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17 de noviembre de 2010

13 maneras para celebrarme el Día del Músico

El 22 de noviembre es el Día Internacional del Músico, y así me gustaría celebrarlo en Venezuela alguna vez (porque sé que nada de esto pasará la semana que viene):

1. Con libertad para comprar los dólares que quiera y cuando quiera, para así poder invertir en instrumentos musicales y equipos de grabación que sólo se producen en el exterior y que aquí cuestan el triple; para poder pagar servicios de suscripción a portales de Internet que facilitan la promoción de mi música a nivel internacional; para tener más facilidad de exportar productos relativos a mi obra; para poder salir de mi país sin trabas y difundir lo que hago más allá de mi tierra.

2. Con todos mis panas talentosos que se vieron obligados a irse a otras latitudes porque no veían un futuro artístico gratificante donde estoy.

3. Con una canción mía sonando en una emisora de radio sin antes habérselo pedido, porque ya es norma y no una excepción.

4. Viendo que en los noticieros estelares en la TV son más importantes los logros de los músicos independientes locales que el nuevo peinado de Lady Gaga.

5. Siéndome difícil decidir a cuál concierto asistir porque hay muchos anunciados para cada día del año y en numerosos auditorios en los que el centro de atención es en realidad la manifestación artística y no el consumo de licor.

6. Con un evento especial tipo "Día de Abrazar a un Músico" en el que la gente nos regale al menos un chocolate para agradecer que de alguna forma contribuimos a la sociedad también.

7. Con la promulgación de una ley de derechos de autor que sea realmente moderna y progresista, que proteja más al creador y ayude a la difusión eficiente, no al enriquecimiento de terceros con doble moral.

8. Sabiendo que la piratería y la payola al fin son entendidas como fenómenos que en realidad han de motivar una nueva evolución y no ser el fundamento de retrógradas cacerías de brujas.

9. Sintiéndome parte de una comunidad que les rinde más tributo a quienes nos antecedieron; parte de una industria que promueve también la música que se ha grabado en este país desde que llegó el primer micrófono, no sólo lo reciente.

10. Con la existencia de más academias que también enseñen a los nuevos artistas a defenderse empresarialmente en la industria, no sólo a crear y tocar.

11. Sin discriminación por estar en oposición al gobierno de turno; con mayor libertad de cantar lo que quiera donde quiera.

12. Confiando en que no seré víctima del hampa al salir de una presentación.

13. Haciendo una fiesta para todos mis adorados fans en agradecimiento, porque no hay música sin oyente.
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15 de noviembre de 2010

De cuando defendí a Ilan Chester en la TV

El pasado 11 de noviembre, Ilan Chester se ganó un Grammy en Las Vegas y ello me emocionó por la asociación que puedo hacer de la noticia con recuerdos en mi memoria. Un día después, alguien compartió conmigo un especial video que terminó siendo el último empujoncito necesario para lanzarme definitivamente a escribir sobre Ilan (algo que tenía pendiente desde hace tiempo; el video está más abajo).

Como muchísimos venezolanos, me percaté de la existencia de este cantautor a principios de los 80, cuando su Canto al Ávila me cautivó. Siendo yo un adolescente que se iniciaba como compositor y tecladista, descubrir que en mi ciudad alguien hacía lo que yo soñaba hacer a ese nivel, fue inspirador. Franco De Vita comenzaba su auge también y tenía su nosequé; Aditus, con George Henríquez en las teclas, me contagiaba; pero yo me identificaba con Ilan. Su voz era simplemente la más expresiva, versátil y mejor controlada de todas; sus arreglos giraban en torno a su trabajo en el piano y los sintetizadores, con un lenguaje de pop, jazz, rock, blues y ritmos latinos, muy balanceado, muy elegante, muy bien pensado, muy digerible. Me sonaba a Billy Joel, a Toto, a Elton John; y era hecho en mi país en un momento en que yo necesitaba un modelo a seguir que fuera más local.

Y mi admiración nació. Ilan se volvió algo así como el maestro a igualar. A él lo comenzaron a llamar "el músico de Venezuela", y así lo veía yo. No era el fan común; era el novato que reconocía talentos que deseaba desarrollar.

