
Pero fue una velada para comprobar que la buena energía da sorpresas gratas.
A los pocos minutos de llegar los esperados invitados de honor, Gustavo, uno de los que harían de jueces en el nuevo show de talento vocal y ex-mánager de Chayanne, se acercó al pequeño grupo de personas en el que yo me encontraba y parecía no querer apartarse de nuestra compañía. La gente se acercaba y lo saludaba, otros venían y tomaban sus fotos para el recuerdo o la reseña de prensa, y él no se retiraba, seguía ahí charlando muy amenamente con nosotros, contando muchas anécdotas interesantes de su vida, mostrando la sonrisa fácil de quien es amigable sin esfuerzo, de quien no está acostumbrado a ser famoso, de quien se siente intimidado por lo que está por venir.
Creo que fui la persona con quien Gustavo más conversó esa noche. Yo no era de la TV, ni periodista, ni fan, ni cantante buscando audicionar para la competencia, ni empresario de disquera, ni entrevistador de radio. Yo era desconocido, como en cierto grado era él entonces; y yo me sentía fuera de lugar, como sin duda creo que él se sentía también, a pesar de que eran su fiesta, su show y sus compañeros de proyecto. Yo no intimidaba, ni él me intimidaba a mí. Siempre sentí la buena onda de quienes se están comenzando a conocer.
Sin planearlo ni esperarlo ni propiciarlo, me vi a la noche siguiente cenando con él, Elizabeth y mi esposa en el hotel en el que se hospedaban, charlando sobre las cosas curiosas de la audición ese día, algunas historias personales de Gustavo que me parecían enriquecedoras, y los cuentos de Elizabeth trabajando con Willie Colón y Ricardo Arjona. Y yo me preguntaba por qué: por qué estaba yo allí compartiendo con gente influyente por la que años atrás habría hecho lo imposible por conocer y conquistar para avanzar en mi carrera; por qué no me interesaba impresionarlos como artista y ganarme su referencia en una industria tan competida; por qué, existiendo mucha más gente directamente relacionada con su trabajo que seguramente habría querido estar allí, era yo quien estaba en esa mesa pasándoles la sal. Aunque mi intención era en esencia ser también un buen anfitrión en mi ciudad y aunque mi sincera simpatía era correspondida, nunca sentí que fuera yo tan especial como para merecer esa agradable coincidencia, agradable por estar con quienes prometían ser futuros buenos amigos.
Al año, después de una primera temporada de Latin American Idol exitosa, después de discutir con los jueces frente al televisor y de enviarles sugerencias por email para una competencia que --lamento decir-- me parece muy disociada con la realidad de la industria musical y con los valores que debería acentuar, nació mi hijo; y, mientras veía yo babeado a esa criaturita en su camita de clínica, alguien tocó a la puerta de la habitación.
Era Gustavo Sánchez. Se había escapado de las segundas audiciones en Caracas para traerle un inmenso regalo de bienvenida al bebé. ¿Por qué? Porque la buena energía da sorpresas gratas.

Mañana comienza la cuarta temporada del show y, Gustavo, sé que esta vez no estarás como juez. Sin embargo, si lees esto, te he de decir que, sin saberlo tú, te hiciste parte de lo que ha encendido la chispa musical en mi hijo.
La buena energía da sorpresas gratas.
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