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15 de noviembre de 2010

De cuando defendí a Ilan Chester en la TV

El pasado 11 de noviembre, Ilan Chester se ganó un Grammy en Las Vegas y ello me emocionó por la asociación que puedo hacer de la noticia con recuerdos en mi memoria. Un día después, alguien compartió conmigo un especial video que terminó siendo el último empujoncito necesario para lanzarme definitivamente a escribir sobre Ilan (algo que tenía pendiente desde hace tiempo; el video está más abajo).

Como muchísimos venezolanos, me percaté de la existencia de este cantautor a principios de los 80, cuando su Canto al Ávila me cautivó. Siendo yo un adolescente que se iniciaba como compositor y tecladista, descubrir que en mi ciudad alguien hacía lo que yo soñaba hacer a ese nivel, fue inspirador. Franco De Vita comenzaba su auge también y tenía su nosequé; Aditus, con George Henríquez en las teclas, me contagiaba; pero yo me identificaba con Ilan. Su voz era simplemente la más expresiva, versátil y mejor controlada de todas; sus arreglos giraban en torno a su trabajo en el piano y los sintetizadores, con un lenguaje de pop, jazz, rock, blues y ritmos latinos, muy balanceado, muy elegante, muy bien pensado, muy digerible. Me sonaba a Billy Joel, a Toto, a Elton John; y era hecho en mi país en un momento en que yo necesitaba un modelo a seguir que fuera más local.

Y mi admiración nació. Ilan se volvió algo así como el maestro a igualar. A él lo comenzaron a llamar "el músico de Venezuela", y así lo veía yo. No era el fan común; era el novato que reconocía talentos que deseaba desarrollar.

Los años pasaron y fui caminando los kilómetros de mi propia carrera. Grabé mi primer disco y al poco tiempo nos cruzamos. Fue en 1994, en un estudio de ensayo; yo con mis músicos en una sala; él con los suyos en la de al lado. Y sentí la necesidad de rendir el tributo, de expresar gratitud por la inspiración; así que le escribí algo en el librito de un CD mío y me le acerqué en el lobby la siguiente vez que coincidimos en el lugar.

No recuerdo qué le dije, pero sí tengo grabada la imagen de cuando nos dimos la mano, de la expresión en su rostro cuando le di el disco. Creo que simplemente le manifesté que lo tenía en alta estima y que ese regalo era lo mejor de mí que podía darle en agradecimiento. ¿Cuál había sido luego el destino final de mis canciones? ¿Las habría escuchado? ¿Se le habrían perdido? Si llegó a escucharlas, ¿le gustaron? Ni idea, y no importaba; yo quería el acto simbólico y quedé satisfecho.

Luego en el 96, Ilan dio sus conciertos de "despedida", una jugada que se mercadeó de una manera ambigua y que hasta el día de hoy se sigue recordando, puesto que, obviamente, él nunca se retiró como músico. Yo fui a uno de esos shows, que es otro de mis recuerdos gratos porque fue el preámbulo de una noche notablemente romántica para mí ;)

Pero yo sí entendí lo que pasó. Chester no se despedía de los escenarios ni se estaba jubilando. Como de hecho fue, se estaba retirando de la disquera que lo tenía contratado y se declaraba oficialmente un artista independiente, sin ataduras; una decisión valiente. Era otra coincidencia con mi situación. Yo estaba entrando en esa etapa de completa decepción, frustración y estancamiento, porque mi sello discográfico se volvía un caos y la posibilidad de firmar con otro que me diera libertad plena de hacer lo que yo quisiera musicalmente, se había vuelto utópica. Mi independencia era inminente.

Y la independencia de Ilan comenzaba a dar frutos. Para el 97, su valentía lo había llevado a versionar el himno nacional de Venezuela como una balada pop, la más hermosa y sensible interpretación de ese símbolo patrio que he escuchado en mi vida. La sencillez de su voz y su piano, y el sentimiento en la ejecución volvió nuestro canto patriótico algo más personal con lo que era más fácil identificarse. Pueden escucharlo en el video; aquí está.



Ya no era el arreglo coral y orquestal cansón y quemado que nos obligaban a oír antes de comenzar clases en la escuela. Esa nueva versión fresca y emotiva me tocaba más directamente la fibra de venezolano y me recordaba el osado acto que había realizado Jimi Hendrix unos 30 años antes, cuando el himno de Estados Unidos vibró en su guitarra eléctrica ante el público de Woodstock.

