. A poca distancia de la entrada al anfiteatro, estaba el enorme quiosco de merchandising. "Rush / Vapour Trails Tour" se podía leer por doquier, y lo que enseguida me hizo salivar -si se puede decir- fue ver en venta los libros de Neil Peart. Increíble. Los quería, y ahí estaban.

Mientras compraba los libros añorados, el librito de la gira, tres gorras, dos juegos de pins, un afiche y dos camisetas, sentí la presión de justificarle a una pareja que me veía lo que parecía la conducta de un fan obsesivo:

luiser: I'm coming from Venezuela just for this. My first Rush show, guys!
Guys: Oh... (Whatever...)

En ese momento me sentía como un niño de 5 años en Disney World por primera vez, o como un fan del Barça en Nou Camp. La emoción era fuerte, aunque suene cursi. Durante veinte años había crecido escuchando la música de esa banda y verla en vivo era algo que tenía que hacer algún día. Y mi entusiasmo adolescente estaba sumado a una felicidad colectiva que en esa ocasión, sin duda, era por una celebración; y les cuento por qué.

Neil Peart es quizás el músico que más admiro, no sólo por ser uno de los bateristas más versátiles, influyentes e impresionantes del mundo (es más que opinión personal; pregunten a cualquier baterista); sino por haber estado siempre a cargo de componer las letras del repertorio de Rush, un verdadero compendio de los versos más genialmente balanceados en términos de composición, introspección, sabiduría, emotividad y universalidad; y por ser un escritor (un anhelo mío) que ha dejado en prosa, por ejemplo, lo vivido durante su viaje en bicicleta a través de Camerún (también admirable).

La otra razón de mi admiración es una lección de vida.

En 1997, tras terminar una exitosa gira, en la cúspide de su carrera, en una noche de descanso, la policía llega a casa de Peart. Minutos después, él y su esposa reciben la noticia de que su única hija, de 18 años, acababa de morir en un accidente de tránsito. Primer golpe.

Diez meses más tarde, en profundo luto, la esposa de Peart, víctima de una de esas depresiones que enferman, sucumbe al cáncer. El músico pierde a su compañera de vida. Segundo golpe.

Dada la fama, las tragedias fueron noticia en los medios, no como chisme de tabloide en realidad, sino como la reseña solidaria y preocupada de una gran comunidad de seguidores y periodistas especializados que siempre han visto al artista con mucho respeto. Los otros músicos de la banda dijeron lo esperado y oportuno de quienes son principalmente buenos amigos antes que compañeros de trabajo: "Rush nunca será tan importante como el dolor que necesita superar un ser querido". Y el grupo quedó en el limbo.

Y yo sentí esa rara tristeza que muchos otros fans también sintieron. Seguramente ya no habría más de esas canciones tan únicas, pero esa inminente falta no era lo que acongojaba en verdad. Era imaginar caído a alguien que nos brindaba emoción, inspiración, el consuelo a través de estrofas con las que nos identificábamos, la profesionalidad que algunos queríamos imitar. Si han sido fans de alguien por años, entenderán lo que se siente ser contraparte en esa especie de amistad platónica. Tercer golpe.

Como ya saben, Peart se recobró a los pocos años y Rush grabó un nuevo disco y salió de gira. Días después, ahí estábamos en el anfiteatro, esperando al amigo que había perdido a su familia, para celebrar su regreso y la vida que continúa. Para muchos en el lugar, era el segundo, tercer, cuarto show de la banda. Para mí, era la primera oportunidad de transmitir más de cerca la admiración y la gratitud por la inspiración. Al sonar el primer acorde, vi mucha gente llorar.

Pero ese no es el verdadero final feliz. Aunque no lo crean, uno de los libros que compré ese día lo comencé a leer hace un par de meses, y ha sido algo esperanzador y sumamente oportuno para mí. En Ghost Rider, Neil Peart detalla sus tragedias y narra el momento cuando les dice a sus compañeros de banda, "Considérenme retirado". Luego, agobiado por estar en una casa con tantos recuerdos que herían, decidió seguir la sugerencia que su esposa le había dado cuando él le dijo, recién fallecida su hija, que no sabría qué hacer si ella también moría.

Yo sé qué harás. Te subirás a tu moto y te irás sin rumbo fijo para no volver.

Lo que sigue es la bitácora de un hombre que llora a los dos seres que más había amado, solo, de motel en motel, atravesando Canadá, Estados Unidos y México, ida y vuelta, en búsqueda de una sanación a su espíritu, de la reconciliación de sentimientos negativos que lo estaban consumiendo. Apenas he leído la tercera parte del libro, casi que con la lentitud de su odisea, y me ha maravillado entrar en la mente de una persona con el coraje necesario para superar un trauma similar.

Y la mejor conclusión de esa historia no es la que aún no he leído, ni es el hecho de que vi a un músico feliz y renovado en Florida aquella noche. Lo más hermoso que recompensa esa fortaleza de carácter lo descubrí por casualidad como una noticia en el website de Peart cuando, a los días de iniciar mi lectura, sentí curiosidad por saber en qué andaba.

En agosto pasado, su nueva esposa, a quien conoció durante ese viaje paliativo, le dio una hija.
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8 de diciembre de 2009

Feliz vida nueva

Diciembre 31, 2008. Se acercaba la medianoche y el inicio de otro calendario. Podía imaginar lo que pensaba mucha gente. El instante en que todo el mundo quiere cambiar. El instante en que muchos se prometen algo fabuloso. Los minutos de amor y esperanza. Cohetes al cielo. Nube de pólvora. La energía de un rito anual que refuerza el reinicio.