Los años pasaron y fui caminando los kilómetros de mi propia carrera. Grabé mi primer disco y al poco tiempo nos cruzamos. Fue en 1994, en un estudio de ensayo; yo con mis músicos en una sala; él con los suyos en la de al lado. Y sentí la necesidad de rendir el tributo, de expresar gratitud por la inspiración; así que le escribí algo en el librito de un CD mío y me le acerqué en el lobby la siguiente vez que coincidimos en el lugar.

No recuerdo qué le dije, pero sí tengo grabada la imagen de cuando nos dimos la mano, de la expresión en su rostro cuando le di el disco. Creo que simplemente le manifesté que lo tenía en alta estima y que ese regalo era lo mejor de mí que podía darle en agradecimiento. ¿Cuál había sido luego el destino final de mis canciones? ¿Las habría escuchado? ¿Se le habrían perdido? Si llegó a escucharlas, ¿le gustaron? Ni idea, y no importaba; yo quería el acto simbólico y quedé satisfecho.

Luego en el 96, Ilan dio sus conciertos de "despedida", una jugada que se mercadeó de una manera ambigua y que hasta el día de hoy se sigue recordando, puesto que, obviamente, él nunca se retiró como músico. Yo fui a uno de esos shows, que es otro de mis recuerdos gratos porque fue el preámbulo de una noche notablemente romántica para mí ;)

Pero yo sí entendí lo que pasó. Chester no se despedía de los escenarios ni se estaba jubilando. Como de hecho fue, se estaba retirando de la disquera que lo tenía contratado y se declaraba oficialmente un artista independiente, sin ataduras; una decisión valiente. Era otra coincidencia con mi situación. Yo estaba entrando en esa etapa de completa decepción, frustración y estancamiento, porque mi sello discográfico se volvía un caos y la posibilidad de firmar con otro que me diera libertad plena de hacer lo que yo quisiera musicalmente, se había vuelto utópica. Mi independencia era inminente.

Y la independencia de Ilan comenzaba a dar frutos. Para el 97, su valentía lo había llevado a versionar el himno nacional de Venezuela como una balada pop, la más hermosa y sensible interpretación de ese símbolo patrio que he escuchado en mi vida. La sencillez de su voz y su piano, y el sentimiento en la ejecución volvió nuestro canto patriótico algo más personal con lo que era más fácil identificarse. Pueden escucharlo en el video; aquí está.



Ya no era el arreglo coral y orquestal cansón y quemado que nos obligaban a oír antes de comenzar clases en la escuela. Esa nueva versión fresca y emotiva me tocaba más directamente la fibra de venezolano y me recordaba el osado acto que había realizado Jimi Hendrix unos 30 años antes, cuando el himno de Estados Unidos vibró en su guitarra eléctrica ante el público de Woodstock.

El de Ilan era un atrevimiento que causó polémica. Fue cuando una alumna de piano que yo tenía entonces me dijo: "Me invitaron a la TV para discutir sobre si está bien que el himno nacional sea interpretado como a la gente le dé la gana. ¿Quieres acompañarme?"

El programa era el famoso A Puerta Cerrada que conducía la periodista Marietta Santana en Radio Caracas Televisión; y allí me vi entre puristas y vanguardistas, músicos y académicos. No recuerdo tampoco mis palabras exactas ese día, pero obviamente fue un argumento en contra de la posición tradicionalista de un profesor del conservatorio de música en el que yo había estudiado; en apoyo a una grabación que, lejos de irrespetar, enaltecía; en apoyo a la personalización, a la libre expresión, a la validación de una particular muestra de nacionalismo cuya melodía, por cierto, era la misma de la canción de cuna que solía escuchar de pequeño.

Duérmete mi niño
que tengo que hacer...

Justo en esos meses conocí de la nada a Harry Lerner, un melómano que buscaba quien le enseñara a su hijo adolescente a usar su nuevo sintetizador, una tarea que asumí con placer porque se trataba de un muchacho con un gran talento (hablo de Salomón Lerner, director musical del reciente montaje de Jesucristo Superestrella en Venezuela; así de bueno resultó). Y en una de esas tertulias musicales que solía tener con él, Harry me dice que estudió con Ilan en el colegio y me cuenta lo cerca que vivió sus inicios. Yo, por supuesto, le cuento que lo admiro y blablablá, y entonces él me lanza la perla: "¿En serio? Los voy a invitar a él y a ti a cenar en casa para que lo conozcas mejor".