El de Ilan era un atrevimiento que causó polémica. Fue cuando una alumna de piano que yo tenía entonces me dijo: "Me invitaron a la TV para discutir sobre si está bien que el himno nacional sea interpretado como a la gente le dé la gana. ¿Quieres acompañarme?"

El programa era el famoso A Puerta Cerrada que conducía la periodista Marietta Santana en Radio Caracas Televisión; y allí me vi entre puristas y vanguardistas, músicos y académicos. No recuerdo tampoco mis palabras exactas ese día, pero obviamente fue un argumento en contra de la posición tradicionalista de un profesor del conservatorio de música en el que yo había estudiado; en apoyo a una grabación que, lejos de irrespetar, enaltecía; en apoyo a la personalización, a la libre expresión, a la validación de una particular muestra de nacionalismo cuya melodía, por cierto, era la misma de la canción de cuna que solía escuchar de pequeño.

Duérmete mi niño
que tengo que hacer...

Justo en esos meses conocí de la nada a Harry Lerner, un melómano que buscaba quien le enseñara a su hijo adolescente a usar su nuevo sintetizador, una tarea que asumí con placer porque se trataba de un muchacho con un gran talento (hablo de Salomón Lerner, director musical del reciente montaje de Jesucristo Superestrella en Venezuela; así de bueno resultó). Y en una de esas tertulias musicales que solía tener con él, Harry me dice que estudió con Ilan en el colegio y me cuenta lo cerca que vivió sus inicios. Yo, por supuesto, le cuento que lo admiro y blablablá, y entonces él me lanza la perla: "¿En serio? Los voy a invitar a él y a ti a cenar en casa para que lo conozcas mejor".

Y así pasó. Esa noche Ilan Chester y yo fuimos, por igual y en el mismo sitio, invitados especiales de una velada. Para mí, fue dimensionar al personaje y completar el modelo inspirador. En el estar, antes de comer, al lado de su esposa de entonces y de sus hijos, me dio una razón reveladora y muy bien fundamentada de su vegetarianismo; y conversando de otras cosas, entendí más su peculiar arrogancia y seguridad en sí mismo.

En la mesa, surgió lo del programa de TV y sus comentarios lo sellaron todo. A él no le importaba lo que los demás dijeran; su espíritu era libre; su fe en lo que hacía era indestructible; y yo terminé de convecerme. Me declaré artista independiente para siempre. Ya no importaba radio, ni TV, ni disqueras, ni controles. A hacer música como quisiera sin rendir cuentas.

Luego de cenar, subimos a la habitación de Salomón y los tres tocamos algo en su sintetizador. No nos pusimos a cantar ni nada así; fue sólo una especie de intercambio de opiniones sobre la peculiaridad tecnológica del aparato. Cuando le mencioné el episodio de mi disco como regalo, me dijo que lo recordaba ¡y que le había gustado! Y eso es lo último que me queda de esa ocasión. Más nunca lo vi en persona; más nunca coincidimos.

Todo eso pensé fugazmente cuando supe que había ganado el Grammy. Me emocioné también porque es un artista independiente obteniendo un premio que tradicionalmente se lleva gente de megadisqueras que suena en la radio hasta la locura. Era un reconocimiento merecido desde hace tiempo, y aquí lo celebro en mi rincón personal, desde mi óptica. Gracias de nuevo, Ilan.
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Notas relacionadas:

