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25 de marzo de 2015

Un ídolo es para siempre (Episodio 3)

Iba a seguir la historia hace un rato, pero el cansancio de medianoche me llevó a la cama y a revisar mensajes en mi teléfono. Fue cuando vi el saludo de Guillermo desde Florida y, después de hablarnos brevemente, me animé a tomar la laptop y escribir.

El 18 de marzo pasado celebró su cumpleaños y no pude acercarme al sitio en que mánagers, gente de producción y amigos cercanos festejarían con él, porque ese día estaba yo más de papá, compartiendo un necesario y largo rato con mi hijo. Dos días después, el 20, le tocaba a mi pequeño celebrar su día natal y mi presencia se invirtió, pues era fecha de concierto con Guillermo, y apenas tuve chance de abrazar y saludar a mi niño por unos breves segundos al verlo justo antes de entrar a su salón de clases en la mañana. El resto del día lo dediqué a acompañar a Dávila en la siguiente presentación de la gira "Un ídolo es para siempre", esta vez en San Antonio de los Altos, una urbe satélite de Caracas.

19 de marzo de 2015

Un ídolo es para siempre (Episodio 2)

La gira "Un ídolo es para siempre" de Guillermo Dávila, que continuó su recorrido en dos ciudades más de Venezuela, Pampatar (Nueva Esparta) el 13 de marzo, y Acarigua (Portuguesa) el 14 de marzo, ha resultado para mí el más caótico y quizás agridulce tour en el que he participado.

Las condiciones en las que hemos tratado de trabajar son reflejo de la situación en la que se ha sumergido mi país, una de compleja inestabilidad, quebrantable ética, casi insorteable mediocridad, difícil rentabilidad, y agobiante incertidumbre. La eficiencia y la calidad de un espectáculo que se intenta llevar por varias ciudades, se ven amenazadas constantemente por factores culturales y económicos en creciente deterioro.

9 de enero de 2015

Música en tiempos de crisis (en Venezuela)

Días en que un músico que crea y comparte canciones como yo, se cuestiona la relevancia y la prioridad de lo que hace. Es un estado de parálisis en el que me veo a mí mismo y a otros colegas en Venezuela porque todos nos encontramos igualmente abrumados por una realidad de la que nadie aquí puede escapar.

Hoy es virtualmente imposible salir de esta tierra de manera espontánea porque las aerolíneas internacionales están peleadas por dinero con el gobierno y redujeron sustancialmente el número de vuelos; y ya no es práctico y rentable para productores de shows en el exterior llevarme a tocar. Además, es común ver anuncios de reembolso de dinero por unas pocas entradas a espectáculos que no logran atraer público y se cancelan o posponen, no porque la gente no quiera ir, sino porque, repito, las prioridades son otras en un país ahogado en inflación y devaluación históricas, y los productores ya no pueden perder más dinero.

9 de diciembre de 2014

De cuando salí de gira con Santa Claus

El año es 1996. Me contactan porque buscan a un músico que sepa hacer pistas y esté dispuesto a acompañar en vivo a un grupo de cinco muchachos que cantarán villancicos llevados a estilo pop. El patrocinante es una famosa bebida gaseosa que quiere promocionarse, como suele hacerlo desde hace décadas, usando la figura de Santa Claus; y la idea es hacer más de un centenar de miniconciertos en lugares públicos alrededor de Venezuela en el lapso de un mes hasta llegar a vísperas de Navidad.

Como estoy harto de ir a emisoras de radio a promocionar mi música y de tocar puertas en disqueras para financiar un segundo álbum como solista; como estoy decepcionado del mundo del disco y quiero ser completamente anónimo por un tiempo, acepto la propuesta para vivir una aventura distinta. Al poco tiempo iniciamos ensayos.

24 de marzo de 2011

Mis 8 fobias como músico

Un día hablando con una amiga mientras nos tomábamos algo, le conté de un sueño recurrente que tengo:
Salgo de un camerino y subo a un escenario, en cuyo centro me espera un teclado para iniciar un concierto. Hay mucha gente frente a mí en penumbra y el sonido reverberado de unos aplausos. Enseguida golpeo el primer acorde en las teclas y... nada. No suena; no se escucha música; en toda la sala nada más se oye el sonido del plástico recibiendo dedazos. En otra variación del mismo sueño, al llegar al instrumento, descubro que sólo es una tabla de madera con teclas dibujadas que, por supuesto, tampoco producen melodía por más que les doy.
Después de contarle a mi amiga y recibir las carcajadas con el consejo de verme con un psicólogo, le dije que escribiría algún día sobre las ansiedades y fobias que sufro en mi carrera.