Porque me tocó y porque así lo quise, yo me encontraba solo en casa, en pijama y en silencio, viviendo la ceremonia. Al dar las doce, hice pausa en un diseño que boceteaba para mi website y me asomé al balcón. Unas lágrimas, un beso a distancia a mi hijo a través del Atlántico, y una sonrisa porque podía ver que era real la diferencia. No me prometía cosas nuevas; ya las estaba viviendo.

Una noche de purificación que jamás olvidaré.

Hace unos años inicié un cambio radical de mi vida. Ahora son distintos mis paradigmas, mis creencias, mi fe en mí mismo, mi imagen de mí mismo, mi imagen de los demás, mi visión del sitio en donde estoy y del lugar adonde quiero ir. Ha cambiado lo que dejo entrar en cuerpo y mente. Han cambiado mis ritmos, mis rutinas, mis costumbres, mis manías, mis defectos, mis capacidades, mis promesas. Pasé de productor anónimo a ser escuchado y leído por miles de personas en el mundo. La mayor parte de la gente con la que estoy en contacto ahora es más desconocida y, aun así, más cercana. He desechado lo inútil, material e inmaterial; y he conocido lo que se siente cuando no se tiene nada. Me he alejado de quienes sólo toman y no dan; y he terminado relaciones tras descubrir que no puedo ofrecer ni recibir más nada bueno. Además, me he aislado en casa o en lugares muy remotos para meditar y vivir a plenitud la metamorfosis.

Un buen día, concluí sobre mí mismo algo que canta Paul McCartney en Yesterday: que ya yo no era ni la mitad del hombre que solía ser. Me había encogido. Lejos de crecer y evolucionar, estaba en realidad en paso retrógrado. En mi afán por tener más control de todo, había perdido el control de mí mismo y ya no era mi propio dueño. Mi guitarra quedó arrinconada y el escribir y grabar nuevas canciones era una tarea de menor prioridad en la agenda. La música que llegaba a hacer era de los demás. Los proyectos eran de otros. Los sueños que ayudaba a realizar eran ajenos. El miedo al fracaso que siempre había querido evitar les había quitado relevancia a mis anhelos. Había perdido la fe en mi desarrollo como artista y me había resignado a no sentirme realizado como quería. Ya no sabía quién era ni para qué estaba aquí. Lo bueno es que todo era más cómodo.

Pero la frustración y la insatisfacción me oscurecieron el carácter, afectaron mi manera de ser y me volvieron un Grinch; y había algo que me robaba toda posibilidad de mejorar:

el remordimiento

No quería seguir siendo responsable de la infelicidad que podía causar mi infelicidad; sin embargo, si quería cambiar todo de raíz y hacer lo que yo deseaba, debía estar consciente de la manera en que ello seguramente afectaría a la gente más directa y cotidianamente relacionada conmigo:

mi familia

Porque mi transformación requería sincerar muchas cosas, renunciar a muchas otras, y pasar por todo eso que menciono arriba y que la mayoría puede tildar de egoísta. Mi renovación implicaba un reajuste de responsabilidades, la amenaza del fracaso financiero y de la decepción en otros, lo abrumador que puede ser un nuevo comienzo con incertidumbre, las noches de soledad e insomnio, y el agobio que traen esos momentos de debilidad cuando quieres dejar todo como estaba antes.

Y la culpa que causa el remordimiento puede ocasionar algo más:

el autocastigo

Porque algunos hemos crecido pensando que es condenable ser individualistas y atender sólo lo propio, y esos pensamientos acosan y atentan. Se supone que no debemos hacer "lo que nos dé la gana" porque, de alguna manera, terminamos siendo "desconsiderados". Son ideas que entonces revierten en privaciones: una especie de pena para quien puede terminar creyendo que no merece nada por hacer algo repudiable. También pasé por eso. Dejé de ver a mis amigos, de comer mis galletas favoritas y de hacer cualquier cosa que pudiera significar disfrute; no sólo porque había prioridades más urgentes, sino porque la carencia parecía ser la única compensación a la manera en que yo sentía faltarles a los demás.

Los sacrificios no han sido en vano, pues ahora me he reconciliado conmigo mismo. Me siento más completo y en paz con mi vida, y ello me ayuda a ser mejor padre, mejor familia, mejor amigo, mejor profesional. Ahora sí veo que crezco y todo me va fluyendo de nuevo. Mi energía es otra y puedo verla reflejada en lo que hago con pasión y en el efecto positivo que eso causa en los demás.

