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10 de diciembre de 2009

Feliz vida nueva (versión Neil Peart)

Octubre 11, 2002. West Palm Beach, Florida. A poca distancia de la entrada al anfiteatro, estaba el enorme quiosco de merchandising. "Rush / Vapour Trails Tour" se podía leer por doquier, y lo que enseguida me hizo salivar -si se puede decir- fue ver en venta los libros de Neil Peart. Increíble. Los quería, y ahí estaban.

Mientras compraba los libros añorados, el librito de la gira, tres gorras, dos juegos de pins, un afiche y dos camisetas, sentí la presión de justificarle a una pareja que me veía lo que parecía la conducta de un fan obsesivo:

luiser: I'm coming from Venezuela just for this. My first Rush show, guys!
Guys: Oh... (Whatever...)

En ese momento me sentía como un niño de 5 años en Disney World por primera vez, o como un fan del Barça en Nou Camp. La emoción era fuerte, aunque suene cursi. Durante veinte años había crecido escuchando la música de esa banda y verla en vivo era algo que tenía que hacer algún día. Y mi entusiasmo adolescente estaba sumado a una felicidad colectiva que en esa ocasión, sin duda, era por una celebración; y les cuento por qué.

Neil Peart es quizás el músico que más admiro, no sólo por ser uno de los bateristas más versátiles, influyentes e impresionantes del mundo (es más que opinión personal; pregunten a cualquier baterista); sino por haber estado siempre a cargo de componer las letras del repertorio de Rush, un verdadero compendio de los versos más genialmente balanceados en términos de composición, introspección, sabiduría, emotividad y universalidad; y por ser un escritor (un anhelo mío) que ha dejado en prosa, por ejemplo, lo vivido durante su viaje en bicicleta a través de Camerún (también admirable).

La otra razón de mi admiración es una lección de vida.

En 1997, tras terminar una exitosa gira, en la cúspide de su carrera, en una noche de descanso, la policía llega a casa de Peart. Minutos después, él y su esposa reciben la noticia de que su única hija, de 18 años, acababa de morir en un accidente de tránsito. Primer golpe.

Diez meses más tarde, en profundo luto, la esposa de Peart, víctima de una de esas depresiones que enferman, sucumbe al cáncer. El músico pierde a su compañera de vida. Segundo golpe.

Dada la fama, las tragedias fueron noticia en los medios, no como chisme de tabloide en realidad, sino como la reseña solidaria y preocupada de una gran comunidad de seguidores y periodistas especializados que siempre han visto al artista con mucho respeto. Los otros músicos de la banda dijeron lo esperado y oportuno de quienes son principalmente buenos amigos antes que compañeros de trabajo: "Rush nunca será tan importante como el dolor que necesita superar un ser querido". Y el grupo quedó en el limbo.

Y yo sentí esa rara tristeza que muchos otros fans también sintieron. Seguramente ya no habría más de esas canciones tan únicas, pero esa inminente falta no era lo que acongojaba en verdad. Era imaginar caído a alguien que nos brindaba emoción, inspiración, el consuelo a través de estrofas con las que nos identificábamos, la profesionalidad que algunos queríamos imitar. Si han sido fans de alguien por años, entenderán lo que se siente ser contraparte en esa especie de amistad platónica. Tercer golpe.

Como ya saben, Peart se recobró a los pocos años y Rush grabó un nuevo disco y salió de gira. Días después, ahí estábamos en el anfiteatro, esperando al amigo que había perdido a su familia, para celebrar su regreso y la vida que continúa. Para muchos en el lugar, era el segundo, tercer, cuarto show de la banda. Para mí, era la primera oportunidad de transmitir más de cerca la admiración y la gratitud por la inspiración. Al sonar el primer acorde, vi mucha gente llorar.

Pero ese no es el verdadero final feliz. Aunque no lo crean, uno de los libros que compré ese día lo comencé a leer hace un par de meses, y ha sido algo esperanzador y sumamente oportuno para mí. En Ghost Rider, Neil Peart detalla sus tragedias y narra el momento cuando les dice a sus compañeros de banda, "Considérenme retirado". Luego, agobiado por estar en una casa con tantos recuerdos que herían, decidió seguir la sugerencia que su esposa le había dado cuando él le dijo, recién fallecida su hija, que no sabría qué hacer si ella también moría.

Yo sé qué harás. Te subirás a tu moto y te irás sin rumbo fijo para no volver.

