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22 de marzo de 2011

El artista que olvida su rebeldía

Los artistas somos rebeldes por naturaleza. Como sea que ocurra, el cerebro se nos programa para intentar hacer las cosas de la manera menos convencional posible. Es una obsesión por ser distintos, por innovar, iniciar, liderar, cambiar tendencias, renovar estilos, revolucionar, probar que otras formas son válidas y meritorias, romper patrones, revolver paradigmas, refrescar métodos, mezclar lo inmezclable, decir lo indecible, pintar lo inimaginable, cantar el tabú, bailar la indecencia, personificar la fantasía, esculpir el agua, fotografiar lo que nadie ve.

Hacer lo que nadie haga.
Hacer lo que nadie se atreva a hacer.

La rebeldía se fundamenta en la premisa de que las cosas no las tenemos que hacer como los demás las hacen, y un justificativo es que no hay justificativo para invalidar esa posición.

31 de enero de 2011

Me quedan 112 canciones de vida

Hace unos seis años, mi hermano me regaló una Palm Tungsten E2 y, siendo yo un fan de las agendas digitales desde hace muchísimo tiempo, el modelito se volvió mi secretaria personal desde entonces.

Pero esta nota no es para publicitar un producto electrónico que quizás esté obsoleto. El asunto es que el aparatito tiene instalado un juego de solitario; ya saben, el de naipes. En un principio, cuando tenía que matar el tiempo en una sala de espera, leía otro capítulo de algún libro en su pantallita (recuerdo que leí todo El Código Da Vinci y la biografía de Rush en mi Tungsten); pero luego me limité a jugar solitario. "¿Que espere unos minutos? Está bien". (A jugar solitario). "¡No, ¿el vuelo se retrasó?! Ni modo". (A jugar solitario).

Esta mañana me tocó esperar y le di al juego. Entonces quise ver las estadísticas para saber si el número de victorias estaba a mi favor o al de la computadora. Fue cuando noté un número algo espeluznante:

12 de agosto de 2010

Mis 17 razones para caminar la calle con un nuevo CD

Como ya les mencioné, salgo esta vez a la calle como un músico ambulante a entregar mi nuevo disco, Pasado Mañana, producido a mi manera, en lugar de hacer que una compañía lo fabrique y lo coloque en discotiendas. Para difundir mi música, mis actos han de ser coherentes con lo que creo y deseo, y estos son mis motivos:
  1. ¿Por qué no?
  2. Quiero salir de mi zona de confort y vivir algo nuevo, hacer algo que nunca he hecho. Quiero la aventura. Quiero la experiencia.
  3. Quiero confiar en el futuro incierto, que no tiene por qué ser adverso. Quiero seguir disfrutando de lo inesperado.
  4. Quiero fluir y dejar que las cosas pasen. Quiero perder el control y saborear la consecuencia.
  5. Quiero andar sin detenerme y dejar de propiciar que me detengan.
  6. Quiero vivir el romanticismo detrás de la idea del músico de calle, el inicio, el origen antes de que todo se desvirtuara con la industria del disco, sus rollos legales y el bizarro mundo que crea.
  7. No me interesan la fama, el reconocimiento y la riqueza fácil. Quiero la conexión, la transmisión, la simbiosis.
  8. No quiero vivir en un mundo de apariencias. No soy estrella ni soy inalcanzable.
  9. Quiero conocer más directamente a quienes pueden estar buscando lo que dicen mis canciones.
  10. Me motiva grabar melodías y salir a compartirlas de inmediato sin trabas, sin burocracia, sin intereses mezquinos, sin la injusta demora, sin la injusta remuneración, sin la competencia absurda.
  11. Me motiva el valor especial que tiene el trabajo artesanal que surge de un esmero más genuino.
  12. Quiero hacer más único lo que sale de mí.
  13. Quiero extender la experiencia de la sala de conciertos; quiero llevarla más allá del asiento en el auditorio.
  14. Quiero ser más considerado con lo que hago. Quiero apoyar una obra benéfica con una contribución más expedita que no dependa de aprobaciones y lentos procesos contables.
  15. Para algunos será rebajarse; para mí es avanzar por otro camino, feliz.
  16. Sólo yo soy responsable de lograr lo que quiero.
  17. Quiero el reto y probar que es muy poco lo que hace falta para lograr mucho.
Qué haré con mi disco

