luiser en youtube

Mostrando las entradas con la etiqueta tristeza. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta tristeza. Mostrar todas las entradas

3 de mayo de 2012

Los fracasos que me acosan

Esta es por la palabra de aliento que no recibí
por el ánimo que no me llegó cuando lo necesité
por el gesto de amor merecido que nunca me vino

Esta es por los fracasos que me acosan
las decisiones que me cambiaron el rumbo
adonde luego no quise ir

Esta es por el cariño no correspondido
por el amigo ido y la mujer que me ignoró
por el ser querido en el cielo
y el otro en la tierra que ya no me busca

Esta es por los proyectos que fallecieron
y los sueños que se ahogaron
por los regalos que no me quisieron dar
y por los que di y rechazaron

Siempre he celebrado lo que hay
mas hay gente que me quiere de luto
por más que intente evitarlo
me quiere de luto

Entonces claudico
y hoy de nuevo me visto de negro
mientras el ángel en mí renace
ojalá que pronto

____________
Notas relacionadas:

10 de diciembre de 2009

Feliz vida nueva (versión Neil Peart)

Octubre 11, 2002. West Palm Beach, Florida. A poca distancia de la entrada al anfiteatro, estaba el enorme quiosco de merchandising. "Rush / Vapour Trails Tour" se podía leer por doquier, y lo que enseguida me hizo salivar -si se puede decir- fue ver en venta los libros de Neil Peart. Increíble. Los quería, y ahí estaban.

Mientras compraba los libros añorados, el librito de la gira, tres gorras, dos juegos de pins, un afiche y dos camisetas, sentí la presión de justificarle a una pareja que me veía lo que parecía la conducta de un fan obsesivo:

luiser: I'm coming from Venezuela just for this. My first Rush show, guys!
Guys: Oh... (Whatever...)

En ese momento me sentía como un niño de 5 años en Disney World por primera vez, o como un fan del Barça en Nou Camp. La emoción era fuerte, aunque suene cursi. Durante veinte años había crecido escuchando la música de esa banda y verla en vivo era algo que tenía que hacer algún día. Y mi entusiasmo adolescente estaba sumado a una felicidad colectiva que en esa ocasión, sin duda, era por una celebración; y les cuento por qué.

Neil Peart es quizás el músico que más admiro, no sólo por ser uno de los bateristas más versátiles, influyentes e impresionantes del mundo (es más que opinión personal; pregunten a cualquier baterista); sino por haber estado siempre a cargo de componer las letras del repertorio de Rush, un verdadero compendio de los versos más genialmente balanceados en términos de composición, introspección, sabiduría, emotividad y universalidad; y por ser un escritor (un anhelo mío) que ha dejado en prosa, por ejemplo, lo vivido durante su viaje en bicicleta a través de Camerún (también admirable).

La otra razón de mi admiración es una lección de vida.

En 1997, tras terminar una exitosa gira, en la cúspide de su carrera, en una noche de descanso, la policía llega a casa de Peart. Minutos después, él y su esposa reciben la noticia de que su única hija, de 18 años, acababa de morir en un accidente de tránsito. Primer golpe.

Diez meses más tarde, en profundo luto, la esposa de Peart, víctima de una de esas depresiones que enferman, sucumbe al cáncer. El músico pierde a su compañera de vida. Segundo golpe.

Dada la fama, las tragedias fueron noticia en los medios, no como chisme de tabloide en realidad, sino como la reseña solidaria y preocupada de una gran comunidad de seguidores y periodistas especializados que siempre han visto al artista con mucho respeto. Los otros músicos de la banda dijeron lo esperado y oportuno de quienes son principalmente buenos amigos antes que compañeros de trabajo: "Rush nunca será tan importante como el dolor que necesita superar un ser querido". Y el grupo quedó en el limbo.