12 de agosto de 2010

Mis 17 razones para caminar la calle con un nuevo CD

Como ya les mencioné, salgo esta vez a la calle como un músico ambulante a entregar mi nuevo disco, Pasado Mañana, producido a mi manera, en lugar de hacer que una compañía lo fabrique y lo coloque en discotiendas. Para difundir mi música, mis actos han de ser coherentes con lo que creo y deseo, y estos son mis motivos:
  1. ¿Por qué no?
  2. Quiero salir de mi zona de confort y vivir algo nuevo, hacer algo que nunca he hecho. Quiero la aventura. Quiero la experiencia.
  3. Quiero confiar en el futuro incierto, que no tiene por qué ser adverso. Quiero seguir disfrutando de lo inesperado.
  4. Quiero fluir y dejar que las cosas pasen. Quiero perder el control y saborear la consecuencia.
  5. Quiero andar sin detenerme y dejar de propiciar que me detengan.
  6. Quiero vivir el romanticismo detrás de la idea del músico de calle, el inicio, el origen antes de que todo se desvirtuara con la industria del disco, sus rollos legales y el bizarro mundo que crea.
  7. No me interesan la fama, el reconocimiento y la riqueza fácil. Quiero la conexión, la transmisión, la simbiosis.
  8. No quiero vivir en un mundo de apariencias. No soy estrella ni soy inalcanzable.
  9. Quiero conocer más directamente a quienes pueden estar buscando lo que dicen mis canciones.
  10. Me motiva grabar melodías y salir a compartirlas de inmediato sin trabas, sin burocracia, sin intereses mezquinos, sin la injusta demora, sin la injusta remuneración, sin la competencia absurda.
  11. Me motiva el valor especial que tiene el trabajo artesanal que surge de un esmero más genuino.
  12. Quiero hacer más único lo que sale de mí.
  13. Quiero extender la experiencia de la sala de conciertos; quiero llevarla más allá del asiento en el auditorio.
  14. Quiero ser más considerado con lo que hago. Quiero apoyar una obra benéfica con una contribución más expedita que no dependa de aprobaciones y lentos procesos contables.
  15. Para algunos será rebajarse; para mí es avanzar por otro camino, feliz.
  16. Sólo yo soy responsable de lograr lo que quiero.
  17. Quiero el reto y probar que es muy poco lo que hace falta para lograr mucho.
Qué haré con mi disco

Antes de comenzar las presentaciones con mi banda, saldré a la calle a cantar, a hacer que otros me escuchen; sin micrófonos, sin tarima; en mi ciudad y fuera de ella. A quien me invite, lo visitaré y le daré música. A quien me llame, le cantaré. A quienes estén muy lejos, les llegaré de la manera en que se pueda. Quien quiera saber dónde estaré, ¡que me lea en Twitter! Quien quiera distribuir mis canciones en su país, que me contacte y le envío el material; ¡no cobro regalías! (es un concepto que no respaldo). Quien lo quiera, me pararé a su lado en la foto y le dejaré mi dedicatoria. Quien quiera tenerme, me tendrá. Quien quiera compartirme, me multiplicará. Quien quiera mi tiempo, se lo daré.
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Notas relacionadas:

19 de mayo de 2009

13 mitos que debería desechar un artista musical emergente

Son falsedades con las que me he topado en foros de discusión y en entrevistas de radio y TV. Llegaron a ser mis creencias simplemente porque otros colegas las tenían y porque mi propia experiencia me las reafirmaba. Pero mi realidad, a decir verdad, era el resultado de lo que llaman "profecías autocumplidas", no de que estas ideas fueran ciertas.

Si crees que algo pasará, pasará, sea bueno o malo. Algunos crean su camino basados en una fe en sí mismos y en cosas buenas que vienen. Otros atentan contra su propio avance basados en el principio de que "así se deben hacer las cosas y no hay más remedio que sacrificarse para surgir".

Pero "así" no deben ser las cosas. Para dedicarnos a la música con más control de lo que hacemos y más satisfacción, necesitamos desechar muchos mitos, y estos son algunos de los que afortunadamente he desechado en lo personal:

1. Hacer música es un trabajo difícil. Pues, no lo es. No puede ser difícil algo que te gusta hacer, así parezca complicado o exigente.

2. Hace falta mucha plata para surgir. ¿Qué es "surgir"? Es crecer como profesional y recibir de parte de los demás muestras de que estamos creciendo. De todos los músicos que a diario van surgiendo, haciendo mejores canciones, volviéndose mejores intérpretes, dando a conocer su arte entre más gente, vendiendo más CDs/mp3s cada semana o atrayendo más asistentes en cada concierto, ¿cuántos son millonarios? El gasto abundante no es requisito.

3. Siendo músico de fin de semana se llega a ser músico de semana entera. A esto respondo algo que ya he dicho: Si te dedicas a lo tuyo a medias, tus resultados serán a medias.

4. El progreso de tu carrera depende de que un productor te escuche y te apoye. En música, el progreso depende de cuánto te desarrolles, de cuánto mejores la calidad de lo que haces, de cuán auténtico es tu arte y de cómo interactúes con tus seguidores. Más importante es la comunicación con tu público (sea pequeño o grande) que la aprobación de un productor.

5. Sólo tocando en vivo te puedes dar a conocer más masivamente. Algo así fue necesario para los Beatles a mediados del siglo pasado. La dinámica es otra ahora. Si crees ciegamente en este mito, los dueños de los locales nocturnos seguirán aprovechándose de tu desesperación por tocar frente a 50 personas un lunes sin importar si te pagan.