Los cambios radicales aterran, sin duda. Tomen por ejemplo al adicto que teme la rehabilitación. Sabe que el síndrome de abstinencia lo puede matar. O a quien pierde de repente a la persona de la que depende. Yo, sin embargo, no temía en realidad. Siempre tuve fe en que lograría acercarme a lo que quiero ser, y siempre estuve dispuesto a soportar lo necesario. Sólo era la culpa mi freno. y esto sólo podía tener un remedio:

el perdón

Nadie desea cambiar para ser o estar peor, sino para todo lo contrario. Todos queremos sentirnos más a gusto, y ello jamás será pecado si nuestra intención no es afectar a los demás. Pero sí podemos afectarlos aun sin quererlo, y hay algo que puede ayudar a sobrellevar esta consecuencia:

el compromiso

a asumir
a desechar
a limpiarse
a vivir la incomodidad
a soportar
a ayudar
a avanzar
a lograrlo
a tener éxito
a ser feliz
a devolver esa felicidad
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29 de octubre de 2009

De cuando Claudio Corsi me llevó a Viña del Mar

Entre mis talentosos amigos, hay varios que siempre me hacen sentir sana envidia cuando los escucho cantar; por la expresividad, el rango y el perfecto control que tienen de sus instrumentos vocales; y por la afortunada coincidencia de ser también geniales compositores con profunda sensibilidad.

Uno de ellos es el venezolano Claudio Corsi, un gigante carismático con la humildad y el tesón que contagian. Con él tuve la fortuna de compartir instantes en tarima y en estudio, y con él viví la impresión que me causó alcanzar un Si con mi maleducada voz en una clase de canto que tomábamos en casa de Janice Williams (por cierto, esa nota no me ha salido más).

Pero la experiencia más trascendental de mi historia común con Claudio la tuve cuando sus dones de intérprete y compositor lo hicieron merecedor de representar a Venezuela en el Festival de Viña del Mar en 1996. Me refiero a la competencia internacional de canción y canto que forma parte del evento y que se ha vuelto una especie extinta en las transmisiones televisivas que salen de la famosa localidad chilena.

Pocos en mi país saben o se acuerdan de eso, pero así fue. Claudio presentó Vida, la hermosa canción que compuso junto a Ángelo Sebastiano; y los músicos del festival lo acompañaron con el único arreglo orquestal que he hecho en mi vida (hablando de vida).

A los arreglistas no los invitaron a asistir, pero ahí estuve con mi admirado amigo, a través de notas musicales dejadas por mí en partituras que leyeron personas desconocidas en una ciudad lejana, en vivo ante miles de oídos desconocidos; ahí estuve porque mi pensamiento acompañaba el de muchos otros que querían ver apreciada en otras latitudes la musicalidad de alguien que merece reconocimiento.

Claudio no ganó.
No se dijo mayor cosa en Venezuela.
Claudio siguió trabajando.
Claudio se fue de Venezuela.
A Claudio lo extrañamos muchos.

De repente grabó uno de los discos más impecables que he escuchado, y gente en otro país nominó a Claudio a un Grammy Latino como mejor nuevo artista.

Al saberlo, lloré de emoción, no por el premio potencial ni por el cambio de curso que ello implica para muchos artistas, sino porque recordé cuando grabábamos en su casa entre sueños e ideales, y porque no estaba cerca para el abrazo de felicitación. La entrega será el próximo 5 de noviembre y no sé si ganará; pero ahí estaré con él en Las Vegas, otra vez como alma polizona, orgullosa y solidaria.


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16 de septiembre de 2009

Los comienzos sin final

Hace un par de días mi hijo comenzó a ir a la escuela y recordé cuando tiempo atrás quería caminar y me alzaba sus brazos para que yo le sirviera de apoyo. Anteayer me los alzó de nuevo porque quería que lo cargara y lo sacara de allí. No quería entrar a conocer maestra; no quería entrar a jugar aunque yo le hubiera prometido que eso haría. Era otra primera vez que lo aterraba, pero con suavidad le bajé los bracitos y le dije "Anda, ve a jugar y a aprender cosas nuevas con los niños, y luego me enseñas a mí". Lo que quería decirle era "Hijo, comienza".

¡Qué fácil es decirle a otro que comience!, sobre todo si es un niño pequeño que no argumenta excusas. Qué difícil es iniciar algo de adulto cuando eso que empezamos sólo depende de nosotros mismos. Siempre hay algo que atenta contra nuestro propósito de comenzar a pesar de que nada es en realidad capaz de detenernos. Siempre hay algo interno que nos traiciona con esos pensamientos saboteadores: "mejor espero", "cuando tenga plata", "cuando tenga más tiempo". Por eso me encanta el personaje de Forrest Gump, y quizás en estos días me siento como él en esa escena en que despide a su pequeño antes de subir éste al autobús escolar por primera vez en su vida.

La gran mayoría de nuestros comienzos tienen un final díficil de pronosticar con exactitud. Al iniciar la escuela, no sabemos si seremos biólogos, directores técnicos de una selección de fútbol, diseñadores o desertores escolares. Al comenzar con un nuevo empleo, no sabemos con exactitud cuánto duraremos en él, ni sabemos si será realmente la puerta que se abra a otras mejores oportunidades o la puerta que se cierre y nos aísle del avance. Igualmente, cuán impredecible puede ser una relación de pareja que nace.

Podemos tener un objetivo y a diario imaginarnos su logro como una manera de motivarnos, podemos aplicar los métodos que otros han probado para conseguir nuestras metas, podemos tener el conocimiento y el carácter necesarios; y descubrir luego que no es lo que esperábamos, que ya no es lo que queremos, que las maneras eran erradas, que una mala decisión nos cambió el curso, o que algo mucho más provechoso nos llegó sin preverlo. Hay una mínima dosis de caos que nos lo hace todo, si bien interesante, difícil de controlar a plenitud también.

Y los adultos queremos tener control de todo. Se supone que debemos tenerlo. Nos preparamos para evitar el azar, para comenzar en A y llegar a B siguiendo la línea más recta posible.