Y yo sentí esa rara tristeza que muchos otros fans también sintieron. Seguramente ya no habría más de esas canciones tan únicas, pero esa inminente falta no era lo que acongojaba en verdad. Era imaginar caído a alguien que nos brindaba emoción, inspiración, el consuelo a través de estrofas con las que nos identificábamos, la profesionalidad que algunos queríamos imitar. Si han sido fans de alguien por años, entenderán lo que se siente ser contraparte en esa especie de amistad platónica. Tercer golpe.

Como ya saben, Peart se recobró a los pocos años y Rush grabó un nuevo disco y salió de gira. Días después, ahí estábamos en el anfiteatro, esperando al amigo que había perdido a su familia, para celebrar su regreso y la vida que continúa. Para muchos en el lugar, era el segundo, tercer, cuarto show de la banda. Para mí, era la primera oportunidad de transmitir más de cerca la admiración y la gratitud por la inspiración. Al sonar el primer acorde, vi mucha gente llorar.

Pero ese no es el verdadero final feliz. Aunque no lo crean, uno de los libros que compré ese día lo comencé a leer hace un par de meses, y ha sido algo esperanzador y sumamente oportuno para mí. En Ghost Rider, Neil Peart detalla sus tragedias y narra el momento cuando les dice a sus compañeros de banda, "Considérenme retirado". Luego, agobiado por estar en una casa con tantos recuerdos que herían, decidió seguir la sugerencia que su esposa le había dado cuando él le dijo, recién fallecida su hija, que no sabría qué hacer si ella también moría.

Yo sé qué harás. Te subirás a tu moto y te irás sin rumbo fijo para no volver.

Lo que sigue es la bitácora de un hombre que llora a los dos seres que más había amado, solo, de motel en motel, atravesando Canadá, Estados Unidos y México, ida y vuelta, en búsqueda de una sanación a su espíritu, de la reconciliación de sentimientos negativos que lo estaban consumiendo. Apenas he leído la tercera parte del libro, casi que con la lentitud de su odisea, y me ha maravillado entrar en la mente de una persona con el coraje necesario para superar un trauma similar.

Y la mejor conclusión de esa historia no es la que aún no he leído, ni es el hecho de que vi a un músico feliz y renovado en Florida aquella noche. Lo más hermoso que recompensa esa fortaleza de carácter lo descubrí por casualidad como una noticia en el website de Peart cuando, a los días de iniciar mi lectura, sentí curiosidad por saber en qué andaba.

En agosto pasado, su nueva esposa, a quien conoció durante ese viaje paliativo, le dio una hija.
____________
Notas relacionadas:

25 de agosto de 2009

La más básica relación de amor de un músico

De niño, siempre que podía, iba a una tienda de instrumentos musicales a unas cuadras de casa a ver su vidriera. Simplemente me paraba frente a ella a admirar guitarras y bajos eléctricos, saxofones, pianos, baterías y peroles de percusión que me parecían fascinantes, mágicos, obras de arte en sí mismos, objetos incluso sensuales que me provocaba tocar, sentir, manosear hasta más no poder.

No eran como mi guitarrita de juguete, ni como aquella tabla a la que le clavé ligas como cuerdas, o los potes de leche en polvo vacíos que me robaba de la cocina para golpearlos como tambores con los palitos que les quitaba a los ganchos de ropa, o el órgano eléctrico para niños en el que compuse mi primera tonada. Estos eran de verdad, para gente grande, como los que se veían en TV, en los afiches de los Beatles, en las salas de concierto.

Y yo quería uno de ellos, cualquiera, para hacer cosas como las que me gustaba escuchar. Eran el lápiz que necesitaba para escribir, el horno que requería para cocinar buen pan. Eran el traductor que pedían mis fantasías musicales para darse a entender. Cualquiera me serviría.

Primero me fijé más en la batería:
- Papá, quiero una batería; me gustaría estudiar percusión.
- Muchacho, eso hace mucho ruido; no quiero líos con los vecinos. Además, pesa mucho y si ves a los percusionistas en las orquestas sinfónicas, fíjate. Cinco minutos en silencio y ¡pun!, un palazo al timbal. Otros cinco minutos callado y ¡plash!, un platillazo. Es aburrido.

