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18 de abril de 2009

El entusiasmo que revitaliza

Me encanta la docencia, y es algo que he podido practicar en temporadas desde joven. Sin duda, cualquier maestro o profesor me dará la razón cuando digo que las mejores satisfacciones que puede uno sentir ocurren cuando un pupilo con dificultades de aprendizaje progresa y crece antes sus ojos, o cuando alguien a quien enseña termina dándole una gran lección de vida.

Viví algo similar cuando tuve la bendición de guiar a un adolescente en su propósito de tocar mejor el sintetizador. Su aparente dificultad: distrofia muscular, una enfermedad que lo debilitaba mucho y lo tenía en silla de ruedas con arnés para poder mantenerse móvil. Su ánimo: la más contagiante alegría y el más inspirador entusiasmo por hacer realidad lo imposible. Este chico ya formaba parte de una banda musical y de un grupo de teatro en su escuela; me hablaba con emoción sobre los artistas que le gustaba escuchar y me reproducía alguna canción de moda con manos que parecían mucho más pesadas de lo que en realidad eran; tocaba las escalas de Hanon a 70 pulsos por minuto y juraba que me daría la sorpresa de tocarlas a 120. Y me la dio.

Hacer lo que nos da felicidad a pesar de los obstáculos, es vivir a plenitud. Tener control de lo que parece incontrolable ayuda a vivir a plenitud. La superación motiva a quienes nos rodean y ese jovencito me enseñó en ese momento que la ayuda nos llega más fácilmente cuando mostramos esa inspiración en lo que hacemos. Hay héroes y magia en todas partes, y eso inspira.

(Dedicado a mi amigo Pedro Bastidas)
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17 de febrero de 2009

Diez claves para el éxito de un músico (segunda parte)

Creo en la imitación de la actividad admirable. En algún lado leí que, para ser exitoso, también sirve el método de emular a quien tiene éxito. Por eso en un principio me sentí motivado a seguir las ideas y los pasos de gente que me parece genial, progresista y próspera. Con cada experiencia, con cada logro y cada fracaso, se va uno haciendo la idea de cómo es el perfil del exitoso en este trabajo, y siempre quise compartir lo que he notado. Cuando comencé a escribir sobre el tema, el tiempo y el espacio me llevaron a dividir este artículo en dos partes (la primera está aquí) y, como les debo la segunda, procedo a saldar deuda. Aparte del autoconocimiento, el compromiso, los recursos, la adaptabilidad y la disposición a actuar y reposar, necesitamos:

6 Responsabilidad: La capacidad y el deber de responder ante lo que hacemos, lo que se espera de nosotros, y nuestros errores, ante los demás y ante nosotros mismos. Si nos comprometemos a dedicar nuestros talentos, cualidades y recursos a lo que nos llevará a la realización profesional, debemos tener claro que somos completamente responsables de que ello ocurra, nadie más. De nosotros depende aprender nuevos acordes, sacarle un mejor sonido a un aplificador de bajo, llamar la atención de la prensa, lograr un contrato discográfico, o conquistar un mayor público. No depende de más nadie, ni de profesores, ni de representantes, ni de la suerte. Y no pretendo decir que todos quienes aportan también sus talentos a nuestras metas personales a través de la cooperación o del trabajo remunerado son prescindibles; no pretendo menospreciar al valioso fan que apoya e inspira desinteresadamente. Me refiero a que somos nosotros mismos los iniciadores de nuestra carrera y los formadores de nuestros caminos. Todo acto es causa y a la vez efecto y, si tenemos un buen o mal mánager, nuestro sonido es excelente o mediocre, nos miman o nos tratan mal en un club, nos escuchan o nos ignoran, siempre seremos nosotros los causantes a través de nuestra actitud, nuestro obrar, nuestras decisiones, nuestro empeño, nuestra capacidad de inspirar a los demás. Por otro lado, tener un talento especial también implica el deber de cuidarlo y usarlo para bien; así nos volvemos éticos y no cometemos el pecado de anular un don preciado que muchos otros desearían tener. Si quieres cantar y quieres que te escuchen con respeto y reconocimiento, ¿de quién depende?