Pero los niños pequeños no piensan en llegar a B. Ni siquiera saben que están en A y no saben que están comenzando. Su pasado es breve y su futuro se limita a presentir la consecuencia inmediata de lo que en este momento están haciendo. Sin embargo, cada día es un inicio, una primera vez, una sorpresa, un descubrimiento, un paso más hacia B, hacia K, hacia P, hacia algún punto porque todos son posibles y no hay por qué pensar que alguno será malo.

Con esa ingenuidad de infante en kindergarden comencé a escribir este blog hace exactamente un año. Aunque mi motivación era clara, no pensé en continuidad ni en meta. No sabía si sería una actividad persistente ni sabía en qué iría a terminar mi propósito. Ni siquiera sabía que era el comienzo de algo que no veía. Ahora me he puesto a compilar todas estas notas en un gran archivo de texto para luego compartirlo como un e-book, y es sorprendente para mí que ya esté rondando las 200 páginas. Sin saberlo, hace un año empecé a escribir el libro que por muchísimo tiempo quise realizar. Increíble. Ahora me siento muy agradecido con quienes me han estado leyendo por ser esos expectadores omnipresentes que también motivan al artista en mí. He confirmado que, como bien dice una canción que me gusta mucho, "la finalidad de partir no es llegar".

Por supuesto, lo importante es que queramos partir y partamos; lo importante es que queramos comenzar y comencemos, aunque el final sea incierto.

(Dedicado a Dayana y a Chucho)
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17 de agosto de 2009

El artruista (o el artista que es altruista)

La mayoría de quienes creamos arte pasamos por una primera etapa del más puro egoísmo, cuando sólo nos importan lo que nos pasa, lo que necesitamos aprender, lo que queremos tener, lo que queremos expresar como experiencias y opiniones únicamente personales. Es la fase en la que somos ególatras y egocéntricos, y el período en que se vuelve obsesión el que nos valoren. Queremos ser mejor que los demás y medimos nuestra valía según nuestra fama y según la gente con la que nos codeamos. Creemos que nuestros talentos, nuestras obras y nuestro esfuerzo nos hacen merecedores de mucho, de la completa atención hacia todo lo que se nos ocurra hacer, del apoyo incondicional, del reconocimiento a través del premio que confirma, del tributo halagador. Es cuando nos parece casi condenable con horca cualquier acto de plagio o piratería y despreciamos al irrespetuoso que nos pida algo gratis. O, por otra parte, es cuando creamos sólo por amor al arte sin importar si nos ganamos el sustento o no, para luego aislarnos en un reducido círculo de amigos que nos aprecian la obra, con la idea de que, si alguien llega a interesarse en nosotros como artistas, ¡que nos busque!; eso sí, sin pretender cambiar nada en nosotros.

Pero luego, en el momento más impredecible, entramos (¡ojalá!) en una segunda etapa, justo cuando entendemos que nuestros dones y lo que hacemos con ellos no son fin sino medios; son aquello que usamos para cumplir una misión de vida que ya concientizamos. Vemos que la expresión, el placer, el entretenimiento, la reflexión, ya no son únicamente nuestros; son también de quienes nos siguen, gente que en realidad llega a admirarnos no por lo que somos, sino por lo que provocamos dentro de ella. Comprendemos que nuestro arte puede inspirar, abrir mentes, construir puentes, iniciar ideas, innovar, promover, mejorar, conmover, difundir cultura, enseñar, comunicar. Ahora nos enfocamos más en los demás y en sus necesidades, no únicamente en las nuestras. Caemos en cuenta de que incluso contribuimos a la economía local --o mundial-- con la creación de obras que ponen en movimiento industrias de todo tipo; y no nos sentimos indignos al recibir compensación por un trabajo que es, por naturaleza, tan servicial y social como el de un maestro o un bombero; ni menospreciables o paranoicos por regalar productos de nuestra inspiración. Podemos ser voceros y llamar la atención hacia obras benéficas, creencias religiosas, posiciones políticas, el bien común. Podemos ayudar a sanar el espíritu de incluso a quien desconocemos. Podemos trascender, si no en tiempo, al menos en espacio. Podemos ser útiles.

Está claro que hacer arte puede volvernos poderosos, y todo poder exige responsabilidad, demanda un buen uso. Para utilizar nuestro talento de la mejor forma y evitar desperdiciarlo, hemos de manifestar algo de altruismo.

Y tú, ¿ya eres artruista?
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Notas relacionadas:


17 de junio de 2009

Las notas

Mis motivaciones
- Ibuprofeno para el corazón
- Mi rison-guay
- Vuela por él
- Las canciones raras en mi vida: "Dreamer" de Supertramp
- Sin dinero da miedo, ¿verdad?
- Diez claves para el éxito de un músico (primera parte)
- Diez claves para el éxito de un músico (segunda parte)
- Róbame las canciones
- De cuando Trina Medina me echaba salsa encima
- De alante pa'trás
- El entusiasmo que revitaliza
- El sufrimiento positivo
- Son diez mil
- Se buscan superhéroes
- Luiser ya es trío
- 25 citas que me motivan como músico
- La nota sube a 3
- Los 7 hábitos del artista altamente ineficiente
- Don't Stop 'til You Get Enough
- 15 reflexiones para hacer música sin límites
- El artruista (o el artista que es altruista)
- 70 profesionales de la música dan sus consejos (1)
- 70 profesionales de la música dan sus consejos (2)
- 70 profesionales de la música dan sus consejos (3)
- De cuando el jurado de Latin American Idol me invitó a cenar
- Los comienzos sin final
- De cuando Claudio Corsi me llevó a Viña del Mar
- El camino y la evolución
- Oportunidad
- Mi 2009 en 38 tweets
- Borroso
- De cuando Jon Lord me hizo crecer
- La nota sube a 4
- Luiser ya es cuarteto
- Mis 17 razones para caminar la calle con un nuevo CD
- De cuando le canté "Diferentes memorias" a Ricardo Montaner
- 4 cosas que me digo para curarme la vanidad de artista
- De cuando defendí a Ilan Chester en la TV
- Ayuda Pana
- Mi 2010 en 30 tweets
- Me quedan 112 canciones de vida
- De cuando canté con Jon Anderson
- El primer libro de mi saga
- Luiser en 1994 (o la foto en una entrevista)
- El artista que olvida su rebeldía
- Mis 8 fobias como músico
- De cuando Henrique Lazo me llevó al cine
- Canciones raras en mi vida: I've Got You Under My Skin de The Four Seasons
- Mi fama
- De cuando hice música para Dios con Víctor Drija y su familia
- Canciones raras en mi vida: Goodbye Yellow Brick Road de Elton John
- 6 reflexiones para el músico que quiere renunciar
- Epifanía en una sala de urgencias
- Mi 2011 en 50 tweets
- Las canciones en mi iPod (1)
- El himno a juro
- De cuando Guillermo Dávila se afeitó en mi baño
- 48 horas como músico de Guillermo Dávila (Parte Uno)
- De cuando grabé una canción viendo a Nicolás Maduro
- 48 horas como músico de Guillermo Dávila (Parte Dos)
- La maldición de pensar en premios
- Las 5 canciones más hermosas de Peter Gabriel (Mercy Street)
- Las 5 canciones más hermosas de Peter Gabriel (Don't Give Up)
- Las 5 canciones más hermosas de Peter Gabriel (Blood of Eden)
- Las 5 canciones más hermosas de Peter Gabriel (Father, Son)
- Mi 2013 en 893 fotos
- Mi 2012/2013 en 44 tweets
- De cuando compartí despecho con Karina
- Los 7 de mi hijo (o por qué lucho por mi país)
- Catch the Rainbow
- De cuando entré a un estudio de grabación por primera vez
- De cuando salí de gira con Santa Claus
- Mi 2014 en 532 fotos
- Mi 2014 en 56 tweets
- Música en tiempos de crisis (en Venezuela)
- Un ídolo es para siempre (Episodio 1)
- Un ídolo es para siempre (Episodio 2)
- Un ídolo es para siempre (Episodio 3)
Canciones raras en mi vida: I Got My Mind Made Up de Instant Funk
- Un ídolo es para siempre (Episodio Final)
- Cuando quieras trascender
- Mi 2015 en 115 tweets (1)
- Mi 2015 en 115 tweets (2)
- Mi 2015 en 115 tweets (3)
- Mi 2015 en 439 fotos
- Mi 2016 en 101 tweets
- luiser en Instagram: Septiembre 2017
- luiser en Instagram: Octubre 2017

Mi música
- Grito y silencio: La idea
- El susto en el baño
- Cierra la boca y grita, así duela
- Déjame en paz (Episodio 1)
- Déjame en paz (Episodio 2)
- Si no estás (Episodio 1)
- De cuando Carlos Jaeger me hizo cantar jazz
- La más básica relación de amor de un músico
- Nueva canción: Contacto
- Viviendo en el cielo
- Déjame en paz (Episodio 3)
- Déjame en paz (Episodio Final)
- Nueva canción: Como siempre
- Mi nuevo disco: Pasado Mañana (o cómo un músico se vuelve ambulante)
- Si no estás (Episodio 2)
- Todo o nada (Episodio 1)
- Todo o nada (Episodio Final)
- Celebración (Episodio 1)
- Un regalo para mis fans
- Canciones de Pasado Mañana: Límites
- Canciones de Pasado Mañana: Alguien detrás de ti
- Canciones de Pasado Mañana: Grito y silencio
- Canciones de Pasado Mañana: No me preguntes quién soy
- Canciones de Pasado Mañana: Duelen
- Canciones de Pasado Mañana: Canario de jaula en la selva
- Canciones de Pasado Mañana: Diferentes memorias
- Canciones de Pasado Mañana: A lo lejos
- Canciones de Pasado Mañana: Déjame en paz, Como siempre, Contacto
- Canciones de Pasado Mañana: grabaciones inéditas
- Instrucciones para participar en el video de PM1
- Cómo va el video de PM1 (Episodio 1)
- Celebración (Episodio Final)
- Mi semana musical (Mayo 30, 2011)
- Los 30 años de mi primera canción
- Caminando y cantando con Capriles Radonski
- Los 15 años de "En"
- Déjame en paz (nuevo video)
- Si no estás (Episodio 3)
- Estoy bien (nueva canción)

8 de junio de 2009

El know-how musical

Algo que me ha ayudado inmensamente como artista es mi entendimiento del idioma inglés. Más allá de permitirme en su momento cantar con mayor soltura los clásicos temas anglosajones que dan sustento a muchas bandas de versiones, me abrió las puertas del mundo entero, social y culturalmente, al punto de regalarme experiencias tan alucinantes como el tocar canciones de los Beatles en un crucero japonés en mitad del Pacífico al lado de un cantante y un guitarrista nipones, un baterista brasilero, un bajista australiano, y un corista canadiense (la música puede ser un "idioma universal", pero a veces hay que hablar un lenguaje más terrestre).

