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22 de septiembre de 2010

4 cosas que me digo para curarme la vanidad de artista

Llamar la atención es algo inevitable e inherente de mi trabajo (también algo incómodo para mí), pues desde hace unos siglos crear música se ha vuelto una labor egocéntrica, que involucra una competencia por ser el objeto del deseo de un público que nos quiera en escena, nos busque en prensa, nos quiera en retrato, nos dé su aceptación (su dinero, si prefieren el eufemismo).

Arte y artista son inseparables, pero en una era en la que todo parece seguir principios de mercadotecnia, es fácil llegar a un desequilibrio. Muchas veces parece que lo más importante es la persona y no lo que ella crea; la marca y no el producto. Es común ver acentuada la personalidad y no la canción; el ruido y no la música; incluso el escenario y no el auditorio.

Compartir algún talento especial puede inspirar admiración y provocar lenta o súbitamente lo que llaman fama. Y ser admirado y/o famoso puede alimentar la autoestima (aunque muchas veces provoca el efecto contrario).

Pero cuando un fenómeno así nos agarra sin control, podemos sucumbir a la vanidad, algo que puede iniciar un proceso de autodestrucción si un artista no lo supera.

Lo he vivido. Me ha llegado el halago escrito en una servilleta al tocar en un bar; me ha saltado encima la jovencita para besarme al bajar de un escenario; he visto mi foto en periódicos; he recibido la felicitación a diario; me han pedido el autógrafo; he sentido el aplauso; he visto las sonrisas cuando aparezco; he escuchado cosas que me honran en lo más profundo. Independientemente de la calidad de lo que hago, conocidos y extraños me han hecho sentir como un Beatle.

Y he sucumbido a veces. Cuando notas que te quieren ver y oír, cuando te satisface esa atención que te hace sentir deseado y querido, sin darte cuenta, buscas que la rueda no se detenga y terminas más bien atravesándote donde sea para que te den lo que antes te daban sin pedirlo. Es cuando el rechazo o la posibilidad de que te ignoren se vuelve intolerable. ¿Cómo se atreven a ignorarte si eres tan especial?

Entonces corres el riesgo de empezar a crear cosas con la intención de atraer y recibir, no de dar; y cuando un artista deja de dar como un acto genuino y sincero, empieza a desvanecerse.

Desde que retomé mi rol como solista hace dos años, y ahora promoviendo un nuevo disco, más y más gente se me acerca y me da aquello que hace cosquillas a mi vanidad. Y también he visto de cerca lo que es la decepción por causa de divismo, y la execración por causa de engreimiento.

Por eso trato de actuar en sintonía con algunos principios que me repito a diario para mantenerme ubicado entre todo el caos que involucra mi trabajo. Y esto es lo que me digo:

1. Soy un medio, no un fin. Canto mis experiencias y creencias, y estas son muy parecidas a las de otras personas que quizás quieren expresarlas como yo lo hago. Me escuchan porque se expresan a través de mí, no porque canto yo.

2. Soy otro más. La música existía antes de mí y otros artistas vendrán después de mi partida. Un millón de canciones se publican cada año. Cuando no escuchan las mías, escuchan las de otro compositor que tiene también el don de expresar y hacer sentir. Hay otros cantantes que inspiran. Hay otros instrumentistas que conmueven. Soy parte de una comunidad, no un competidor.

3. Aún me queda mucho por aprender. No lo sé todo y no puedo actuar como si así fuera. Admito mi ignorancia porque así inicio mi aprendizaje. Puedo ser digno de admiración, pero también reconozco y admiro a quien hace lo que yo no puedo, a quien hace cosas que me motivan a crecer.

4. Soy terrestre, no celestial. Aunque puedo hacer milagros (en el sentido más amplio del término), no soy un dios y no soy una estrella. También como y duermo; también río y lloro; también pago cuentas. Soy pariente y amigo, padre y amante, un ser con privacidad y también un ciudadano. Veo TV y voy a una tienda si necesito algo. Soy común; soy como todo el mundo. Simplemente tengo un talento en particular que me sube a una tarima, pero no soy más que nadie.
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8 de septiembre de 2009

De cuando el jurado de Latin American Idol me invitó a cenar

El destino (¡otra vez el destino!) me llevó a esa fiesta en casa de un alto ejecutivo de SPE Networks para agasajar a las que poco después serían las celebridades de Latin American Idol: Erika de la Vega, Monchi Balestra, Elizabeth Fuentes, Jon Secada y Gustavo Sánchez. Yo sólo era un invitado inconexo, aunque conociera de años a mucha gente en el lugar. Mi presencia era extraña aun teniendo yo tanta relación con lo musical, simplemente porque en ese momento mi quehacer era más anónimo. Si había alguien que podía ser ignorado esa noche, ese alguien era yo.