Después me enamoré de un saxo tenor:
- Papá, quiero un saxofón, como ese, como el que suena en tus discos. A ti te gusta, ¿no?
- Es bonito, sí. Pero es caro, hijo. Ahora no se puede.
- Ah, pero esa batería es más barata. La batería entonces, ¿sí?
- ¡Noooo no no! Ya te dije.

Mis papás en realidad querían complacerme, pero reconozco que los juguetes que me atraían eran algo suntuosos. A mí sólo me quedaba insistir y repetir que las 25 teclas de mi organito ya no me bastaban. Luego entré a estudiar en el conservatorio y muchos en mi clase tenían pianos o guitarras eléctricas. Yo necesitaba mi "lápiz".

Ahí apareció la guitarra que mi abuelo paterno había hecho con sus propias manos en su humilde carpintería. A él lo apasionaba escribir y cantar sus canciones, que grababa en discos de acetato o interpretaba en la radio cuando mucho de la música que por ahí sonaba era en vivo. Mi papá me enseñó a arpegiar mis primeros acordes. Pero la guitarra era una reliquia de familia y yo sólo podía usarla con supervisión. No era mía en realidad.

Al cumplir 14 años, me sorprendieron. Llegué de clases y ahí en la sala estaba con un gran lazote un órgano eléctrico Yamaha con 61 teclas, todas para mí, y ¡hasta con un banquito para sentarme! Fue cuando me desaté. Escribía una canción a diario y mis sueños excedían la capacidad de mis recursos.

Pero mi nuevo órgano no era portátil y yo quería tocar en un grupo, ser un poco más como Lennon. Unos amigos pudientes que tenían todo tipo de instrumentos me invitaron a su banda ¡como baterista! Y yo feliz, pero sólo las baquetas eran mías. Quería algo propio que pudiera llevar a todas partes y no quería depender de que alguien me lo comprara. Así que comencé a ahorrar todas mis mesadas (que en realidad era dinero de mis padres) y al año me compré mi primera guitarra eléctrica (que, a decir verdad, me compró mi papá al ver mi intención, porque el dinero sólo me alcanzaba para el amplificador).

La guitarra desapareció a los dos años, en unos de esos momentos caóticos en que corren equipos de una tarima a una camioneta de transporte. Me tocó entonces volver a mi órgano casero para expresar mi musicalidad. Y creo que este hecho fue el que definitivamente me llevó a trabajar principalmente con los teclados, instrumentos que eran siempre más costosos y que yo siempre pedía prestados para poder tocar con alguien más.

Uno de esos sintetizadores que años después logré comprar con mi propio dinero me lo robaron a punta de pistola anoche, y en este momento en que al fin asimilo que mi vida corrió peligro y que perdí a lo que podría llamar un amigo íntimo que me traducía sentimientos en notas musicales, me recuerdo de niño viendo los pianos en la vidriera de aquella tienda y entiendo que todo músico tiene una relación de amor con su instrumento. Ahora entiendo más esa locura mía de ponerles nombres a mis teclados y siento la pérdida como cuando lloré desconsolado ante mi muñequito preferido de la infancia por haber perdido un bracito. Hoy pienso en mi existencia y en el valor sentimental que puede dársele a algo material y sólo puedo agradecer la posibilidad que siempre he tenido de hacer música, aun cuando no tuviera mi propias herramientas; y esperar que Nepomuceno, el sintetizador robado (¡no se rían!) (bueno, sí, ríanse; es cómico el nombre) quede en manos de alguien que lo necesite como yo lo necesité.

Ahora, como tributo melodramático a mi teclado favorito, véanse el video de Grito y silencio, donde suena el último solo que grabé con él (de hecho, es el instrumento que sale en pantalla). Por cierto, hace tiempo prometí hablar de la producción de este video, pero luego pensé que sería redundar en algo que el mismo deja ver con facilidad. Se me cuidan.
 