7 Humildad: Sin menospreciar nuestras cualidades, debemos reconocer que existen músicos con conocimientos más completos que los nuestros, más virtuosismo, mayor versatilidad y más experiencias de éxito. Hay que reconocer la veteranía de artistas que se iniciaron antes que nosotros y de quienes siempre podemos aprender. Admitamos que nuestras interpretaciones son susceptibles de mejoría en la medida en que nos dediquemos a nuestro desarrollo. Aceptemos que nuestras obras musicales son simplemente el modesto resultado de nuestra necesidad por expresarnos a través de las herramientas creativas (dentro y fuera de nosotros mismos) a las que hemos podido recurrir, y que no por ser fruto de esfuerzo han de ser del gusto de todo aquel que las escuche; aceptemos el rechazo como un gesto de respeto hacia las preferencias de los demás (siempre que ese rechazo no esté motivado por la discriminación, claro está). Reconozcamos la posibilidad de equivocarnos y de que otros estén también en lo cierto aunque tengamos opiniones contrarias. La humildad no es la aceptación de otros y el reconocimiento de nuestras limitaciones a regañadientes y con envidia oculta; es la actitud de aprecio hacia lo que distingue al prójimo, hacia la capacidad ajena de ser especial también; es también estar conscientes de que, si bien podemos ser líderes, precursores, innovadores, iniciadores, exitosos, también somos resultado de la contribución de mucha gente, directa e indirectamente. No vale solamente saber quiénes somos; vale también saber cuál es nuestro sitio y que somos parte de algo más grande. La humildad lleva al solista a permitir que el público admire al acompañante. Es una virtud que ayuda a la confluencia de todo lo que atrae el éxito.

8 Buenas relaciones: Dedicarse a la música es una labor profundamente social que nos exige “don de gente”, así seamos los seres más tímidos o arrogantes que puedan existir. Nuestro trabajo es esencialmente comunicativo; nuestra expresión requiere del oído que gustosamente se abre a nuestras melodías; nuestros esfuerzos son más efectivos cuando se comparten con gente que simpatiza con nuestros ideales; nuestros propósitos se concretan más rápidamente cuando nos comunicamos con respeto y reconocimiento, cuando hacemos del agradecimiento un gesto cotidiano, cuando se nos retribuye la magia que rodea la generosidad. El éxito podría medirse también con la capacidad que tenemos de atraer gente dispuesta a brindarnos cosas positivas, a quienes debemos lo mejor que tenemos. El interés en los demás es importante y debe practicarse como una forma de “personificación” o “humanización” de entes tan genéricos como “los fans”, “la prensa”, “el público”, “la industria”. Quien se interesa en nosotros merece también atención; debemos evitar el egocentrismo o la inaccesibilidad, hacernos amigos de quienes acompañan nuestro viaje, del asistente de tarima que corre a traernos la botellita de agua y nos cambia la cuerda rota, del crítico que nos quiere perfectos, del promotor que nos recibe en una ciudad tras invertir su dinero en nosotros, del jovencito que se acerca a pedirnos un autógrafo no porque seamos estrellas y merezcamos idolatría (estamos en la Tierra, no en el cielo), sino porque admira que podamos hacer algo que lo emociona o que quiere imitar y una firma nuestra nos hace más suyos. Si quieres que te escuchen, escucha; si quieres amor, ama.

9 Equilibrio: He visto talento y potencial disminuidos por el desbalance: la salud descuidada, la rendición ante vicios, el fanatismo, la promiscuidad, el abandono de hábitos cuando se cree ya obtenido el éxito, la ignorancia, la vanidad, el mal temperamento. Igual como podemos ser responsables de atraer logros, podemos ser nuestros propios enemigos y sabotear nuestras intenciones sin darnos cuenta. El espíritu artístico es propenso a la liberación de todo lo que usualmente se frena y se limita, a la prueba de lo que no se ha probado, a la exaltación de las emociones, al atrevimiento y al exceso; pero el alcance de metas exige una mínima dosis de mesura y autocontrol.