Y algo que también me ha hecho valorar mucho esa capacidad, es el acceso que he podido tener a una inagotable fuente de conocimientos sobre lo que implica el desenvolvimiento de un músico en todos los ámbitos de su carrera: el estudio, la disquera, el mercado, la industria. Conocimientos compartidos por muchos expertos... en inglés.

Si quieres entender el uso de un compresor en el estudio de grabación sin esperar a que la experiencia te lo enseñe, tienes que entender su manual en inglés. Si quieres prepararte para estudiar el contrato que te propone la disquera sin la asesoría de un abogado especialista en el tema (que son poquísimos, por cierto), puedes leer alguno de los centenares de libros que se han escrito sobre el asunto... en inglés. Si quieres aprender a usar Twitter para tener una comunicación más directa con la gente que sigue tu música (tal como lo hacen Lenny Kravitz, Jon Anderson, Trent Reznor y Mayré Martínez), se escriben un montón de artículos diarios con consejos específicos para músicos... en inglés. Si buscas saber más sobre las nuevas tendencias en la industria musical porque eres un artista independiente que quiere estar a la vanguardia llevando tu carrera de una manera más empresarial ya que, más allá de ser tu pasión, es también tu medio de sustento en un negocio muy competido, puedes visitar alguno de los miles de sitios en Internet plenos de información al respecto... en inglés.

Por supuesto que hay fuentes en español y academias de música más modernas que imparten cursos complementarios que trascienden el do-re-mi y los ejercicios con metrónomo y se enfocan en otros aspectos del quehacer musical, pero son alarmantemente escasos, poco accesibles o sumamente caros. En muy pocos sitios en Latinoamérica se ha llevado la preparación del músico al siguiente nivel o han surgido iniciativas como las de Músico Emprendedor en Argentina. En Caracas, que es uno de los centros editoriales de la región, si vas a la sección de música de la mejor librería, sólo conseguirás títulos como "Aprenda a tocar guitarra" o la biografía de Ricky Martin(*); mientras que en países como Canadá, Estados Unidos y el Reino Unido, la bibliografía sobre todos los temas de la carrera musical es abundante y conforma una sección obligada en toda tienda de instrumentos; se pueden escuchar emisoras de radio centradas en lo que implica la labor del músico; y se puede asistir a numerosos congresos sobre derechos de autor, el uso de la Internet 2.0, las relaciones con medios de comunicación, y una infinidad de temas dedicados exclusivamente a quienes trabajan con música. Es todo un movimiento de profesionales cuyo propósito es compartir nuevos conocimientos para mejorar una industria milmillonaria que es tomada muy en serio.

En Latinoamérica, si quieres ganarte un Grammy, prácticamente es requisito haber trabajado en Miami, porque por esos lados está el saber, no sólo las conexiones para el impulso internacional. Es una generalización fuerte, pero no muy alejada de una realidad hispanoamericana que aún no ve como algo normal escuelas al estilo de Berklee. Mientras algo así se desarrolla, sólo queda aprender inglés y leer mucho para evitar que la sabiduría nos llegue por puro empirismo.

(*) Hoy en la tienda Amazon, el término "industria musical" me arrojó 58 títulos en la sección de libros. El término "music industry" produjo 25.247 resultados.
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Notas relacionadas:

19 de mayo de 2009

13 mitos que debería desechar un artista musical emergente

Son falsedades con las que me he topado en foros de discusión y en entrevistas de radio y TV. Llegaron a ser mis creencias simplemente porque otros colegas las tenían y porque mi propia experiencia me las reafirmaba. Pero mi realidad, a decir verdad, era el resultado de lo que llaman "profecías autocumplidas", no de que estas ideas fueran ciertas.

Si crees que algo pasará, pasará, sea bueno o malo. Algunos crean su camino basados en una fe en sí mismos y en cosas buenas que vienen. Otros atentan contra su propio avance basados en el principio de que "así se deben hacer las cosas y no hay más remedio que sacrificarse para surgir".

Pero "así" no deben ser las cosas. Para dedicarnos a la música con más control de lo que hacemos y más satisfacción, necesitamos desechar muchos mitos, y estos son algunos de los que afortunadamente he desechado en lo personal:

1. Hacer música es un trabajo difícil. Pues, no lo es. No puede ser difícil algo que te gusta hacer, así parezca complicado o exigente.

2. Hace falta mucha plata para surgir. ¿Qué es "surgir"? Es crecer como profesional y recibir de parte de los demás muestras de que estamos creciendo. De todos los músicos que a diario van surgiendo, haciendo mejores canciones, volviéndose mejores intérpretes, dando a conocer su arte entre más gente, vendiendo más CDs/mp3s cada semana o atrayendo más asistentes en cada concierto, ¿cuántos son millonarios? El gasto abundante no es requisito.

3. Siendo músico de fin de semana se llega a ser músico de semana entera. A esto respondo algo que ya he dicho: Si te dedicas a lo tuyo a medias, tus resultados serán a medias.