____________
Notas relacionadas:

21 de abril de 2009

El sufrimiento positivo

Si no me pasara nada triste, impactante, inesperado o aterrador, mi vida sería aburrida y no tendría nada que poner en canciones. Hasta los temas de amor tienen un poco de miedo y ansiedad en ellos; y las canciones optimistas no las necesitan precisamente aquellos con ánimo inagotable, sino los desesperanzados. Disfrutamos haciendo o escuchando una canción alegre simplemente porque hemos conocido la depresión. Ese contraste, ese ir y venir del blanco al negro, nos mantiene vivos emocionalmente y como creadores. Sin sufrimiento, no hay felicidad, no hay arte.

Y, para sufrir, sólo basta ser vulnerable, quebrantable. Yo escribo canciones porque soy débil con frecuencia. A veces me desanimo y escribo los versos que me curan. A veces la incertidumbre me agobia y una mezcla de ritmos me pueden enmarcar un himno de seguridad. A veces una decepción, una sorpresa o una frustración me lleva a cantar el mantra que luego me iré repitiendo. No crean que soy un perfecto practicante de lo que predico, pues son en realidad afirmaciones que mi alter ego me canta para sentirme fuerte cuando olvido mi fortaleza.

De eso me di cuenta hoy. Por más equilibrado que pueda yo ser, es mi vulnerabilidad, mi sensibilidad al caos, lo que siempre me vuelve creativo. Mi música es mi sufrimiento positivo; como dije antes, "ibuprofeno para el corazón".
____________
Notas relacionadas:

25 de septiembre de 2008

Ibuprofeno para el corazón

Quienes nos dedicamos a hacer canciones no siempre tenemos una vida de éxitos, alegrías y glamour. No vivimos aislados ni separados de experiencias que pueden ser frustrantes y dolorosas. Siempre hay alguien que puede hacernos daño, nos rompe una ilusión, nos falta o nos ofende a pesar de nuestro esfuerzo por merecer lo contrario. Podemos también propiciar fracasos al cometer errores, tomar malas decisiones, ignorar mejores maneras o dejar en los demás el control de nuestro destino.

A nivel personal y profesional, corremos siempre el riesgo de cruzarnos con algo que nos entristezca, nos decepcione, nos desanime y nos sumerja en una pausa en la que nada queremos hacer y todo lo cuestionamos. Siempre es posible el hecho fortuito, inesperado, que nos hace perder el balance emocional.

Yo estoy profundamente triste hoy, por razones que no serán el centro de este escrito, porque aquí en realidad quiero compartir que la tristeza también es motivo para muchos músicos que escriben canciones, y que son sus cantos tristes el ibuprofeno que el corazón les pide. Es la mejor forma de automedicación que tenemos cuando sólo queremos llorar. Y esta tarde llegó un verso a mi mente y la guitarra saltó a mis manos. Una hora despúes, justo antes de empezar a escribir esta nota, terminé de componer una canción, "Duelen".

...hoy duelen distancia y memoria
deslealtad en la historia
duelen ofensa y desidia
tras ofrecerse la vida...

Sin embargo, quienes hacemos canciones tenemos además otro consuelo cuando una depresión agobia: el oído dispuesto de quien nos escucha cantar en esta especie de interacción terapéutica entre intérprete y público, una relación de apoyo que muchas veces nace con naturalidad simplemente porque aquél que escucha también llega a sufrir y a necesitar ibuprofeno para el corazón.

Hace unos días sufrí una fractura en el pie izquierdo y el doctor me obligó a inmovilizarme por al menos dos semanas. Sin duda será algo con qué lidiar para materializarles "Grito y silencio", la canción que publicaré el 4 de noviembre. No obstante, hoy no sólo me he inyectado calmante en el alma, sino que además mi necesidad de desahogo me motiva a también ofrecerles la canción que hoy he creado para el mismo día. Ustedes también son una efectiva medicina.
____________
Notas relacionadas:
Related Posts with Thumbnails