10 Pasión: Es disfrutar esa mezcla del fervor con la emoción del reto; de la inquietud que acompaña la creación, con la fascinación que causa el resultado; del placer que da la comunión entre músicos y audiencia en un divertido juego de expresión artística, con el entusiasmo inagotable que nos hace jóvenes eternos; de las horas que vuelan cuando hacemos lo que nos gusta, con la fortaleza que nos hace más llevadero cualquier sacrificio y más defendibles nuestras ideas; del paliativo escape y la necesaria catarsis, con el ánimo de hacer lo mismo todos los días de nuestras vidas así no nos paguen. Es sencillo: cuando sentimos amor por aquello a lo que nos dedicamos, somos indetenibles y el éxito no nos puede eludir.

Todos estos elementos que veo necesarios para crecer pueden solaparse, y cada músico puede tomarlos como una referencia para medir sus capacidades. En mi caso, busco constantemente desarrollarlos todos para seguir sintiéndome una persona realizada; y dentro de unos segundos, cuando le coloque el punto final a este texto, me habré sumado otro pequeño gran logro. Espero que ustedes se sumen uno también hoy.
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3 de octubre de 2008

Mi rison-guay

La inspiración viene siempre de donde menos esperas. Hace unos días, unas líneas enviadas por un viejo y querido amigo me hizo recordar la razón por la que hago música. Enseguida me puse a decirle que me había dado la idea para mi próximo escrito en el blog y, mientras le escribía, escuché en la TV a un experto en economía hablando de los factores que incidían en equis situación; según sus palabras, los rison-guays.

Lo que nos hace trascendentales son nuestras razones de ser. La mía la descubrí, no muy conscientemente, a muy temprana edad, escuchando LPs de música instrumental con mi papá y mi abuelo, maravillándome con los ojos iluminados cada vez que pasaba frente a la vidriera de alguna tienda de instrumentos musicales, soñando despierto cuando veía a alguien cantar en la TV.

Mi razón de ser ha sido siempre un sueño, una fantasía, individual y colectiva. De inmediato la música se volvió para mí una especie de vicio que debía satisfacer con una provisión que yo mismo debía producir. Se me hacía necesario tocar un instrumento -cualquiera- y cantar, aunque fuera en la soledad de mi cuarto. Cuando pasó a ser una experiencia compartida, la diversidad de emociones que pueden surgir de esa comunión entre gente que hace y escucha melodías, armonías, tonalidades, timbres y ritmos se volvió el motivo de mis días.

De repente descubrí también que mi sueño podía motivar sueños en otras personas. Entendí que lo que hago puede también inspirar. Comprendí la responsabilidad que tengo al servir como un medio de expresión y pude cerrar el círculo que sigue el proceso de volverse músico. Alguien que hacía música me inspiró a hacerla también, y ahora yo debía inspirar, transmitir, servir de puente para que alguien se comunicara a través de mí. La música que más nos gusta es aquella que mejor nos sirve para soltar lo que pensamos y sentimos, y ahora sé que la que yo hago puede servirle a alguien de esa forma. Ya no escribo canciones o me paro a tocar en un escenario por simple autocomplacencia; son cosas que también hago por y para otros.

También el proceso de crear e interpretar me ha provocado una necesidad por mejorar, y ello me ha llevado también a conocer más gente que tiene la misma inquietud y a compartir ese crecimiento entre todos. Hacer más y mejor música en una industria muy competitiva y con alto riesgo al fracaso es algo que además me motiva como una manera de serle ejemplar a mi hijo. Y, como dije en el escrito anterior, es mi terapia, mi escape.

Siempre será una bendición dedicar nuestras horas a aquello que nos llena tanto y nos da razón para existir. En mi caso, es un sueño que vivo y pretendo hacer vivir, tanto así que mi primer disco está inspirado en esa idea: Morfeo.

En otro orden de ideas, sigo en la producción de las dos canciones a estrenar dentro de poquito. Es fabulosa la sensación que da escuchar lo que va resultando del proceso de grabación. Estoy encantado con la sencillez de un solo de guitarra tocado por un sensible músico de visita desde España, a quien me atan nexos que quise celebrar con esta invitación a dejar algo de él en la canción. ¡Faltan 32 días!
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