Y así pasó. Esa noche Ilan Chester y yo fuimos, por igual y en el mismo sitio, invitados especiales de una velada. Para mí, fue dimensionar al personaje y completar el modelo inspirador. En el estar, antes de comer, al lado de su esposa de entonces y de sus hijos, me dio una razón reveladora y muy bien fundamentada de su vegetarianismo; y conversando de otras cosas, entendí más su peculiar arrogancia y seguridad en sí mismo.

En la mesa, surgió lo del programa de TV y sus comentarios lo sellaron todo. A él no le importaba lo que los demás dijeran; su espíritu era libre; su fe en lo que hacía era indestructible; y yo terminé de convecerme. Me declaré artista independiente para siempre. Ya no importaba radio, ni TV, ni disqueras, ni controles. A hacer música como quisiera sin rendir cuentas.

Luego de cenar, subimos a la habitación de Salomón y los tres tocamos algo en su sintetizador. No nos pusimos a cantar ni nada así; fue sólo una especie de intercambio de opiniones sobre la peculiaridad tecnológica del aparato. Cuando le mencioné el episodio de mi disco como regalo, me dijo que lo recordaba ¡y que le había gustado! Y eso es lo último que me queda de esa ocasión. Más nunca lo vi en persona; más nunca coincidimos.

Todo eso pensé fugazmente cuando supe que había ganado el Grammy. Me emocioné también porque es un artista independiente obteniendo un premio que tradicionalmente se lleva gente de megadisqueras que suena en la radio hasta la locura. Era un reconocimiento merecido desde hace tiempo, y aquí lo celebro en mi rincón personal, desde mi óptica. Gracias de nuevo, Ilan.
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22 de septiembre de 2010

4 cosas que me digo para curarme la vanidad de artista

Llamar la atención es algo inevitable e inherente de mi trabajo (también algo incómodo para mí), pues desde hace unos siglos crear música se ha vuelto una labor egocéntrica, que involucra una competencia por ser el objeto del deseo de un público que nos quiera en escena, nos busque en prensa, nos quiera en retrato, nos dé su aceptación (su dinero, si prefieren el eufemismo).

Arte y artista son inseparables, pero en una era en la que todo parece seguir principios de mercadotecnia, es fácil llegar a un desequilibrio. Muchas veces parece que lo más importante es la persona y no lo que ella crea; la marca y no el producto. Es común ver acentuada la personalidad y no la canción; el ruido y no la música; incluso el escenario y no el auditorio.

Compartir algún talento especial puede inspirar admiración y provocar lenta o súbitamente lo que llaman fama. Y ser admirado y/o famoso puede alimentar la autoestima (aunque muchas veces provoca el efecto contrario).

Pero cuando un fenómeno así nos agarra sin control, podemos sucumbir a la vanidad, algo que puede iniciar un proceso de autodestrucción si un artista no lo supera.

Lo he vivido. Me ha llegado el halago escrito en una servilleta al tocar en un bar; me ha saltado encima la jovencita para besarme al bajar de un escenario; he visto mi foto en periódicos; he recibido la felicitación a diario; me han pedido el autógrafo; he sentido el aplauso; he visto las sonrisas cuando aparezco; he escuchado cosas que me honran en lo más profundo. Independientemente de la calidad de lo que hago, conocidos y extraños me han hecho sentir como un Beatle.

Y he sucumbido a veces. Cuando notas que te quieren ver y oír, cuando te satisface esa atención que te hace sentir deseado y querido, sin darte cuenta, buscas que la rueda no se detenga y terminas más bien atravesándote donde sea para que te den lo que antes te daban sin pedirlo. Es cuando el rechazo o la posibilidad de que te ignoren se vuelve intolerable. ¿Cómo se atreven a ignorarte si eres tan especial?

Entonces corres el riesgo de empezar a crear cosas con la intención de atraer y recibir, no de dar; y cuando un artista deja de dar como un acto genuino y sincero, empieza a desvanecerse.