Pero fue una velada para comprobar que la buena energía da sorpresas gratas.

A los pocos minutos de llegar los esperados invitados de honor, Gustavo, uno de los que harían de jueces en el nuevo show de talento vocal y ex-mánager de Chayanne, se acercó al pequeño grupo de personas en el que yo me encontraba y parecía no querer apartarse de nuestra compañía. La gente se acercaba y lo saludaba, otros venían y tomaban sus fotos para el recuerdo o la reseña de prensa, y él no se retiraba, seguía ahí charlando muy amenamente con nosotros, contando muchas anécdotas interesantes de su vida, mostrando la sonrisa fácil de quien es amigable sin esfuerzo, de quien no está acostumbrado a ser famoso, de quien se siente intimidado por lo que está por venir.

Creo que fui la persona con quien Gustavo más conversó esa noche. Yo no era de la TV, ni periodista, ni fan, ni cantante buscando audicionar para la competencia, ni empresario de disquera, ni entrevistador de radio. Yo era desconocido, como en cierto grado era él entonces; y yo me sentía fuera de lugar, como sin duda creo que él se sentía también, a pesar de que eran su fiesta, su show y sus compañeros de proyecto. Yo no intimidaba, ni él me intimidaba a mí. Siempre sentí la buena onda de quienes se están comenzando a conocer.

Sin planearlo ni esperarlo ni propiciarlo, me vi a la noche siguiente cenando con él, Elizabeth y mi esposa en el hotel en el que se hospedaban, charlando sobre las cosas curiosas de la audición ese día, algunas historias personales de Gustavo que me parecían enriquecedoras, y los cuentos de Elizabeth trabajando con Willie Colón y Ricardo Arjona. Y yo me preguntaba por qué: por qué estaba yo allí compartiendo con gente influyente por la que años atrás habría hecho lo imposible por conocer y conquistar para avanzar en mi carrera; por qué no me interesaba impresionarlos como artista y ganarme su referencia en una industria tan competida; por qué, existiendo mucha más gente directamente relacionada con su trabajo que seguramente habría querido estar allí, era yo quien estaba en esa mesa pasándoles la sal. Aunque mi intención era en esencia ser también un buen anfitrión en mi ciudad y aunque mi sincera simpatía era correspondida, nunca sentí que fuera yo tan especial como para merecer esa agradable coincidencia, agradable por estar con quienes prometían ser futuros buenos amigos.

Al año, después de una primera temporada de Latin American Idol exitosa, después de discutir con los jueces frente al televisor y de enviarles sugerencias por email para una competencia que --lamento decir-- me parece muy disociada con la realidad de la industria musical y con los valores que debería acentuar, nació mi hijo; y, mientras veía yo babeado a esa criaturita en su camita de clínica, alguien tocó a la puerta de la habitación.

Era Gustavo Sánchez. Se había escapado de las segundas audiciones en Caracas para traerle un inmenso regalo de bienvenida al bebé. ¿Por qué? Porque la buena energía da sorpresas gratas.

El destino (¡y sigue!) también me ha hecho perder contacto con toda esa gente de LAI, pero ahora mi hijo tiene como DVD favorito una copia de un episodio del programa, que se sabe de memoria. Cada vez que me ve, me pide que "le ponga Idol", y cada vez que reproduzco ese disco, disfruto del que es ahora mi artista favorito: un niño de dos años y medio que baila y canta con un microfonito de juguete.

Mañana comienza la cuarta temporada del show y, Gustavo, sé que esta vez no estarás como juez. Sin embargo, si lees esto, te he de decir que, sin saberlo tú, te hiciste parte de lo que ha encendido la chispa musical en mi hijo.

La buena energía da sorpresas gratas.
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25 de mayo de 2009

Reggaetón del bueno

Hace unos meses participé como votante en una de esas competencias que patrocina OurStage para promover a sus artistas suscritos. Me dediqué a escuchar unas 150 canciones categorizadas como de género latino, una etiqueta excesivamente amplia y mal empleada que los portales de habla inglesa le han achacado a todo lo que sea cantado en español o venga del sur del Río Bravo; y era una tarea que podía parecer tediosa, pero en realidad fue muy divertida y enriquecedora.