4. El progreso de tu carrera depende de que un productor te escuche y te apoye. En música, el progreso depende de cuánto te desarrolles, de cuánto mejores la calidad de lo que haces, de cuán auténtico es tu arte y de cómo interactúes con tus seguidores. Más importante es la comunicación con tu público (sea pequeño o grande) que la aprobación de un productor.

5. Sólo tocando en vivo te puedes dar a conocer más masivamente. Algo así fue necesario para los Beatles a mediados del siglo pasado. La dinámica es otra ahora. Si crees ciegamente en este mito, los dueños de los locales nocturnos seguirán aprovechándose de tu desesperación por tocar frente a 50 personas un lunes sin importar si te pagan.

6. Hay que grabar demos. Las grabaciones de demostración, que algunos llaman "maquetas", se producían antes para llamar la atención de una disquera con algo hecho a bajo costo. Ahora puedes grabar un disco en tu casa con una computadora, y las disqueras lo saben. ¿Para qué grabar demos de mediana calidad cuando el estándar se ha elevado y cuando puedes lograr un producto terminado por tus propios medios? Es mentalidad del siglo pasado también.

7. Si no grabas un disco, no eres nadie. Errado. En realidad no existes como artista musical si nadie te escucha; es lo elemental. Además, los fans hacen sus propios discos al combinar las canciones que disfrutan como mejor les plazca. La gente escucha canciones, no discos. Y tu éxito no depende de cuántos álbumes grabes; depende de cómo te comuniques emocionalmente con tu público.
8. Si no suenas en radio, no eres nadie. La radio ya no es imprescindible para hacerte escuchar. Mejor opta por meterte en iPods, por ejemplo.

9. Es necesario tener influencias y suerte. No, te repito que te irá bien si te conectas emocionalmente con tus oyentes y si crees genuinamente en lo que haces. Inspírate e inspira.

10. No hay sitios donde tocar. Mentira. Tocarás y cantarás donde estés, donde quieras y cuando quieras, si quieres. Comienza a querer y hazlo realidad. Ahora. ¿Que es difícil? Vuelve a leer el mito número 1 arriba.

11. Todos deberían apoyar el talento local. Me parece un principio fascista y populista que, de paso, promueve la mediocridad. La gente sólo escucha música que le transmita algo y la haga sentir. No esperes apoyo de nadie que no se fundamente en la capacidad que tiene tu arte de emocionar. El origen del apoyo es irrelevante; y el apoyo auténtico no es una obligación, es una recompensa por la simbiosis que causa tu música, no por ser de donde eres.

12. La piratería hunde la industria musical. No, la piratería evita que las productoras fonográficas hagan más dinero y que los artistas renombrados ganen más regalías. No sé de ningún practicante de la piratería musical que haya sido acusado de plagio. La autoría de obras siempre se ha respetado. Los piratas sólo han alterado la manera en que se distribuye el dinero que produce la música, infringiendo leyes que defienden a los que tienen el derecho exclusivo de hacer copias (copyright), que en el mundo real son las disqueras. Tarde o temprano, será una práctica aceptada y regulada de otra forma simplemente porque la música grabada gratuita se está convirtiendo en un estándar.

13. Si tienes talento, es suficiente para que la gente te admire y te siga. Bájate de esa nube. Es como afirmar que alguien se enamorará de ti porque tienes ojos bonitos. Tampoco ocurrirá porque te vean más a menudo. Una vez más, es un asunto de conexión. Tu talento es un medio, no un fin.

Recordé algunas otras creencias infundadas que pueden limitar y frenar nuestro quehacer, y no las incluí porque me parecían derivadas de las que ya he mencionado. Si saben de otro mito que deba ser incluido, dejen su comentario o escríbanme cuando gusten. Siempre es gratificante ser rebelde con causa.
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Notas relacionadas:

12 de febrero de 2009

Diez claves para el éxito de un músico (primera parte)

A los artistas musicales a menudo se nos califica el nivel de éxito según el número de discos grabados, la frecuencia de nuestros conciertos y el tamaño de sus auditorios, los otros artistas que nos rodean, altos números de ventas, la cantidad de fans, la posición de una canción nuestra en carteleras de radio, e incluso cuánto se reproducen nuestros videos en YouTube y MTV. Además, se nos mide de acuerdo a nuestras apariciones en entrevistas de TV, las nominaciones y los premios recibidos, cuántas ciudades se suman a nuestras giras, y la cantidad de versiones que otros artistas hacen de nuestras melodías. Pero, para mí más importante aún, está también la simple medida de la satisfacción personal como prueba más inmediata de nuestros logros individuales.

No escribiría esto si no me sintiera exitoso. Sin duda habrá quien note en este momento de mi carrera que no soy recurrente en la televisión, ni en la radio, ni en las salas de concierto, ni en las listas de iTunes. No podría medirme con esas varas, pero sí me siento muy complacido con mis modestos logros, con lo que he alcanzado a nivel profesional de una manera anónima, con los nuevos amigos que han decidido acompañarme el camino y con el hecho de que ahora debo pasar horas respondiendo emails de quienes me expresan apoyo. Y el éxito también lo tienen muchos otros colegas a ese nivel esencial, en quienes he notado los siguientes elementos fundamentales que creo pueden ayudarnos a alcanzar lo que queramos, como creadores de música o simplemente como individuos que desean progresar.