22 de septiembre de 2010

4 cosas que me digo para curarme la vanidad de artista

Llamar la atención es algo inevitable e inherente de mi trabajo (también algo incómodo para mí), pues desde hace unos siglos crear música se ha vuelto una labor egocéntrica, que involucra una competencia por ser el objeto del deseo de un público que nos quiera en escena, nos busque en prensa, nos quiera en retrato, nos dé su aceptación (su dinero, si prefieren el eufemismo).

Arte y artista son inseparables, pero en una era en la que todo parece seguir principios de mercadotecnia, es fácil llegar a un desequilibrio. Muchas veces parece que lo más importante es la persona y no lo que ella crea; la marca y no el producto. Es común ver acentuada la personalidad y no la canción; el ruido y no la música; incluso el escenario y no el auditorio.

Compartir algún talento especial puede inspirar admiración y provocar lenta o súbitamente lo que llaman fama. Y ser admirado y/o famoso puede alimentar la autoestima (aunque muchas veces provoca el efecto contrario).

Pero cuando un fenómeno así nos agarra sin control, podemos sucumbir a la vanidad, algo que puede iniciar un proceso de autodestrucción si un artista no lo supera.

Lo he vivido. Me ha llegado el halago escrito en una servilleta al tocar en un bar; me ha saltado encima la jovencita para besarme al bajar de un escenario; he visto mi foto en periódicos; he recibido la felicitación a diario; me han pedido el autógrafo; he sentido el aplauso; he visto las sonrisas cuando aparezco; he escuchado cosas que me honran en lo más profundo. Independientemente de la calidad de lo que hago, conocidos y extraños me han hecho sentir como un Beatle.

Y he sucumbido a veces. Cuando notas que te quieren ver y oír, cuando te satisface esa atención que te hace sentir deseado y querido, sin darte cuenta, buscas que la rueda no se detenga y terminas más bien atravesándote donde sea para que te den lo que antes te daban sin pedirlo. Es cuando el rechazo o la posibilidad de que te ignoren se vuelve intolerable. ¿Cómo se atreven a ignorarte si eres tan especial?

Entonces corres el riesgo de empezar a crear cosas con la intención de atraer y recibir, no de dar; y cuando un artista deja de dar como un acto genuino y sincero, empieza a desvanecerse.

Desde que retomé mi rol como solista hace dos años, y ahora promoviendo un nuevo disco, más y más gente se me acerca y me da aquello que hace cosquillas a mi vanidad. Y también he visto de cerca lo que es la decepción por causa de divismo, y la execración por causa de engreimiento.

Por eso trato de actuar en sintonía con algunos principios que me repito a diario para mantenerme ubicado entre todo el caos que involucra mi trabajo. Y esto es lo que me digo:

1. Soy un medio, no un fin. Canto mis experiencias y creencias, y estas son muy parecidas a las de otras personas que quizás quieren expresarlas como yo lo hago. Me escuchan porque se expresan a través de mí, no porque canto yo.

2. Soy otro más. La música existía antes de mí y otros artistas vendrán después de mi partida. Un millón de canciones se publican cada año. Cuando no escuchan las mías, escuchan las de otro compositor que tiene también el don de expresar y hacer sentir. Hay otros cantantes que inspiran. Hay otros instrumentistas que conmueven. Soy parte de una comunidad, no un competidor.

3. Aún me queda mucho por aprender. No lo sé todo y no puedo actuar como si así fuera. Admito mi ignorancia porque así inicio mi aprendizaje. Puedo ser digno de admiración, pero también reconozco y admiro a quien hace lo que yo no puedo, a quien hace cosas que me motivan a crecer.

4. Soy terrestre, no celestial. Aunque puedo hacer milagros (en el sentido más amplio del término), no soy un dios y no soy una estrella. También como y duermo; también río y lloro; también pago cuentas. Soy pariente y amigo, padre y amante, un ser con privacidad y también un ciudadano. Veo TV y voy a una tienda si necesito algo. Soy común; soy como todo el mundo. Simplemente tengo un talento en particular que me sube a una tarima, pero no soy más que nadie.
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10 de diciembre de 2009

Feliz vida nueva (versión Neil Peart)

Octubre 11, 2002. West Palm Beach, Florida. A poca distancia de la entrada al anfiteatro, estaba el enorme quiosco de merchandising. "Rush / Vapour Trails Tour" se podía leer por doquier, y lo que enseguida me hizo salivar -si se puede decir- fue ver en venta los libros de Neil Peart. Increíble. Los quería, y ahí estaban.