Allí me crucé con mucha fusión de ritmos, con temas de jazz, salsa, merengue, hip hop, rock, punk, bossa, bachata, toda una ensalada mixta de estilos tan disímiles bajo el renglón "Latin". Y una canción que me gustó mucho era a compás de reggaetón. Ajá, reggaetón, eso que ocho de cada diez amigos míos detestan. Mi sorpresa fue sumamente grata porque por fin había escuchado una progresión armónica interesante y una agradable interpretación vocal dentro del género que le rinde culto al perreo.

Así que le di uno de mis votos, feliz por haber hallado un buen ejemplo de algo que siempre repito: ningún estilo es mejor que otro. Todos son dialectos; cada uno el lenguaje que hilvana subculturas, maneras de vivir y de pensar, la identidad de grupos sociales, y la forma de sentir de gente que comparte las mismas necesidades espirituales.

Por eso me parece discriminatorio odiar el reggaetón y denigrar a quien lo escucha. Yo no lo escucho simplemente porque no es mi idioma, que a la vez es la misma razón por la que no escucho el tango o el yaraví arequipeño. Pero siempre aprecio cuando una composición o una interpretación en estos estilos -o en cualquier otro- llega a satisfacer mis expectativas musicales y se conecta con mi sensibilidad o mi racionalidad.

Sin duda hay mucha música que se hace con fines meramente comerciales, aprovechando modas y cansando a oyentes de radio o a espectadores de canales de videos, pero la gente siempre aprecia lo que se conecta con ella. Y las canciones que logran esa conexión merecen admiración y respeto sin importar el ritmo que sigan y el idioma que hablen.

Como dijo Duke Ellington, en realidad sólo existen dos tipos de música, la buena y la mala. Y yo añado: la única música mala es la que no llega.
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Notas relacionadas:

17 de febrero de 2009

Diez claves para el éxito de un músico (segunda parte)

Creo en la imitación de la actividad admirable. En algún lado leí que, para ser exitoso, también sirve el método de emular a quien tiene éxito. Por eso en un principio me sentí motivado a seguir las ideas y los pasos de gente que me parece genial, progresista y próspera. Con cada experiencia, con cada logro y cada fracaso, se va uno haciendo la idea de cómo es el perfil del exitoso en este trabajo, y siempre quise compartir lo que he notado. Cuando comencé a escribir sobre el tema, el tiempo y el espacio me llevaron a dividir este artículo en dos partes (la primera está aquí) y, como les debo la segunda, procedo a saldar deuda. Aparte del autoconocimiento, el compromiso, los recursos, la adaptabilidad y la disposición a actuar y reposar, necesitamos:

6 Responsabilidad: La capacidad y el deber de responder ante lo que hacemos, lo que se espera de nosotros, y nuestros errores, ante los demás y ante nosotros mismos. Si nos comprometemos a dedicar nuestros talentos, cualidades y recursos a lo que nos llevará a la realización profesional, debemos tener claro que somos completamente responsables de que ello ocurra, nadie más. De nosotros depende aprender nuevos acordes, sacarle un mejor sonido a un aplificador de bajo, llamar la atención de la prensa, lograr un contrato discográfico, o conquistar un mayor público. No depende de más nadie, ni de profesores, ni de representantes, ni de la suerte. Y no pretendo decir que todos quienes aportan también sus talentos a nuestras metas personales a través de la cooperación o del trabajo remunerado son prescindibles; no pretendo menospreciar al valioso fan que apoya e inspira desinteresadamente. Me refiero a que somos nosotros mismos los iniciadores de nuestra carrera y los formadores de nuestros caminos. Todo acto es causa y a la vez efecto y, si tenemos un buen o mal mánager, nuestro sonido es excelente o mediocre, nos miman o nos tratan mal en un club, nos escuchan o nos ignoran, siempre seremos nosotros los causantes a través de nuestra actitud, nuestro obrar, nuestras decisiones, nuestro empeño, nuestra capacidad de inspirar a los demás. Por otro lado, tener un talento especial también implica el deber de cuidarlo y usarlo para bien; así nos volvemos éticos y no cometemos el pecado de anular un don preciado que muchos otros desearían tener. Si quieres cantar y quieres que te escuchen con respeto y reconocimiento, ¿de quién depende?