Desde que retomé mi rol como solista hace dos años, y ahora promoviendo un nuevo disco, más y más gente se me acerca y me da aquello que hace cosquillas a mi vanidad. Y también he visto de cerca lo que es la decepción por causa de divismo, y la execración por causa de engreimiento.

Por eso trato de actuar en sintonía con algunos principios que me repito a diario para mantenerme ubicado entre todo el caos que involucra mi trabajo. Y esto es lo que me digo:

1. Soy un medio, no un fin. Canto mis experiencias y creencias, y estas son muy parecidas a las de otras personas que quizás quieren expresarlas como yo lo hago. Me escuchan porque se expresan a través de mí, no porque canto yo.

2. Soy otro más. La música existía antes de mí y otros artistas vendrán después de mi partida. Un millón de canciones se publican cada año. Cuando no escuchan las mías, escuchan las de otro compositor que tiene también el don de expresar y hacer sentir. Hay otros cantantes que inspiran. Hay otros instrumentistas que conmueven. Soy parte de una comunidad, no un competidor.

3. Aún me queda mucho por aprender. No lo sé todo y no puedo actuar como si así fuera. Admito mi ignorancia porque así inicio mi aprendizaje. Puedo ser digno de admiración, pero también reconozco y admiro a quien hace lo que yo no puedo, a quien hace cosas que me motivan a crecer.

4. Soy terrestre, no celestial. Aunque puedo hacer milagros (en el sentido más amplio del término), no soy un dios y no soy una estrella. También como y duermo; también río y lloro; también pago cuentas. Soy pariente y amigo, padre y amante, un ser con privacidad y también un ciudadano. Veo TV y voy a una tienda si necesito algo. Soy común; soy como todo el mundo. Simplemente tengo un talento en particular que me sube a una tarima, pero no soy más que nadie.
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12 de agosto de 2010

Mis 17 razones para caminar la calle con un nuevo CD

Como ya les mencioné, salgo esta vez a la calle como un músico ambulante a entregar mi nuevo disco, Pasado Mañana, producido a mi manera, en lugar de hacer que una compañía lo fabrique y lo coloque en discotiendas. Para difundir mi música, mis actos han de ser coherentes con lo que creo y deseo, y estos son mis motivos:
  1. ¿Por qué no?
  2. Quiero salir de mi zona de confort y vivir algo nuevo, hacer algo que nunca he hecho. Quiero la aventura. Quiero la experiencia.
  3. Quiero confiar en el futuro incierto, que no tiene por qué ser adverso. Quiero seguir disfrutando de lo inesperado.
  4. Quiero fluir y dejar que las cosas pasen. Quiero perder el control y saborear la consecuencia.
  5. Quiero andar sin detenerme y dejar de propiciar que me detengan.
  6. Quiero vivir el romanticismo detrás de la idea del músico de calle, el inicio, el origen antes de que todo se desvirtuara con la industria del disco, sus rollos legales y el bizarro mundo que crea.
  7. No me interesan la fama, el reconocimiento y la riqueza fácil. Quiero la conexión, la transmisión, la simbiosis.
  8. No quiero vivir en un mundo de apariencias. No soy estrella ni soy inalcanzable.
  9. Quiero conocer más directamente a quienes pueden estar buscando lo que dicen mis canciones.
  10. Me motiva grabar melodías y salir a compartirlas de inmediato sin trabas, sin burocracia, sin intereses mezquinos, sin la injusta demora, sin la injusta remuneración, sin la competencia absurda.
  11. Me motiva el valor especial que tiene el trabajo artesanal que surge de un esmero más genuino.
  12. Quiero hacer más único lo que sale de mí.
  13. Quiero extender la experiencia de la sala de conciertos; quiero llevarla más allá del asiento en el auditorio.
  14. Quiero ser más considerado con lo que hago. Quiero apoyar una obra benéfica con una contribución más expedita que no dependa de aprobaciones y lentos procesos contables.
  15. Para algunos será rebajarse; para mí es avanzar por otro camino, feliz.
  16. Sólo yo soy responsable de lograr lo que quiero.
  17. Quiero el reto y probar que es muy poco lo que hace falta para lograr mucho.
Qué haré con mi disco

