Una vez me vi borroso en el espejo, pero mi vista estaba bien. Lo que pasaba era que mi yo real y mi yo aparente no coincidían. Iban juntos, pero se solapaban; no encajaban a perfección para que mi imagen fuera nítida.
La distorsión se me ha ido curando mientras menos me repito "Es que yo no soy así" cuando hago algo que me contradice la esencia.
____________
Notas relacionadas:
luiser en youtube
Mostrando las entradas con la etiqueta cambio. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta cambio. Mostrar todas las entradas
16 de marzo de 2010
Borroso
Escrito por
luiser
Borroso
2010-03-16T12:53:00-04:30
luiser
cambio|crecimiento|identidad|motivación|reflexión|
Comments (4)


Etiquetas:
cambio,
crecimiento,
identidad,
motivación,
reflexión
10 de diciembre de 2009
Feliz vida nueva (versión Neil Peart)

Octubre 11, 2002. West Palm Beach, Florida. A poca distancia de la entrada al anfiteatro, estaba el enorme quiosco de merchandising. "Rush / Vapour Trails Tour" se podía leer por doquier, y lo que enseguida me hizo salivar -si se puede decir- fue ver en venta los libros de Neil Peart. Increíble. Los quería, y ahí estaban.
Mientras compraba los libros añorados, el librito de la gira, tres gorras, dos juegos de pins, un afiche y dos camisetas, sentí la presión de justificarle a una pareja que me veía lo que parecía la conducta de un fan obsesivo:
luiser: I'm coming from Venezuela just for this. My first Rush show, guys!
Guys: Oh... (Whatever...)
En ese momento me sentía como un niño de 5 años en Disney World por primera vez, o como un fan del Barça en Nou Camp. La emoción era fuerte, aunque suene cursi. Durante veinte años había crecido escuchando la música de esa banda y verla en vivo era algo que tenía que hacer algún día. Y mi entusiasmo adolescente estaba sumado a una felicidad colectiva que en esa ocasión, sin duda, era por una celebración; y les cuento por qué.
Neil Peart es quizás el músico que más admiro, no sólo por ser uno de los bateristas más versátiles, influyentes e impresionantes del mundo (es más que opinión personal; pregunten a cualquier baterista); sino por haber estado siempre a cargo de componer las letras del repertorio de Rush, un verdadero compendio de los versos más genialmente balanceados en términos de composición, introspección, sabiduría, emotividad y universalidad; y por ser un escritor (un anhelo mío) que ha dejado en prosa, por ejemplo, lo vivido durante su viaje en bicicleta a través de Camerún (también admirable).
La otra razón de mi admiración es una lección de vida.
En 1997, tras terminar una exitosa gira, en la cúspide de su carrera, en una noche de descanso, la policía llega a casa de Peart. Minutos después, él y su esposa reciben la noticia de que su única hija, de 18 años, acababa de morir en un accidente de tránsito. Primer golpe.
Diez meses más tarde, en profundo luto, la esposa de Peart, víctima de una de esas depresiones que enferman, sucumbe al cáncer. El músico pierde a su compañera de vida. Segundo golpe.
Dada la fama, las tragedias fueron noticia en los medios, no como chisme de tabloide en realidad, sino como la reseña solidaria y preocupada de una gran comunidad de seguidores y periodistas especializados que siempre han visto al artista con mucho respeto. Los otros músicos de la banda dijeron lo esperado y oportuno de quienes son principalmente buenos amigos antes que compañeros de trabajo: "Rush nunca será tan importante como el dolor que necesita superar un ser querido". Y el grupo quedó en el limbo.
Y yo sentí esa rara tristeza que muchos otros fans también sintieron. Seguramente ya no habría más de esas canciones tan únicas, pero esa inminente falta no era lo que acongojaba en verdad. Era imaginar caído a alguien que nos brindaba emoción, inspiración, el consuelo a través de estrofas con las que nos identificábamos, la profesionalidad que algunos queríamos imitar. Si han sido fans de alguien por años, entenderán lo que se siente ser contraparte en esa especie de amistad platónica. Tercer golpe.
Como ya saben, Peart se recobró a los pocos años y Rush grabó un nuevo disco y salió de gira. Días después, ahí estábamos en el anfiteatro, esperando al amigo que había perdido a su familia, para celebrar su regreso y la vida que continúa. Para muchos en el lugar, era el segundo, tercer, cuarto show de la banda. Para mí, era la primera oportunidad de transmitir más de cerca la admiración y la gratitud por la inspiración. Al sonar el primer acorde, vi mucha gente llorar.
