
Lo que nos hace trascendentales son nuestras razones de ser. La mía la descubrí, no muy conscientemente, a muy temprana edad, escuchando LPs de música instrumental con mi papá y mi abuelo, maravillándome con los ojos iluminados cada vez que pasaba frente a la vidriera de alguna tienda de instrumentos musicales, soñando despierto cuando veía a alguien cantar en la TV.
Mi razón de ser ha sido siempre un sueño, una fantasía, individual y colectiva. De inmediato la música se volvió para mí una especie de vicio que debía satisfacer con una provisión que yo mismo debía producir. Se me hacía necesario tocar un instrumento -cualquiera- y cantar, aunque fuera en la soledad de mi cuarto. Cuando pasó a ser una experiencia compartida, la diversidad de emociones que pueden surgir de esa comunión entre gente que hace y escucha melodías, armonías, tonalidades, timbres y ritmos se volvió el motivo de mis días.
De repente descubrí también que mi sueño podía motivar sueños en otras personas. Entendí que lo que hago puede también inspirar. Comprendí la responsabilidad que tengo al servir como un medio de expresión y pude cerrar el círculo que sigue el proceso de volverse músico. Alguien que hacía música me inspiró a hacerla también, y ahora yo debía inspirar, transmitir, servir de puente para que alguien se comunicara a través de mí. La música que más nos gusta es aquella que mejor nos sirve para soltar lo que pensamos y sentimos, y ahora sé que la que yo hago puede servirle a alguien de esa forma. Ya no escribo canciones o me paro a tocar en un escenario por simple autocomplacencia; son cosas que también hago por y para otros.
También el proceso de crear e interpretar me ha provocado una necesidad por mejorar, y ello me ha llevado también a conocer más gente que tiene la misma inquietud y a compartir ese crecimiento entre todos. Hacer más y mejor música en una industria muy competitiva y con alto riesgo al fracaso es algo que además me motiva como una manera de serle ejemplar a mi hijo. Y, como dije en el escrito anterior, es mi terapia, mi escape.
Siempre será una bendición dedicar nuestras horas a aquello que nos llena tanto y nos da razón para existir. En mi caso, es un sueño que vivo y pretendo hacer vivir, tanto así que mi primer disco está inspirado en esa idea: Morfeo.
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