Lo que sigue es la bitácora de un hombre que llora a los dos seres que más había amado, solo, de motel en motel, atravesando Canadá, Estados Unidos y México, ida y vuelta, en búsqueda de una sanación a su espíritu, de la reconciliación de sentimientos negativos que lo estaban consumiendo. Apenas he leído la tercera parte del libro, casi que con la lentitud de su odisea, y me ha maravillado entrar en la mente de una persona con el coraje necesario para superar un trauma similar.

Y la mejor conclusión de esa historia no es la que aún no he leído, ni es el hecho de que vi a un músico feliz y renovado en Florida aquella noche. Lo más hermoso que recompensa esa fortaleza de carácter lo descubrí por casualidad como una noticia en el website de Peart cuando, a los días de iniciar mi lectura, sentí curiosidad por saber en qué andaba.

En agosto pasado, su nueva esposa, a quien conoció durante ese viaje paliativo, le dio una hija.
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19 de septiembre de 2008

El espíritu de la radio

La primera vez que escuché la canción The Spirit of Radio, de Rush, fue como descubrir que la tierra era redonda. Fue en 1983, tenía yo unos 15 años, una melena que mi papá me iba a trasquilar si me descuidaba al dormir, y estaba yo ahorrando dinero para comprarme mi primera guitarra eléctrica. Sabía que existían esos grupos como Yes o Pink Floyd, pero, hasta entonces, sólo eran para mí nombres curiosos en carátulas alucinantes de LPs que veía en las tiendas.

Mi gran amigo de adolescencia, José Felipe, me prestó el disco una tarde en que me dieron ganas de probar algo nuevo. Todavía recuerdo cómo me hizo cortocircuito el cerebro cuando escuché aquella introducción incomprensible, un ánimo alegre y jovial que nunca había podido asociar con el rock pesado; ese cambio inesperado a un sintetizador secuenciado debajo de unas campanitas que nunca había escuchado en un sitio como ese, y luego una parte instrumental de compases amalgamados que me desconcertaban, antes de escuchar de nuevo esa parte introductoria que aún no sé cómo diablos se ejecuta. Después, para colmo, la banda se mete en un verso tranquilo a ritmo de reggae/ska antes de explotar en un frenético solo de guitarra que lleva la canción al clímax. Orgásmico.

Antes de decirles por qué hablo de esta canción, necesito traducirles su letra:

Comienza el día con una amigable voz
Una compañía discreta
Toca esa canción que es tan fugaz
Y la mágica música le pone el ánimo a tu mañana
Sigues tu ruta
Sales al camino abierto
Hay magia al alcance de tus dedos
Porque el espíritu persiste
El contacto que poco exige
En tu feliz soledad
Ondas invisibles crepitan con vida
Una brillante antena se eriza con la energía
Retroalimentación emotiva en eterna sintonía
Te lleva un tesoro invualuable, casi gratis
Toda esa maquinaria que hace música moderna
Aún puede ser de gran corazón
No tan regida a frías carteleras
En realidad es un asunto de honestidad
A uno le gusta creer en la libertad de la música
Pero premios relumbrantes y compromisos sin fin
Hacen añicos la ilusión de integridad
Lo que dicen los profetas
está escrito en las paredes del estudio
En la sala de concierto
El eco de los vendedores

Rush escribe esta canción para honrar al locutor de radio cuyo amor por la música hace que ésta llegue a gente que no ve, gente que tampoco lo ve a él. Esa magia de y para gente invisible es lo que conforma el "espíritu", algo que Rush reconoce siempre corre el peligro de perderse entre algunos mercaderes de discos. La banda la hizo para agradecer el apoyo que muy pocos quisieron darle en radio por hacer ellos música incomprensible, y fue casualmente "The Spirit of Radio" la canción que los catapultó en las emisoras.

Como artista musical, disfruto muchísimo participar en una entrevista de radio junto a gente que reconozca esa magia. Y esa fue mi experiencia anoche junto a José Vicente Sevilla y Mónica Herrero en su programa "Fusión", producido por Fundatalento, una organización que busca dar apoyo a talentos venezolanos. En esta época de masiva y fría distribución y difusión de música por Internet, es más que nunca grato interactuar con gente de radio. Gracias a todos en ese medio que en diferentes ocasiones en mi carrera me han hecho sentir el espíritu.

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