Pero ese no es el verdadero final feliz. Aunque no lo crean, uno de los libros que compré ese día lo comencé a leer hace un par de meses, y ha sido algo esperanzador y sumamente oportuno para mí. En Ghost Rider, Neil Peart detalla sus tragedias y narra el momento cuando les dice a sus compañeros de banda, "Considérenme retirado". Luego, agobiado por estar en una casa con tantos recuerdos que herían, decidió seguir la sugerencia que su esposa le había dado cuando él le dijo, recién fallecida su hija, que no sabría qué hacer si ella también moría.
Yo sé qué harás. Te subirás a tu moto y te irás sin rumbo fijo para no volver.
Lo que sigue es la bitácora de un hombre que llora a los dos seres que más había amado, solo, de motel en motel, atravesando Canadá, Estados Unidos y México, ida y vuelta, en búsqueda de una sanación a su espíritu, de la reconciliación de sentimientos negativos que lo estaban consumiendo. Apenas he leído la tercera parte del libro, casi que con la lentitud de su odisea, y me ha maravillado entrar en la mente de una persona con el coraje necesario para superar un trauma similar.
Y la mejor conclusión de esa historia no es la que aún no he leído, ni es el hecho de que vi a un músico feliz y renovado en Florida aquella noche. Lo más hermoso que recompensa esa fortaleza de carácter lo descubrí por casualidad como una noticia en el website de Peart cuando, a los días de iniciar mi lectura, sentí curiosidad por saber en qué andaba.
En agosto pasado, su nueva esposa, a quien conoció durante ese viaje paliativo, le dio una hija.
____________
Notas relacionadas:- Feliz vida nueva (versión luiser)
- Mi rison-guay
- Sin dinero da miedo, ¿verdad?
- De alante pa'trás
- El entusiasmo que revitaliza
- El sufrimiento positivo
- Se buscan superhéroes
- 25 citas que me motivan como músico
- Los 7 hábitos del artista altamente ineficiente
- El artruista (o el artista que es altruista)
- El espíritu de la radio
Etiquetas:
cambio,
carrera,
influencias,
motivación,
músicos,
Neil Peart,
padre,
público,
rush,
tristeza,
vulnerabilidad
8 de diciembre de 2009
Feliz vida nueva

Diciembre 31, 2008. Se acercaba la medianoche y el inicio de otro calendario. Podía imaginar lo que pensaba mucha gente. El instante en que todo el mundo quiere cambiar. El instante en que muchos se prometen algo fabuloso. Los minutos de amor y esperanza. Cohetes al cielo. Nube de pólvora. La energía de un rito anual que refuerza el reinicio.
Porque me tocó y porque así lo quise, yo me encontraba solo en casa, en pijama y en silencio, viviendo la ceremonia. Al dar las doce, hice pausa en un diseño que boceteaba para mi website y me asomé al balcón. Unas lágrimas, un beso a distancia a mi hijo a través del Atlántico, y una sonrisa porque podía ver que era real la diferencia. No me prometía cosas nuevas; ya las estaba viviendo.
Una noche de purificación que jamás olvidaré.
Hace unos años inicié un cambio radical de mi vida. Ahora son distintos mis paradigmas, mis creencias, mi fe en mí mismo, mi imagen de mí mismo, mi imagen de los demás, mi visión del sitio en donde estoy y del lugar adonde quiero ir. Ha cambiado lo que dejo entrar en cuerpo y mente. Han cambiado mis ritmos, mis rutinas, mis costumbres, mis manías, mis defectos, mis capacidades, mis promesas. Pasé de productor anónimo a ser escuchado y leído por miles de personas en el mundo. La mayor parte de la gente con la que estoy en contacto ahora es más desconocida y, aun así, más cercana. He desechado lo inútil, material e inmaterial; y he conocido lo que se siente cuando no se tiene nada. Me he alejado de quienes sólo toman y no dan; y he terminado relaciones tras descubrir que no puedo ofrecer ni recibir más nada bueno. Además, me he aislado en casa o en lugares muy remotos para meditar y vivir a plenitud la metamorfosis.