7 Humildad: Sin menospreciar nuestras cualidades, debemos reconocer que existen músicos con conocimientos más completos que los nuestros, más virtuosismo, mayor versatilidad y más experiencias de éxito. Hay que reconocer la veteranía de artistas que se iniciaron antes que nosotros y de quienes siempre podemos aprender. Admitamos que nuestras interpretaciones son susceptibles de mejoría en la medida en que nos dediquemos a nuestro desarrollo. Aceptemos que nuestras obras musicales son simplemente el modesto resultado de nuestra necesidad por expresarnos a través de las herramientas creativas (dentro y fuera de nosotros mismos) a las que hemos podido recurrir, y que no por ser fruto de esfuerzo han de ser del gusto de todo aquel que las escuche; aceptemos el rechazo como un gesto de respeto hacia las preferencias de los demás (siempre que ese rechazo no esté motivado por la discriminación, claro está). Reconozcamos la posibilidad de equivocarnos y de que otros estén también en lo cierto aunque tengamos opiniones contrarias. La humildad no es la aceptación de otros y el reconocimiento de nuestras limitaciones a regañadientes y con envidia oculta; es la actitud de aprecio hacia lo que distingue al prójimo, hacia la capacidad ajena de ser especial también; es también estar conscientes de que, si bien podemos ser líderes, precursores, innovadores, iniciadores, exitosos, también somos resultado de la contribución de mucha gente, directa e indirectamente. No vale solamente saber quiénes somos; vale también saber cuál es nuestro sitio y que somos parte de algo más grande. La humildad lleva al solista a permitir que el público admire al acompañante. Es una virtud que ayuda a la confluencia de todo lo que atrae el éxito.

8 Buenas relaciones: Dedicarse a la música es una labor profundamente social que nos exige “don de gente”, así seamos los seres más tímidos o arrogantes que puedan existir. Nuestro trabajo es esencialmente comunicativo; nuestra expresión requiere del oído que gustosamente se abre a nuestras melodías; nuestros esfuerzos son más efectivos cuando se comparten con gente que simpatiza con nuestros ideales; nuestros propósitos se concretan más rápidamente cuando nos comunicamos con respeto y reconocimiento, cuando hacemos del agradecimiento un gesto cotidiano, cuando se nos retribuye la magia que rodea la generosidad. El éxito podría medirse también con la capacidad que tenemos de atraer gente dispuesta a brindarnos cosas positivas, a quienes debemos lo mejor que tenemos. El interés en los demás es importante y debe practicarse como una forma de “personificación” o “humanización” de entes tan genéricos como “los fans”, “la prensa”, “el público”, “la industria”. Quien se interesa en nosotros merece también atención; debemos evitar el egocentrismo o la inaccesibilidad, hacernos amigos de quienes acompañan nuestro viaje, del asistente de tarima que corre a traernos la botellita de agua y nos cambia la cuerda rota, del crítico que nos quiere perfectos, del promotor que nos recibe en una ciudad tras invertir su dinero en nosotros, del jovencito que se acerca a pedirnos un autógrafo no porque seamos estrellas y merezcamos idolatría (estamos en la Tierra, no en el cielo), sino porque admira que podamos hacer algo que lo emociona o que quiere imitar y una firma nuestra nos hace más suyos. Si quieres que te escuchen, escucha; si quieres amor, ama.

9 Equilibrio: He visto talento y potencial disminuidos por el desbalance: la salud descuidada, la rendición ante vicios, el fanatismo, la promiscuidad, el abandono de hábitos cuando se cree ya obtenido el éxito, la ignorancia, la vanidad, el mal temperamento. Igual como podemos ser responsables de atraer logros, podemos ser nuestros propios enemigos y sabotear nuestras intenciones sin darnos cuenta. El espíritu artístico es propenso a la liberación de todo lo que usualmente se frena y se limita, a la prueba de lo que no se ha probado, a la exaltación de las emociones, al atrevimiento y al exceso; pero el alcance de metas exige una mínima dosis de mesura y autocontrol.

10 Pasión: Es disfrutar esa mezcla del fervor con la emoción del reto; de la inquietud que acompaña la creación, con la fascinación que causa el resultado; del placer que da la comunión entre músicos y audiencia en un divertido juego de expresión artística, con el entusiasmo inagotable que nos hace jóvenes eternos; de las horas que vuelan cuando hacemos lo que nos gusta, con la fortaleza que nos hace más llevadero cualquier sacrificio y más defendibles nuestras ideas; del paliativo escape y la necesaria catarsis, con el ánimo de hacer lo mismo todos los días de nuestras vidas así no nos paguen. Es sencillo: cuando sentimos amor por aquello a lo que nos dedicamos, somos indetenibles y el éxito no nos puede eludir.

Todos estos elementos que veo necesarios para crecer pueden solaparse, y cada músico puede tomarlos como una referencia para medir sus capacidades. En mi caso, busco constantemente desarrollarlos todos para seguir sintiéndome una persona realizada; y dentro de unos segundos, cuando le coloque el punto final a este texto, me habré sumado otro pequeño gran logro. Espero que ustedes se sumen uno también hoy.
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