Antes de comenzar las presentaciones con mi banda, saldré a la calle a cantar, a hacer que otros me escuchen; sin micrófonos, sin tarima; en mi ciudad y fuera de ella. A quien me invite, lo visitaré y le daré música. A quien me llame, le cantaré. A quienes estén muy lejos, les llegaré de la manera en que se pueda. Quien quiera saber dónde estaré, ¡que me lea en Twitter! Quien quiera distribuir mis canciones en su país, que me contacte y le envío el material; ¡no cobro regalías! (es un concepto que no respaldo). Quien lo quiera, me pararé a su lado en la foto y le dejaré mi dedicatoria. Quien quiera tenerme, me tendrá. Quien quiera compartirme, me multiplicará. Quien quiera mi tiempo, se lo daré.
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20 de julio de 2010

La nota sube a 4

Mi blog ha subido de posición en el ranking de Google y es una fabulosa excusa para agradecerles la compañía a todos los que me han visitado aquí; a los suscriptores que en número van creciendo y se acercan con comentarios y correos; a los que me encuentran por accidente y se toman un rato para criticar; a quienes siempre me animan a escribir; a tantas "almas gemelas" que dicen identificarse con lo que expreso. Y, por extensión, doy gracias también a la gente fabulosa que se va uniendo a mis comunidades en Facebook, MySpace, Twitter y ReverbNation, y manifiestan su apoyo a mi trabajo musical. Es muchísima más gente de la que podría yo conocer en persona; pero aquí estoy, al menos a unos pocos clics de distancia, y responder directamente a sus mensajes es siempre algo grato para mí. Gracias por el aprecio y la bendición.


29 de octubre de 2009

De cuando Claudio Corsi me llevó a Viña del Mar

Entre mis talentosos amigos, hay varios que siempre me hacen sentir sana envidia cuando los escucho cantar; por la expresividad, el rango y el perfecto control que tienen de sus instrumentos vocales; y por la afortunada coincidencia de ser también geniales compositores con profunda sensibilidad.

Uno de ellos es el venezolano Claudio Corsi, un gigante carismático con la humildad y el tesón que contagian. Con él tuve la fortuna de compartir instantes en tarima y en estudio, y con él viví la impresión que me causó alcanzar un Si con mi maleducada voz en una clase de canto que tomábamos en casa de Janice Williams (por cierto, esa nota no me ha salido más).

Pero la experiencia más trascendental de mi historia común con Claudio la tuve cuando sus dones de intérprete y compositor lo hicieron merecedor de representar a Venezuela en el Festival de Viña del Mar en 1996. Me refiero a la competencia internacional de canción y canto que forma parte del evento y que se ha vuelto una especie extinta en las transmisiones televisivas que salen de la famosa localidad chilena.

Pocos en mi país saben o se acuerdan de eso, pero así fue. Claudio presentó Vida, la hermosa canción que compuso junto a Ángelo Sebastiano; y los músicos del festival lo acompañaron con el único arreglo orquestal que he hecho en mi vida (hablando de vida).

A los arreglistas no los invitaron a asistir, pero ahí estuve con mi admirado amigo, a través de notas musicales dejadas por mí en partituras que leyeron personas desconocidas en una ciudad lejana, en vivo ante miles de oídos desconocidos; ahí estuve porque mi pensamiento acompañaba el de muchos otros que querían ver apreciada en otras latitudes la musicalidad de alguien que merece reconocimiento.

Claudio no ganó.
No se dijo mayor cosa en Venezuela.
Claudio siguió trabajando.
Claudio se fue de Venezuela.
A Claudio lo extrañamos muchos.

De repente grabó uno de los discos más impecables que he escuchado, y gente en otro país nominó a Claudio a un Grammy Latino como mejor nuevo artista.

Al saberlo, lloré de emoción, no por el premio potencial ni por el cambio de curso que ello implica para muchos artistas, sino porque recordé cuando grabábamos en su casa entre sueños e ideales, y porque no estaba cerca para el abrazo de felicitación. La entrega será el próximo 5 de noviembre y no sé si ganará; pero ahí estaré con él en Las Vegas, otra vez como alma polizona, orgullosa y solidaria.