Antes de comenzar las presentaciones con mi banda, saldré a la calle a cantar, a hacer que otros me escuchen; sin micrófonos, sin tarima; en mi ciudad y fuera de ella. A quien me invite, lo visitaré y le daré música. A quien me llame, le cantaré. A quienes estén muy lejos, les llegaré de la manera en que se pueda. Quien quiera saber dónde estaré, ¡que me lea en Twitter! Quien quiera distribuir mis canciones en su país, que me contacte y le envío el material; ¡no cobro regalías! (es un concepto que no respaldo). Quien lo quiera, me pararé a su lado en la foto y le dejaré mi dedicatoria. Quien quiera tenerme, me tendrá. Quien quiera compartirme, me multiplicará. Quien quiera mi tiempo, se lo daré.
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29 de diciembre de 2009

Oportunidad

Alguna vez te ignorarán; pedirás y no te darán; preguntarás y no te responderán; dirás y no querrán escucharte; amarás a cambio de frialdad, temor e incomprensión; te esforzarás al máximo y lo que hagas no trascenderá.

Y esa falta de reacción no se deberá a que merezcas rechazo ni a que los demás sean incapaces de apreciarte. La razón es sencilla:

Llegas tarde o demasiado temprano.
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Notas relacionadas:

8 de diciembre de 2009

Feliz vida nueva

Diciembre 31, 2008. Se acercaba la medianoche y el inicio de otro calendario. Podía imaginar lo que pensaba mucha gente. El instante en que todo el mundo quiere cambiar. El instante en que muchos se prometen algo fabuloso. Los minutos de amor y esperanza. Cohetes al cielo. Nube de pólvora. La energía de un rito anual que refuerza el reinicio.

Porque me tocó y porque así lo quise, yo me encontraba solo en casa, en pijama y en silencio, viviendo la ceremonia. Al dar las doce, hice pausa en un diseño que boceteaba para mi website y me asomé al balcón. Unas lágrimas, un beso a distancia a mi hijo a través del Atlántico, y una sonrisa porque podía ver que era real la diferencia. No me prometía cosas nuevas; ya las estaba viviendo.

Una noche de purificación que jamás olvidaré.

Hace unos años inicié un cambio radical de mi vida. Ahora son distintos mis paradigmas, mis creencias, mi fe en mí mismo, mi imagen de mí mismo, mi imagen de los demás, mi visión del sitio en donde estoy y del lugar adonde quiero ir. Ha cambiado lo que dejo entrar en cuerpo y mente. Han cambiado mis ritmos, mis rutinas, mis costumbres, mis manías, mis defectos, mis capacidades, mis promesas. Pasé de productor anónimo a ser escuchado y leído por miles de personas en el mundo. La mayor parte de la gente con la que estoy en contacto ahora es más desconocida y, aun así, más cercana. He desechado lo inútil, material e inmaterial; y he conocido lo que se siente cuando no se tiene nada. Me he alejado de quienes sólo toman y no dan; y he terminado relaciones tras descubrir que no puedo ofrecer ni recibir más nada bueno. Además, me he aislado en casa o en lugares muy remotos para meditar y vivir a plenitud la metamorfosis.

Un buen día, concluí sobre mí mismo algo que canta Paul McCartney en Yesterday: que ya yo no era ni la mitad del hombre que solía ser. Me había encogido. Lejos de crecer y evolucionar, estaba en realidad en paso retrógrado. En mi afán por tener más control de todo, había perdido el control de mí mismo y ya no era mi propio dueño. Mi guitarra quedó arrinconada y el escribir y grabar nuevas canciones era una tarea de menor prioridad en la agenda. La música que llegaba a hacer era de los demás. Los proyectos eran de otros. Los sueños que ayudaba a realizar eran ajenos. El miedo al fracaso que siempre había querido evitar les había quitado relevancia a mis anhelos. Había perdido la fe en mi desarrollo como artista y me había resignado a no sentirme realizado como quería. Ya no sabía quién era ni para qué estaba aquí. Lo bueno es que todo era más cómodo.