6. Hay que grabar demos. Las grabaciones de demostración, que algunos llaman "maquetas", se producían antes para llamar la atención de una disquera con algo hecho a bajo costo. Ahora puedes grabar un disco en tu casa con una computadora, y las disqueras lo saben. ¿Para qué grabar demos de mediana calidad cuando el estándar se ha elevado y cuando puedes lograr un producto terminado por tus propios medios? Es mentalidad del siglo pasado también.

7. Si no grabas un disco, no eres nadie. Errado. En realidad no existes como artista musical si nadie te escucha; es lo elemental. Además, los fans hacen sus propios discos al combinar las canciones que disfrutan como mejor les plazca. La gente escucha canciones, no discos. Y tu éxito no depende de cuántos álbumes grabes; depende de cómo te comuniques emocionalmente con tu público.
8. Si no suenas en radio, no eres nadie. La radio ya no es imprescindible para hacerte escuchar. Mejor opta por meterte en iPods, por ejemplo.

9. Es necesario tener influencias y suerte. No, te repito que te irá bien si te conectas emocionalmente con tus oyentes y si crees genuinamente en lo que haces. Inspírate e inspira.

10. No hay sitios donde tocar. Mentira. Tocarás y cantarás donde estés, donde quieras y cuando quieras, si quieres. Comienza a querer y hazlo realidad. Ahora. ¿Que es difícil? Vuelve a leer el mito número 1 arriba.

11. Todos deberían apoyar el talento local. Me parece un principio fascista y populista que, de paso, promueve la mediocridad. La gente sólo escucha música que le transmita algo y la haga sentir. No esperes apoyo de nadie que no se fundamente en la capacidad que tiene tu arte de emocionar. El origen del apoyo es irrelevante; y el apoyo auténtico no es una obligación, es una recompensa por la simbiosis que causa tu música, no por ser de donde eres.

12. La piratería hunde la industria musical. No, la piratería evita que las productoras fonográficas hagan más dinero y que los artistas renombrados ganen más regalías. No sé de ningún practicante de la piratería musical que haya sido acusado de plagio. La autoría de obras siempre se ha respetado. Los piratas sólo han alterado la manera en que se distribuye el dinero que produce la música, infringiendo leyes que defienden a los que tienen el derecho exclusivo de hacer copias (copyright), que en el mundo real son las disqueras. Tarde o temprano, será una práctica aceptada y regulada de otra forma simplemente porque la música grabada gratuita se está convirtiendo en un estándar.

13. Si tienes talento, es suficiente para que la gente te admire y te siga. Bájate de esa nube. Es como afirmar que alguien se enamorará de ti porque tienes ojos bonitos. Tampoco ocurrirá porque te vean más a menudo. Una vez más, es un asunto de conexión. Tu talento es un medio, no un fin.

Recordé algunas otras creencias infundadas que pueden limitar y frenar nuestro quehacer, y no las incluí porque me parecían derivadas de las que ya he mencionado. Si saben de otro mito que deba ser incluido, dejen su comentario o escríbanme cuando gusten. Siempre es gratificante ser rebelde con causa.
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Notas relacionadas:

1 de noviembre de 2008

Sí a la payola

Ser artista independiente es una delicia, en serio. Lo que muchos llaman una carrera de sacrificios, injusticias, dificultades, trabas, decepciones y desilusiones, sueños de lenta realización que requieren "buena suerte", y frustraciones acumuladas que endurecen el alma, es en realidad una fabulosa oportunidad para aprender mientras intentamos aplicar nuestra creatividad en todo lo que nuestra labor implica, no sólo lo esencialmente artístico, sino también lo necesariamente empresarial. Y es precisamente ese aspecto -todo lo relacionado al negocio, al mercado, a la industria musical- lo que a menudo choca estrepitosamente contra el espíritu romántico del músico independiente.

Mis amigos colegas siempre se están quejando de ello, con razones de mucho peso, debo admitir; pero a menudo trato por mi parte de predicar una también independencia de esa manera de pensar. Ser artista independiente no implica hacer las cosas solo mientras se espera el premio gordo del apoyo de una compañía grande que juegue al negocio, nos dé dinero y nos haga famosos. No, esa es la premisa errada, les digo con respeto. Ser artista independiente implica la no necesidad de tener el apoyo de ese tipo de compañías, ya sean disqueras o emisoras de radio de gran difusión. El enfoque debe ser distinto para poder desarrollarnos placenteramente como músicos -o artistas en general- libre de ataduras. La idea es poder hacer música siempre, con o sin contrato disquero, no intentar hacer música con la mentalidad de que sólo podemos surgir cuando nos llegue el tan anhelado contrato. Siempre podrá ser beneficioso lograr un trato que garantice financiamiento de grabaciones, distribución masiva, promoción en abundancia y posibilidad de conocer gente más influyente; pero quienes se dicen llamar independientes y viven quejándose de que la industria comercial no los apoya y los ignora al punto de que les impide desarrollarse, caen en una contradicción que pide a gritos una resolución.