Mientras compraba los libros añorados, el librito de la gira, tres gorras, dos juegos de pins, un afiche y dos camisetas, sentí la presión de justificarle a una pareja que me veía lo que parecía la conducta de un fan obsesivo:

luiser: I'm coming from Venezuela just for this. My first Rush show, guys!
Guys: Oh... (Whatever...)

En ese momento me sentía como un niño de 5 años en Disney World por primera vez, o como un fan del Barça en Nou Camp. La emoción era fuerte, aunque suene cursi. Durante veinte años había crecido escuchando la música de esa banda y verla en vivo era algo que tenía que hacer algún día. Y mi entusiasmo adolescente estaba sumado a una felicidad colectiva que en esa ocasión, sin duda, era por una celebración; y les cuento por qué.

Neil Peart es quizás el músico que más admiro, no sólo por ser uno de los bateristas más versátiles, influyentes e impresionantes del mundo (es más que opinión personal; pregunten a cualquier baterista); sino por haber estado siempre a cargo de componer las letras del repertorio de Rush, un verdadero compendio de los versos más genialmente balanceados en términos de composición, introspección, sabiduría, emotividad y universalidad; y por ser un escritor (un anhelo mío) que ha dejado en prosa, por ejemplo, lo vivido durante su viaje en bicicleta a través de Camerún (también admirable).

La otra razón de mi admiración es una lección de vida.

En 1997, tras terminar una exitosa gira, en la cúspide de su carrera, en una noche de descanso, la policía llega a casa de Peart. Minutos después, él y su esposa reciben la noticia de que su única hija, de 18 años, acababa de morir en un accidente de tránsito. Primer golpe.

Diez meses más tarde, en profundo luto, la esposa de Peart, víctima de una de esas depresiones que enferman, sucumbe al cáncer. El músico pierde a su compañera de vida. Segundo golpe.

Dada la fama, las tragedias fueron noticia en los medios, no como chisme de tabloide en realidad, sino como la reseña solidaria y preocupada de una gran comunidad de seguidores y periodistas especializados que siempre han visto al artista con mucho respeto. Los otros músicos de la banda dijeron lo esperado y oportuno de quienes son principalmente buenos amigos antes que compañeros de trabajo: "Rush nunca será tan importante como el dolor que necesita superar un ser querido". Y el grupo quedó en el limbo.

Y yo sentí esa rara tristeza que muchos otros fans también sintieron. Seguramente ya no habría más de esas canciones tan únicas, pero esa inminente falta no era lo que acongojaba en verdad. Era imaginar caído a alguien que nos brindaba emoción, inspiración, el consuelo a través de estrofas con las que nos identificábamos, la profesionalidad que algunos queríamos imitar. Si han sido fans de alguien por años, entenderán lo que se siente ser contraparte en esa especie de amistad platónica. Tercer golpe.

Como ya saben, Peart se recobró a los pocos años y Rush grabó un nuevo disco y salió de gira. Días después, ahí estábamos en el anfiteatro, esperando al amigo que había perdido a su familia, para celebrar su regreso y la vida que continúa. Para muchos en el lugar, era el segundo, tercer, cuarto show de la banda. Para mí, era la primera oportunidad de transmitir más de cerca la admiración y la gratitud por la inspiración. Al sonar el primer acorde, vi mucha gente llorar.

Pero ese no es el verdadero final feliz. Aunque no lo crean, uno de los libros que compré ese día lo comencé a leer hace un par de meses, y ha sido algo esperanzador y sumamente oportuno para mí. En Ghost Rider, Neil Peart detalla sus tragedias y narra el momento cuando les dice a sus compañeros de banda, "Considérenme retirado". Luego, agobiado por estar en una casa con tantos recuerdos que herían, decidió seguir la sugerencia que su esposa le había dado cuando él le dijo, recién fallecida su hija, que no sabría qué hacer si ella también moría.

Yo sé qué harás. Te subirás a tu moto y te irás sin rumbo fijo para no volver.

Lo que sigue es la bitácora de un hombre que llora a los dos seres que más había amado, solo, de motel en motel, atravesando Canadá, Estados Unidos y México, ida y vuelta, en búsqueda de una sanación a su espíritu, de la reconciliación de sentimientos negativos que lo estaban consumiendo. Apenas he leído la tercera parte del libro, casi que con la lentitud de su odisea, y me ha maravillado entrar en la mente de una persona con el coraje necesario para superar un trauma similar.