Pero la frustración y la insatisfacción me oscurecieron el carácter, afectaron mi manera de ser y me volvieron un Grinch; y había algo que me robaba toda posibilidad de mejorar:

el remordimiento

No quería seguir siendo responsable de la infelicidad que podía causar mi infelicidad; sin embargo, si quería cambiar todo de raíz y hacer lo que yo deseaba, debía estar consciente de la manera en que ello seguramente afectaría a la gente más directa y cotidianamente relacionada conmigo:

mi familia

Porque mi transformación requería sincerar muchas cosas, renunciar a muchas otras, y pasar por todo eso que menciono arriba y que la mayoría puede tildar de egoísta. Mi renovación implicaba un reajuste de responsabilidades, la amenaza del fracaso financiero y de la decepción en otros, lo abrumador que puede ser un nuevo comienzo con incertidumbre, las noches de soledad e insomnio, y el agobio que traen esos momentos de debilidad cuando quieres dejar todo como estaba antes.

Y la culpa que causa el remordimiento puede ocasionar algo más:

el autocastigo

Porque algunos hemos crecido pensando que es condenable ser individualistas y atender sólo lo propio, y esos pensamientos acosan y atentan. Se supone que no debemos hacer "lo que nos dé la gana" porque, de alguna manera, terminamos siendo "desconsiderados". Son ideas que entonces revierten en privaciones: una especie de pena para quien puede terminar creyendo que no merece nada por hacer algo repudiable. También pasé por eso. Dejé de ver a mis amigos, de comer mis galletas favoritas y de hacer cualquier cosa que pudiera significar disfrute; no sólo porque había prioridades más urgentes, sino porque la carencia parecía ser la única compensación a la manera en que yo sentía faltarles a los demás.

Los sacrificios no han sido en vano, pues ahora me he reconciliado conmigo mismo. Me siento más completo y en paz con mi vida, y ello me ayuda a ser mejor padre, mejor familia, mejor amigo, mejor profesional. Ahora sí veo que crezco y todo me va fluyendo de nuevo. Mi energía es otra y puedo verla reflejada en lo que hago con pasión y en el efecto positivo que eso causa en los demás.

Los cambios radicales aterran, sin duda. Tomen por ejemplo al adicto que teme la rehabilitación. Sabe que el síndrome de abstinencia lo puede matar. O a quien pierde de repente a la persona de la que depende. Yo, sin embargo, no temía en realidad. Siempre tuve fe en que lograría acercarme a lo que quiero ser, y siempre estuve dispuesto a soportar lo necesario. Sólo era la culpa mi freno. y esto sólo podía tener un remedio:

el perdón

Nadie desea cambiar para ser o estar peor, sino para todo lo contrario. Todos queremos sentirnos más a gusto, y ello jamás será pecado si nuestra intención no es afectar a los demás. Pero sí podemos afectarlos aun sin quererlo, y hay algo que puede ayudar a sobrellevar esta consecuencia:

el compromiso

a asumir
a desechar
a limpiarse
a vivir la incomodidad
a soportar
a ayudar
a avanzar
a lograrlo
a tener éxito
a ser feliz
a devolver esa felicidad
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16 de septiembre de 2009

Los comienzos sin final

Hace un par de días mi hijo comenzó a ir a la escuela y recordé cuando tiempo atrás quería caminar y me alzaba sus brazos para que yo le sirviera de apoyo. Anteayer me los alzó de nuevo porque quería que lo cargara y lo sacara de allí. No quería entrar a conocer maestra; no quería entrar a jugar aunque yo le hubiera prometido que eso haría. Era otra primera vez que lo aterraba, pero con suavidad le bajé los bracitos y le dije "Anda, ve a jugar y a aprender cosas nuevas con los niños, y luego me enseñas a mí". Lo que quería decirle era "Hijo, comienza".