Un buen día, concluí sobre mí mismo algo que canta Paul McCartney en Yesterday: que ya yo no era ni la mitad del hombre que solía ser. Me había encogido. Lejos de crecer y evolucionar, estaba en realidad en paso retrógrado. En mi afán por tener más control de todo, había perdido el control de mí mismo y ya no era mi propio dueño. Mi guitarra quedó arrinconada y el escribir y grabar nuevas canciones era una tarea de menor prioridad en la agenda. La música que llegaba a hacer era de los demás. Los proyectos eran de otros. Los sueños que ayudaba a realizar eran ajenos. El miedo al fracaso que siempre había querido evitar les había quitado relevancia a mis anhelos. Había perdido la fe en mi desarrollo como artista y me había resignado a no sentirme realizado como quería. Ya no sabía quién era ni para qué estaba aquí. Lo bueno es que todo era más cómodo.
Pero la frustración y la insatisfacción me oscurecieron el carácter, afectaron mi manera de ser y me volvieron un Grinch; y había algo que me robaba toda posibilidad de mejorar:
el remordimiento
No quería seguir siendo responsable de la infelicidad que podía causar mi infelicidad; sin embargo, si quería cambiar todo de raíz y hacer lo que yo deseaba, debía estar consciente de la manera en que ello seguramente afectaría a la gente más directa y cotidianamente relacionada conmigo:
mi familia
Porque mi transformación requería sincerar muchas cosas, renunciar a muchas otras, y pasar por todo eso que menciono arriba y que la mayoría puede tildar de egoísta. Mi renovación implicaba un reajuste de responsabilidades, la amenaza del fracaso financiero y de la decepción en otros, lo abrumador que puede ser un nuevo comienzo con incertidumbre, las noches de soledad e insomnio, y el agobio que traen esos momentos de debilidad cuando quieres dejar todo como estaba antes.
Y la culpa que causa el remordimiento puede ocasionar algo más:
el autocastigo
Porque algunos hemos crecido pensando que es condenable ser individualistas y atender sólo lo propio, y esos pensamientos acosan y atentan. Se supone que no debemos hacer "lo que nos dé la gana" porque, de alguna manera, terminamos siendo "desconsiderados". Son ideas que entonces revierten en privaciones: una especie de pena para quien puede terminar creyendo que no merece nada por hacer algo repudiable. También pasé por eso. Dejé de ver a mis amigos, de comer mis galletas favoritas y de hacer cualquier cosa que pudiera significar disfrute; no sólo porque había prioridades más urgentes, sino porque la carencia parecía ser la única compensación a la manera en que yo sentía faltarles a los demás.
Los sacrificios no han sido en vano, pues ahora me he reconciliado conmigo mismo. Me siento más completo y en paz con mi vida, y ello me ayuda a ser mejor padre, mejor familia, mejor amigo, mejor profesional. Ahora sí veo que crezco y todo me va fluyendo de nuevo. Mi energía es otra y puedo verla reflejada en lo que hago con pasión y en el efecto positivo que eso causa en los demás.
Los cambios radicales aterran, sin duda. Tomen por ejemplo al adicto que teme la rehabilitación. Sabe que el síndrome de abstinencia lo puede matar. O a quien pierde de repente a la persona de la que depende. Yo, sin embargo, no temía en realidad. Siempre tuve fe en que lograría acercarme a lo que quiero ser, y siempre estuve dispuesto a soportar lo necesario. Sólo era la culpa mi freno. y esto sólo podía tener un remedio:
el perdón
Nadie desea cambiar para ser o estar peor, sino para todo lo contrario. Todos queremos sentirnos más a gusto, y ello jamás será pecado si nuestra intención no es afectar a los demás. Pero sí podemos afectarlos aun sin quererlo, y hay algo que puede ayudar a sobrellevar esta consecuencia:
el compromiso
a asumir
a desechar
a limpiarse
a vivir la incomodidad
a soportar
a ayudar
a avanzar
a lograrlo
a tener éxito
a ser feliz
a devolver esa felicidad
Notas relacionadas:
- Feliz vida nueva (versión Neil Peart)
- Mi rison-guay
- Sin dinero da miedo, ¿verdad?
- De alante pa'trás
- El entusiasmo que revitaliza
- El sufrimiento positivo
- Se buscan superhéroes
- 25 citas que me motivan como músico
- Los 7 hábitos del artista altamente ineficiente
- El artruista (o el artista que es altruista)
Etiquetas:
adaptabilidad,
cambio,
carrera,
compromiso,
equilibrio,
iniciativa,
metas,
miedo,
motivación,
remordimiento,
responsabilidad,
satisfacción personal