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17 de agosto de 2009

El artruista (o el artista que es altruista)

La mayoría de quienes creamos arte pasamos por una primera etapa del más puro egoísmo, cuando sólo nos importan lo que nos pasa, lo que necesitamos aprender, lo que queremos tener, lo que queremos expresar como experiencias y opiniones únicamente personales. Es la fase en la que somos ególatras y egocéntricos, y el período en que se vuelve obsesión el que nos valoren. Queremos ser mejor que los demás y medimos nuestra valía según nuestra fama y según la gente con la que nos codeamos. Creemos que nuestros talentos, nuestras obras y nuestro esfuerzo nos hacen merecedores de mucho, de la completa atención hacia todo lo que se nos ocurra hacer, del apoyo incondicional, del reconocimiento a través del premio que confirma, del tributo halagador. Es cuando nos parece casi condenable con horca cualquier acto de plagio o piratería y despreciamos al irrespetuoso que nos pida algo gratis. O, por otra parte, es cuando creamos sólo por amor al arte sin importar si nos ganamos el sustento o no, para luego aislarnos en un reducido círculo de amigos que nos aprecian la obra, con la idea de que, si alguien llega a interesarse en nosotros como artistas, ¡que nos busque!; eso sí, sin pretender cambiar nada en nosotros.

Pero luego, en el momento más impredecible, entramos (¡ojalá!) en una segunda etapa, justo cuando entendemos que nuestros dones y lo que hacemos con ellos no son fin sino medios; son aquello que usamos para cumplir una misión de vida que ya concientizamos. Vemos que la expresión, el placer, el entretenimiento, la reflexión, ya no son únicamente nuestros; son también de quienes nos siguen, gente que en realidad llega a admirarnos no por lo que somos, sino por lo que provocamos dentro de ella. Comprendemos que nuestro arte puede inspirar, abrir mentes, construir puentes, iniciar ideas, innovar, promover, mejorar, conmover, difundir cultura, enseñar, comunicar. Ahora nos enfocamos más en los demás y en sus necesidades, no únicamente en las nuestras. Caemos en cuenta de que incluso contribuimos a la economía local --o mundial-- con la creación de obras que ponen en movimiento industrias de todo tipo; y no nos sentimos indignos al recibir compensación por un trabajo que es, por naturaleza, tan servicial y social como el de un maestro o un bombero; ni menospreciables o paranoicos por regalar productos de nuestra inspiración. Podemos ser voceros y llamar la atención hacia obras benéficas, creencias religiosas, posiciones políticas, el bien común. Podemos ayudar a sanar el espíritu de incluso a quien desconocemos. Podemos trascender, si no en tiempo, al menos en espacio. Podemos ser útiles.

Está claro que hacer arte puede volvernos poderosos, y todo poder exige responsabilidad, demanda un buen uso. Para utilizar nuestro talento de la mejor forma y evitar desperdiciarlo, hemos de manifestar algo de altruismo.

Y tú, ¿ya eres artruista?
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25 de junio de 2009

Don't Stop 'til You Get Enough

Era yo un niño cuando vi a Michael Jackson, adolescente, bailando junto a sus hermanos en un estudio de televisión en Caracas. Tengo grabada la imagen en la mente, como si la hubiera visto ayer. Impresionante su forma de moverse. Impresionante el juego de su voz. Impresionante ver a una persona demostrar que la música está en cada una de sus células.

Pocos años después sale una de las joyas de la música pop estadounidense, Off the Wall, un disco con el elegante toque y la impecable producción de Quincy Jones, que mezcla música disco con funk, rhythm & blues y soul, y que era sin duda el perfecto abreboca de lo que luego sería Thriller. Todavía hoy, Don't Stop 'til You Get Enough, con la sabrosura de su percusión menor dentro de la genialidad de un arreglo que produce magia con apenas dos acordes sobre un monótono bajo, me sigue pareciendo, como músico, la perfecta obertura de lo que sería un impresionante aporte artístico al mundo del disco.

Quizás muchos no lo noten aún, pero hoy ha fallecido otro como Lennon, Mercury y Hendrix; y, a pesar de mi tristeza, me alegra haber aprendido algo de lo que el niño que cantaba Ben quizo enseñar.