¡Qué fácil es decirle a otro que comience!, sobre todo si es un niño pequeño que no argumenta excusas. Qué difícil es iniciar algo de adulto cuando eso que empezamos sólo depende de nosotros mismos. Siempre hay algo que atenta contra nuestro propósito de comenzar a pesar de que nada es en realidad capaz de detenernos. Siempre hay algo interno que nos traiciona con esos pensamientos saboteadores: "mejor espero", "cuando tenga plata", "cuando tenga más tiempo". Por eso me encanta el personaje de Forrest Gump, y quizás en estos días me siento como él en esa escena en que despide a su pequeño antes de subir éste al autobús escolar por primera vez en su vida.

La gran mayoría de nuestros comienzos tienen un final díficil de pronosticar con exactitud. Al iniciar la escuela, no sabemos si seremos biólogos, directores técnicos de una selección de fútbol, diseñadores o desertores escolares. Al comenzar con un nuevo empleo, no sabemos con exactitud cuánto duraremos en él, ni sabemos si será realmente la puerta que se abra a otras mejores oportunidades o la puerta que se cierre y nos aísle del avance. Igualmente, cuán impredecible puede ser una relación de pareja que nace.

Podemos tener un objetivo y a diario imaginarnos su logro como una manera de motivarnos, podemos aplicar los métodos que otros han probado para conseguir nuestras metas, podemos tener el conocimiento y el carácter necesarios; y descubrir luego que no es lo que esperábamos, que ya no es lo que queremos, que las maneras eran erradas, que una mala decisión nos cambió el curso, o que algo mucho más provechoso nos llegó sin preverlo. Hay una mínima dosis de caos que nos lo hace todo, si bien interesante, difícil de controlar a plenitud también.

Y los adultos queremos tener control de todo. Se supone que debemos tenerlo. Nos preparamos para evitar el azar, para comenzar en A y llegar a B siguiendo la línea más recta posible.

Pero los niños pequeños no piensan en llegar a B. Ni siquiera saben que están en A y no saben que están comenzando. Su pasado es breve y su futuro se limita a presentir la consecuencia inmediata de lo que en este momento están haciendo. Sin embargo, cada día es un inicio, una primera vez, una sorpresa, un descubrimiento, un paso más hacia B, hacia K, hacia P, hacia algún punto porque todos son posibles y no hay por qué pensar que alguno será malo.

Con esa ingenuidad de infante en kindergarden comencé a escribir este blog hace exactamente un año. Aunque mi motivación era clara, no pensé en continuidad ni en meta. No sabía si sería una actividad persistente ni sabía en qué iría a terminar mi propósito. Ni siquiera sabía que era el comienzo de algo que no veía. Ahora me he puesto a compilar todas estas notas en un gran archivo de texto para luego compartirlo como un e-book, y es sorprendente para mí que ya esté rondando las 200 páginas. Sin saberlo, hace un año empecé a escribir el libro que por muchísimo tiempo quise realizar. Increíble. Ahora me siento muy agradecido con quienes me han estado leyendo por ser esos expectadores omnipresentes que también motivan al artista en mí. He confirmado que, como bien dice una canción que me gusta mucho, "la finalidad de partir no es llegar".

Por supuesto, lo importante es que queramos partir y partamos; lo importante es que queramos comenzar y comencemos, aunque el final sea incierto.

(Dedicado a Dayana y a Chucho)
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17 de agosto de 2009

El artruista (o el artista que es altruista)

La mayoría de quienes creamos arte pasamos por una primera etapa del más puro egoísmo, cuando sólo nos importan lo que nos pasa, lo que necesitamos aprender, lo que queremos tener, lo que queremos expresar como experiencias y opiniones únicamente personales. Es la fase en la que somos ególatras y egocéntricos, y el período en que se vuelve obsesión el que nos valoren. Queremos ser mejor que los demás y medimos nuestra valía según nuestra fama y según la gente con la que nos codeamos. Creemos que nuestros talentos, nuestras obras y nuestro esfuerzo nos hacen merecedores de mucho, de la completa atención hacia todo lo que se nos ocurra hacer, del apoyo incondicional, del reconocimiento a través del premio que confirma, del tributo halagador. Es cuando nos parece casi condenable con horca cualquier acto de plagio o piratería y despreciamos al irrespetuoso que nos pida algo gratis. O, por otra parte, es cuando creamos sólo por amor al arte sin importar si nos ganamos el sustento o no, para luego aislarnos en un reducido círculo de amigos que nos aprecian la obra, con la idea de que, si alguien llega a interesarse en nosotros como artistas, ¡que nos busque!; eso sí, sin pretender cambiar nada en nosotros.