Y la mejor conclusión de esa historia no es la que aún no he leído, ni es el hecho de que vi a un músico feliz y renovado en Florida aquella noche. Lo más hermoso que recompensa esa fortaleza de carácter lo descubrí por casualidad como una noticia en el website de Peart cuando, a los días de iniciar mi lectura, sentí curiosidad por saber en qué andaba.

En agosto pasado, su nueva esposa, a quien conoció durante ese viaje paliativo, le dio una hija.
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17 de agosto de 2009

El artruista (o el artista que es altruista)

La mayoría de quienes creamos arte pasamos por una primera etapa del más puro egoísmo, cuando sólo nos importan lo que nos pasa, lo que necesitamos aprender, lo que queremos tener, lo que queremos expresar como experiencias y opiniones únicamente personales. Es la fase en la que somos ególatras y egocéntricos, y el período en que se vuelve obsesión el que nos valoren. Queremos ser mejor que los demás y medimos nuestra valía según nuestra fama y según la gente con la que nos codeamos. Creemos que nuestros talentos, nuestras obras y nuestro esfuerzo nos hacen merecedores de mucho, de la completa atención hacia todo lo que se nos ocurra hacer, del apoyo incondicional, del reconocimiento a través del premio que confirma, del tributo halagador. Es cuando nos parece casi condenable con horca cualquier acto de plagio o piratería y despreciamos al irrespetuoso que nos pida algo gratis. O, por otra parte, es cuando creamos sólo por amor al arte sin importar si nos ganamos el sustento o no, para luego aislarnos en un reducido círculo de amigos que nos aprecian la obra, con la idea de que, si alguien llega a interesarse en nosotros como artistas, ¡que nos busque!; eso sí, sin pretender cambiar nada en nosotros.

Pero luego, en el momento más impredecible, entramos (¡ojalá!) en una segunda etapa, justo cuando entendemos que nuestros dones y lo que hacemos con ellos no son fin sino medios; son aquello que usamos para cumplir una misión de vida que ya concientizamos. Vemos que la expresión, el placer, el entretenimiento, la reflexión, ya no son únicamente nuestros; son también de quienes nos siguen, gente que en realidad llega a admirarnos no por lo que somos, sino por lo que provocamos dentro de ella. Comprendemos que nuestro arte puede inspirar, abrir mentes, construir puentes, iniciar ideas, innovar, promover, mejorar, conmover, difundir cultura, enseñar, comunicar. Ahora nos enfocamos más en los demás y en sus necesidades, no únicamente en las nuestras. Caemos en cuenta de que incluso contribuimos a la economía local --o mundial-- con la creación de obras que ponen en movimiento industrias de todo tipo; y no nos sentimos indignos al recibir compensación por un trabajo que es, por naturaleza, tan servicial y social como el de un maestro o un bombero; ni menospreciables o paranoicos por regalar productos de nuestra inspiración. Podemos ser voceros y llamar la atención hacia obras benéficas, creencias religiosas, posiciones políticas, el bien común. Podemos ayudar a sanar el espíritu de incluso a quien desconocemos. Podemos trascender, si no en tiempo, al menos en espacio. Podemos ser útiles.

Está claro que hacer arte puede volvernos poderosos, y todo poder exige responsabilidad, demanda un buen uso. Para utilizar nuestro talento de la mejor forma y evitar desperdiciarlo, hemos de manifestar algo de altruismo.

Y tú, ¿ya eres artruista?
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3 de marzo de 2009

Róbame las canciones

Cuando escribí aquella nota sobre Supertramp hace unos meses, no tenía idea de que pronto vería a Roger Hodgson cantar Dreamer para mí a menos de 15 metros de distancia. Hace un par de semanas, en un anfiteatro de Caracas, me senté solo entre el público con mi teléfono listo para tomarle fotos cuando comenzara a interpretar las canciones que acompañan muchas historias e inspiraciones en mi vida. Por fin, podría decirse, conocería en persona a un pana virtual de la adolescencia.

Tras escuchar Take the Long Way Home y un par de temas más, y percibir el ánimo de un auditorio que estaba más que feliz por la experiencia, Hodgson dijo que sus canciones significaban mucho para él y que esperaba que fueran igualmente especiales para todos los que estábamos allí. Los aplausos de una gran cantidad de gente que no paraba de tomar fotos, cantar verso tras verso y pedir tonada tras tonada, me hicieron recordar que las canciones de Hodgson no eran tan mías como creía; y que tampoco eran de él en exclusiva, aunque lo dijera. En ese lugar todos éramos dueños.