La música independiente se asocia con lo vanguardista, lo no comercial, lo que se desvía de lo tradicional y establecido como norma, y la no dependencia, claro, al menos como método de trabajo. Quienes se dedican a su arte en esta movida crean formas originales de difusión y distribución que han demostrado ser efectivas y lucrativas y que han redireccionado la manera de hacer las cosas en la industria. La tecnología nos ha llevado a una era de verdadera libertad creativa. Ahora cada quien puede tener en Internet su propio canal de TV privado, su propia galería de arte, su propia emisora de radio, y su propia disquera virtual, todos a los cuales tienen acceso millones de personas en todo el mundo. En este momento estoy escribiendo en mi propio periódico personal (de tiraje ilimitado y distribución internacional) y muy posiblemente quien me lee sienta la curiosidad de escuchar mi música, para lo cual ya le estoy dando acceso a mi propia "emisora" con transmisión las 24 horas del día. Y tengo también mi propio radio en mi reproductor de mp3, con las canciones que quiero escuchar cuando me plazca. Las redes sociales, como Facebook y MySpace, facilitan el libre intercambio de ideas, la colaboración fructífera entre personas con iguales inquietudes, y la distribución de contenido musical y audiovisual de una manera "viral" que puede convertir a alguien en estrella de la noche a la mañana. Es una tendencia que no decaerá, simplemente porque la comunicación digital se masificará aún más y el teléfono celular es ya un dispositivo de entretenimiento personal que lo tiene todo. Ahora el artista independiente le habla directa e instantáneamente a su público. Por otra parte, toda esta nueva dirección de la industria llevará irremediablemente a la desaparición de la radio como se ha conocido hasta ahora. Aquello para lo cual era necesaria ya no es lo que la mantiene. El músico independiente ya no la necesita para difundir masivamente lo que hace.

Una disquera es una empresa que presta dinero a un artista para que este grabe su música. El objetivo de su negocio es recuperar ese dinero con ganancias, por lo cual entonces se dedica a promocionar y vender discos de artistas que considera "mercadeables" o "rentables". ¿Es un modelo de negocio condenable? No. ¿Que sus contratos son leoninos? Sí, muchos aún lo son, pero en el pasado los artistas tenían que firmarlos: no había otra opción para grabar canciones y darse a conocer. Por otro lado, si no aparecías en TV o en cine, la radio era prácticamente la única alternativa que existía para lograr esa difusión y promover ventas, y el fenómeno de la payola surgió en realidad como reflejo de la ley de oferta y demanda. Si cinco disqueras quieren poner nueva música en cuatro minutos de transmisión que tiene disponibles una emisora en su programación, debería ponerse la canción de la que primero pague. ¿Es eso condenable? Yo creo que no. ¿Por qué? Porque es el mismo caso de las tres compañías de telefonía celular que quieren publicitar en la primera página de un periódico el mismo día, y de las cinco bandas independientes que quieren publicar el anuncio del lanzamiento de su nuevo CD en la página 3 de la edición de diciembre de la revista Rolling Stone. La que paga primero publica, no la que tenga mayor calidad, talento o carisma. Por cierto, también hay que considerar la posibilidad de que un anuncio o un artista choque por completo con la línea editorial de un periódico o la imagen de una emisora, un factor que también influye y se ha de respetar, ¿no?

Sin embargo, la payola es aún considerada uno de los más aborrecibles actos de corrupción y discriminación en una industria musical obsoleta que está atravesando un profundo cambio. Aun así, no veo razón para que sea considerada más discriminatoria que las otras maneras de difusión en las que hay que pagar para tener un espacio. Además, algo idéntico a la payola está abiertamente aceptado en los muchos portales de música independiente en Internet que ofrecen espacio promocional en su página principal al artista que pague una módica suma por dicho servicio. Las necesidades y las intenciones por fin se están sincerando.