 

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1 de junio de 2009

La nota sube a 3

Google acaba de ubicar mis sitios www.lanotadeluiser.com y www.luiser.com en un rango de 3 en su respetada escala de popularidad e influencia, y es algo que me complace muchísimo, sobre todo porque mi blog, con el cambio de dominio que se le hizo, estaba en 0/10 hace apenas cuatro meses; y mi sitio oficial lleva ya mucho tiempo sin ser actualizado.

Más allá del trabajo que pueda haber detrás de mis páginas, la extensión de su alcance se debe a la manera en que cada vez más gente se acerca a lo que hago. Es momento de agradecer a oyentes y lectores, nuevos y recurrentes; a los fans que se van suscribiendo o que simplemente van animándose un poco más a brindar sus opiniones y a compartir mis escritos y canciones con quienes puedan apreciarlos; y a la interacción con gente en tantos países que me acerca en sitios como Facebook y MySpace (donde mi página también acaba de lograr un PageRank de 3).

Gracias a todos por el feedback y por el apoyo. Se les quiere de corazón.
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30 de marzo de 2009

La excelencia relativa

Es abrumadora esa obsesión del ser humano por medir su valía a través de las estadísticas. Están la pelea de las empresas por aparecer en la Fortune 500, los numeritos de los bateadores en béisbol, las calificaciones escolares y la evaluación del jefe, el rating del programa televisivo, las calorías que hay que rebajar, la talla del busto y el largo de aquello otro, la cantidad de contactos en Facebook, el saldo de la cuenta corriente. Nos medimos la vida a diario porque las cifras parecen decir más claramente si estamos bien o mal. Queremos ser mejores y el proceso de superación exige comparación. Sin embargo, ¿nos comparamos bien?

Dicen que no hay que comparar manzanas con peras, pero no existen manzanas idénticas, y hasta una manzana podrida puede servir para algo tan positivo como abonar la tierra. Lo bueno y lo malo son cosas muy relativas y podemos estar midiendo nuestro valor como personas con base en referencias erradas.

Hoy me topo con una cartelera de posiciones en AudioStreet; son las principales canciones en el género de rock en español (hagan clic en la imagen). Mi canción Grito y silencio está entre las diez primeras, y Duelen viene subiendo, lo cual es muy gratificante para mí porque es resultado de gente que me escucha, no de la decisión de un programador de radio o como efecto de la rotación de un video mío en MTV hasta el cansancio. Es algo que agradecer, pero también es algo que ver en su justa medida.

¿Cuánta gente visita AudioStreet? ¿Cuántas canciones en el género de rock en español están compitiendo por estar en esas posiciones? ¿Veinte o veinte mil? ¿No les parece eso de "rock en español" muy genérico? A mí me suena a manzanas con peras con piñas y con fresas. Además, mis canciones también pueden subir de posición no sólo porque las escuchen más, sino también porque corren la suerte de que otras empiecen a escucharse menos; es decir, no por mérito propio. Son muchos los factores que determinan el verdadero valor de esa estadística, por lo que su medida es muy relativa y no puede resumir objetivamente la realidad de un artista.

Me viene entonces la noción del contexto. Podemos ser incomparables y notables en un sitio y totalmente insignificantes en otro. Podemos ganar un disco de platino por vender un millón de copias en un país, ganar el mismo disco por apenas cincuenta mil en otro, o no vender nada en un tercero. Podemos tener el talento para merecer un Grammy, un Oscar o un campeonato, y a la vez ser completos desconocidos. Podemos ser muy atractivos y no tener suerte en el romance; o ser los empleados del mes y luego ser despedidos por reestructuración de la empresa. E incluso podemos ser los mejores en nuestro campo profesional y no querer dedicarnos a él porque es otra cosa la que nos apasiona. A la final, aquel número que nos deja bien parados ante los demás puede ser irrelevante, y sólo quedamos cada uno de nosotros por aislado con nuestras virtudes intactas. Es por eso que la única comparación sana es quizás con nosotros mismos.

En mi contexto personal, mis canciones están en primer lugar y, si las grabo, es porque me gustan. Ya eso me llena. Pero también es una bendición cuando alguien más les da un sitio similar en su propio contexto, así quede registrado como estadística o no.
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