Una canción es como esa plaza por la que caminamos rumbo al trabajo o a clases, en la que jugábamos cuando éramos niños, en la que comíamos helado con la novia o el novio. Se vuelve marco de recuerdos, y los recuerdos son cosas muy personales, muy nuestras. Las plazas en realidad no tienen dueño, pero a la vez son de todos. Por más afamados que puedan ser sus arquitectos, no son suyas ya. Por más autores que pueda tener una canción, su propiedad es cosa muy relativa.

Algo tan abstracto como la música, que va de una mente a otra a través de invisibles ondas sonoras, tan intangibles y fugaces, no se puede poseer en realidad. Podemos escribir en partituras un montón de garabatitos para que una orquesta las ejecute con sofisticados instrumentos; usar alta tecnología para grabar y procesar pistas; fabricar discos, venderlos, copiarlos; usar reproductores de mp3 o encender una radio, y nunca podremos ser dueños materiales de una obra musical. Una ley puede proclamar el derecho de propiedad intelectual y unos documentos pueden asegurar que alguien en específico tuvo una idea determinada de combinar ritmos y tonos en una forma en particular, pero lo que en realidad hace única una canción no es su autor o un papel, sino su oyente, esa persona que transforma ondas sonoras en otros pensamientos, otras emociones, otros recuerdos muy propios, íntimos, que pueden tener poco que ver con lo que el creador pensó o sintió al darle forma.

Ese carácter metafísico de la música vuelve absurda toda intención de algunos artistas por llevar a una corte judicial a jovencitos que intercambian canciones a través de un cable telefónico, sólo porque no pagaron una suma de dinero. Ese aspecto subjetivo que nos hace robar una melodía para tararearla bajo la ducha, usarla de fondo al regalar unas flores o hacernos más llevadera la faena, hace imposible definir propiedades. Las canciones las crea alguien para que las posea otro. El autor puede tener derecho a reconocimiento y potestad exclusiva para autorizar grabaciones y reproducciones, pero ha de recordar que la música deja de ser mágica entre tacaños. Por suerte, el compartir suele ser lo que nutre el espíritu de todo compositor.

Con esta reflexión, ¿me estaré declarando a favor de la piratería? Tema profundo. Luego les respondo.
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25 de septiembre de 2008

Ibuprofeno para el corazón

Quienes nos dedicamos a hacer canciones no siempre tenemos una vida de éxitos, alegrías y glamour. No vivimos aislados ni separados de experiencias que pueden ser frustrantes y dolorosas. Siempre hay alguien que puede hacernos daño, nos rompe una ilusión, nos falta o nos ofende a pesar de nuestro esfuerzo por merecer lo contrario. Podemos también propiciar fracasos al cometer errores, tomar malas decisiones, ignorar mejores maneras o dejar en los demás el control de nuestro destino.

A nivel personal y profesional, corremos siempre el riesgo de cruzarnos con algo que nos entristezca, nos decepcione, nos desanime y nos sumerja en una pausa en la que nada queremos hacer y todo lo cuestionamos. Siempre es posible el hecho fortuito, inesperado, que nos hace perder el balance emocional.

Yo estoy profundamente triste hoy, por razones que no serán el centro de este escrito, porque aquí en realidad quiero compartir que la tristeza también es motivo para muchos músicos que escriben canciones, y que son sus cantos tristes el ibuprofeno que el corazón les pide. Es la mejor forma de automedicación que tenemos cuando sólo queremos llorar. Y esta tarde llegó un verso a mi mente y la guitarra saltó a mis manos. Una hora despúes, justo antes de empezar a escribir esta nota, terminé de componer una canción, "Duelen".

...hoy duelen distancia y memoria
deslealtad en la historia
duelen ofensa y desidia
tras ofrecerse la vida...

Sin embargo, quienes hacemos canciones tenemos además otro consuelo cuando una depresión agobia: el oído dispuesto de quien nos escucha cantar en esta especie de interacción terapéutica entre intérprete y público, una relación de apoyo que muchas veces nace con naturalidad simplemente porque aquél que escucha también llega a sufrir y a necesitar ibuprofeno para el corazón.

Hace unos días sufrí una fractura en el pie izquierdo y el doctor me obligó a inmovilizarme por al menos dos semanas. Sin duda será algo con qué lidiar para materializarles "Grito y silencio", la canción que publicaré el 4 de noviembre. No obstante, hoy no sólo me he inyectado calmante en el alma, sino que además mi necesidad de desahogo me motiva a también ofrecerles la canción que hoy he creado para el mismo día. Ustedes también son una efectiva medicina.
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