Quienes condenan la payola, principalmente artistas independientes que desean difusión masiva a corto plazo (lo cual tampoco es condenable, aclaro), alegan que se está limitando el acceso a quien, por naturaleza, tiene derecho a un espacio, a una oportunidad, para dar a conocer su quehacer artístico, y que la transmisibilidad de un mensaje musical en un medio de comunicación público, gratuito, dedicado a ello y que tiene ingresos por publicidad no debe depender de un desembolso previo. Pero la radio comercial es también una industria que vende un servicio con limitaciones de tiempo y espacio. Sólo se pueden transmitir un determinado número de canciones, comerciales, programas de opinión y noticieros en el lapso de 24 horas en un determinado número de emisoras que caben en un limitado rango de frecuencia radial. Ah, y en el caso de Venezuela, donde vivo, están las frecuentes transmisiones en cadena de mensajes presidenciales que obligan a las emisoras a no poner más nada. ¿Cómo decidir qué canción, entre tantas que lo merecen, debe tener el privilegio de sonar en esos valiosísimos minutos? Es como tratar de conseguir en Caracas un apartamento espacioso, económico y en buena zona residencial. Aplicar la ley de oferta y demanda parece ser lo más democrático quizás (como se hace con los mensajes publicitarios); o hacer una especie de lotería diaria en la que se meten los títulos de todas las canciones que llegan a una emisora en un gran bombo para que una mano inocente, con la presencia de un notario público que luego lo certifique, escoja los temas afortunados que habrán de sonar. Como sea, es injusto para muchos artistas con pocos recursos económicos que merecen el gran apoyo que significa el alcance de una emisora de radio. Por eso han surgido muchas estaciones virtuales, como songvault.fm, que acogen la música de cualquier artista para que sean los oyentes, con sus votos, quienes escojan las canciones que merecen mayor difusión.

Además, existen otros detalles que considerar. ¿Quién recurre a la payola? ¿Qué artista suena en radio hasta la saciedad gracias a un previo pago? ¿Cuál es el perfil de esos artistas y qué impresión da con respecto a la situación actual de la industria musical? Como artista, ¿adónde quiero ir y qué quiero lograr? ¿Quiero vender discos? ¿Quiero fama instantánea? ¿Necesito verdaderamente el apoyo de una emisora que practica la payola? ¿De ello depende mi desarrollo? ¿De ello depende la creación de mi obra? ¿De verdad no tengo otra alternativa? ¿Por qué tengo derecho a un espacio gratuito en radio? ¿Porque lo dice una ley? ¿Y si mi canción es muy mala? ¿No es acaso una ley condescendiente que promueve la mediocridad y el trabajo fácil? ¿No debería hacer yo méritos para ganarme ese espacio, sin pagar? ¿Quiero jugar el juego de una industria caduca? Y, cuando la radio satelital con 400 emisoras se haga masiva dentro de poco, ¿aún será necesaria la payola? ¿Cuántas personas escucharán mi canción si le pago a un programador de radio para que la ponga? ¿Doscientas mil? ¿Cuánto debo pagarle a la emisora? ¿Dos mil dólares? Dos mil dólares entre doscientos mil me da $0,01. ¿Pagaría yo un centavo de dólar para promocionarle mi música a una persona? ¿Invertir en la promoción de mi música supone una pérdida de mi integridad artística? ¿El artista que recurre a la payola es condenable? ¿Debería pagar alguna multa también? ¿Cobrar menos que los demás para poder tocar en un club no es una manera de lograr favoritismo y preferencia también? ¿Los músicos que cobran menos también son condenables? Los músicos ofrecen un servicio, el de entretener a una audiencia. Mi proveedor de Internet también me ofrece un servicio, que es más económico que el de la competencia. Mi proveedor de Internet hizo algo para lograr mi favoritismo: es por lo tanto condenable. O es de mala calidad, o la banda que le cobra menos al club es mala, o el artista que practica la payola en radio es malo, por lo que la emisora que pone sus canciones debe ser también mala. Si es mala, ¿para qué quiero sonar en ella? Si la emisora es mala, ¿la gente que la escucha tiene mal gusto? ¿Podría concluir también que todo lo promocionado tras haber pagado una suma ha de ser malo?

No sé, por más que aplico la lógica, sigo viendo la condenada payola como un modelo aceptable que para nada ha de afectar negativamente al artista independiente que no sigue principios con doble moral, que confía en la efectividad de muchísimos recursos alternativos de promoción que dan buen fruto si son bien empleados, y que asume total responsabilidad del avance en su carrera sin culpar a otros por sus tropiezos.

Ah, y nunca he pagado payola, ni la pagaré. No me hará falta, ni le hará falta a más nadie.
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