Pero luego, en el momento más impredecible, entramos (¡ojalá!) en una segunda etapa, justo cuando entendemos que nuestros dones y lo que hacemos con ellos no son fin sino medios; son aquello que usamos para cumplir una misión de vida que ya concientizamos. Vemos que la expresión, el placer, el entretenimiento, la reflexión, ya no son únicamente nuestros; son también de quienes nos siguen, gente que en realidad llega a admirarnos no por lo que somos, sino por lo que provocamos dentro de ella. Comprendemos que nuestro arte puede inspirar, abrir mentes, construir puentes, iniciar ideas, innovar, promover, mejorar, conmover, difundir cultura, enseñar, comunicar. Ahora nos enfocamos más en los demás y en sus necesidades, no únicamente en las nuestras. Caemos en cuenta de que incluso contribuimos a la economía local --o mundial-- con la creación de obras que ponen en movimiento industrias de todo tipo; y no nos sentimos indignos al recibir compensación por un trabajo que es, por naturaleza, tan servicial y social como el de un maestro o un bombero; ni menospreciables o paranoicos por regalar productos de nuestra inspiración. Podemos ser voceros y llamar la atención hacia obras benéficas, creencias religiosas, posiciones políticas, el bien común. Podemos ayudar a sanar el espíritu de incluso a quien desconocemos. Podemos trascender, si no en tiempo, al menos en espacio. Podemos ser útiles.

Está claro que hacer arte puede volvernos poderosos, y todo poder exige responsabilidad, demanda un buen uso. Para utilizar nuestro talento de la mejor forma y evitar desperdiciarlo, hemos de manifestar algo de altruismo.

Y tú, ¿ya eres artruista?
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25 de marzo de 2009

De alante pa'trás

Somos eternos buscadores. Se nos va la vida tratando de alcanzar algo, amor, salud, riqueza, paz, realización, lo inalcanzable. Y a menudo nos sentimos insatisfechos, por la sencilla razón de que no conseguimos aquello que se nos escurre cruelmente, o porque no saboreamos lenta e intensamente lo que al fin tenemos.

Prefiero vivir "de alante pa'trás", de la meta al inicio. Hoy me declaro ya feliz en búsqueda de un triste que contagiar. Vivo la emoción en este instante y salgo a esperar lo que emociona, y a emocionar. Hago el amigo y luego empiezo a crear para él, pues ya lo conozco y no lo imagino como un "target" en pos del cual debo inventar primero. Comienzo en este momento mi retiro, mi jubilación, y trabajo para pasar el tiempo, porque la labor como medio para lograr algo, amarga. Muero en este minuto con la ilusión de nacer al siguiente, y me doy un regalo a diario para celebrarme la vida sin esperar mi cumpleaños.

Ya llegué; adonde iba, ya llegué. Y quizás no es como esperaba, pero aquí estoy y la meta deja de serlo. ¿Ahora qué? Asimilo y me devuelvo. Por otro sendero, nuevo, o igual, no importa. Y revivo experiencias sin importarme el lugarcomún de que lo pasado es pasado, el presente es lo que hay y el futuro no existe; pues el presente en realidad no es más que un efímero segundo que se une a otros transcurridos que se acumulan en todo lo que queremos recordar u olvidar; el pasado perdura y se atesora (aun cuando pueda ser malo), y el futuro nos alimenta cada instante al imaginar lo que anhelamos o al temer lo que evitamos.

El futuro, la meta, está aquí, y deja de serlo. Cada palabra en este texto era devenir hace un minuto; ahora es pretérito de otra que la sigue, y vuelve a transformarse en destino para alguien cuyo camino llegue a hacer pausa en esta página, que nunca es la misma y nunca se sabe qué seguirá siendo. Así quiero andar, en vivencia actual de mi pasado y mi futuro, sin buscar nada, pues ya todo está aquí, y aquí acabo.
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