1 Autoconocimiento: Es fundamental tener claro quiénes somos, qué deseamos, qué sabemos hacer y qué no, qué virtudes poseemos y qué debilidades nos limitan, qué tipo de personas preferimos tener alrededor, qué necesitamos mejorar, qué necesitamos afianzar, cómo nos percibe la gente y cómo deseamos ser percibidos. Saber quiénes somos y apreciar nuestras cualidades alimentan nuestra identidad y autoestima, nos dan mayor confianza en nosotros mismos y nos hacen merecedores y receptores de éxito. Si eres un cantante lírico que quiere interpretar canciones infantiles a ritmo de vallenato acompañado de ukulele en plazas públicas, porque es lo mejor que haces en la vida y quieres dedicarte a ello, celébralo y no esperes, cree en ti mismo y hazlo. Por otra parte, si sabes que no cantas bien y que eres un excelente timbalero, suelta el micrófono y afina los cueros, por favor.

2 Compromiso: Cuando queremos algo, sólo podemos alcanzarlo si dedicamos nuestra concentración y nuestros actos a ello. Es un matrimonio con la meta; es lo que motiva la constancia y evita que nos desviemos de nuestro propósito. Al comprometernos con nuestro ideal, hacemos lo posible por priorizar, planificar, practicar la virtud de la disciplina. Es casi matemático: si nos dedicamos a medias, las cosas nos saldrán a medias; si no nos compremetemos por entero, incompleto será lo que logremos, y eso sólo puede llevar a la frustración. ¿Quieres tocar en la sinfónica nacional? Deja ese empleo como mariachi. Y tú, ¿quieres ser mariachi? Deja de ser abogado. ¿Que la plata no alcanza y necesitas un empleo extra? Búscate dos como mariachi.

3 Recursos: Nuestras limitaciones se superan con recursos, mentales, humanos y materiales. La creatividad es una herramienta imprescindible, no sólo para darles vida a composiciones e interpretaciones musicales, sino también para resolver problemas e idear estrategias de promoción, por ejemplo. La paciencia también ayuda y, si no la tenemos, debemos desarrollarla. Igualmente la capacidad de negociar o de simplemente usar una computadora para configurar un perfil en Facebook, el cual también es un recurso. Todo talento es una herramienta también, lo sabemos, y si aparte del obvio don musical, hay otros necesarios que no poseemos, hay que desarrollarlos o recurrir a quien sí los tiene. Por supuesto, también necesitamos dinero, instrumentos, salas de ensayo, técnicos, contadores, publicistas; la lista la conocemos. El asunto es que, si sabes lo que necesitas, debes tenerlo: y si confías en lo que eres y estás comprometido con lo que anhelas, seguramente harás lo posible para conseguirlo. Se supera quien aumenta sus propios recursos a todo nivel.

4 Adaptabilidad: Como reza el dicho, la única constante es el cambio. En realidad, nunca seremos los mismos. Nuestros gustos varían; nuestras necesidades llegan a ser otras; la gente con la que trabajamos puede seguir otro camino; nos casamos o divorciamos; llegamos a ser padres y a perder gente muy importante en nuestras vidas; sufrimos experiencias traumáticas que pueden llegar a anularnos y podemos de repente adoptar creencias completamente distintas. Y todo esto les pasa también a aquellos a quienes dedicamos lo que hacemos: nuestro público o nuestro mercado, como se quiera ver. La tecnología avanza; nuestras máquinas se deterioran y vuelven obsoletas; el reggaetón puede pasar de moda y cederle su lugar al "bolerón" o al "rock-and-rolletón"; la gente dejará de comprar CDs y la música simplemente volará todo el tiempo por el aire esperando a que alguien la capte en su super-smart-phone de séptima generación. Todo campo profesional sigue ese principio darwiniano de evolución del más apto, y ello exige capacidad de adaptación sin dejar de ser la misma especie. Adaptarse al cambio no implica volverse como los demás, sino seguir siendo quienes somos en esencia después del ajuste. Y para adaptarnos, necesitamos identidad y recursos. ¿Eres especie en extinción?

5 Movimiento y reposo: Obvio, para tener éxito hay que trabajar, actuar, hacer, echarle ganas, correr incluso. Pero es mentira que la gente exitosa sólo trabaja y trabaja. Después de largas horas de grabación, dedos ampollados o un posible síndrome del túnel carpiano, hay que relajarse y disfrutar de la música que hemos creado. Después de sudar en el escenario, hay que parar y gozar el aplauso. Después de una gira, hay que pasear en la montaña, jugar a la pelota con un niño, ver el mar con amigos y familiares, o realizar esa fantasía de hacer el amor a luz de luna. Y debe ser un reposo total que repone, que ayuda a asimilar lo que se ha hecho, que facilita la autoevaluación, la recarga de energía y metas. No debe ser un reposo con culpa por no estar haciendo nada. Exhaustos, aislados y sin el aliciente de otras satisfacciones en la vida, no podremos sentirnos plenos y felices. Alguien infeliz no puede ser productivo y exitoso.

Así que ahora me voy a reposar. En mi próxima nota explicaré los otros cinco elementos que necesitamos para crecer aún más profesionalmente, que parecen extrapolarse a cualquier campo y que sin duda pueden complementarse con otros que ustedes consideren pertinentes. Ah, y hablando de música, ¿ya han escuchado la mía? ¿Aún no? ¿Cómo va a ser?
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