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4 de enero de 2017

Mi 2016 en 101 tweets

Aquí está ese recuento anual que hago, de cosas que he dicho y quiero repetir, como rito de celebración por un año que pasó y otro que comienza. La gran mayoría son "tweets de medianoche", esa romántica idea de hablarles cuando mucho de ustedes están durmiendo y el ruido es menos apabullante en las redes. Gracias siempre por estar y, si eres visitante nuevo en este espacio mío y me quieres acompañar en esa aventura de hablarnos en 140 caracteres, estoy aquí: twitter.com/luisermusica. ¡Feliz 17 para ti!

1
2/1/16: Mi yo cínico se pelea con la cursilería del optimismo, pero éste me posee como enfermedad crónica.

2
4/1/16: Mi propósito de año nuevo (de vida, a decir verdad) es celebrar un logro al final de cada día.

3
6/1/16: Es normal resistirse al cambio repentino y/o grande. Pero que algo sea normal no quiere decir que sea sano.

4
8/1/16: Gustave Flaubert dijo hace una chorrera de años que la verdadera inmoralidad residía en la ignorancia y la estupidez. No quiero ser inmoral.

7 de enero de 2016

Mi 2015 en 115 tweets (3)


¡Y llegamos a la tercera y última parte! La primera está aquí: Mi 2015 en 115 tweets (1); y la segunda aquí: Mi 2015 en 115 tweets (2). Gracias por estar cerca y leer mis cosas.

81

6 de mayo de 2015

Cuando quieras trascender

Motivación existencialista de muchos,
poder vivir más allá de la muerte
gracias a un legado noble que perdura

Todos queremos ser inmortales
de alguna manera
y pensamos que trascender
sólo es logro de los que hacen hazañas
o se vuelven célebres por lo que sea

27 de noviembre de 2014

De cuando entré a un estudio de grabación por primera vez

El año era 1984 (sí, hace treinta). Desde hacía tiempo, mi amigo de la escuela, Raúl Larrazábal, y yo habíamos estado tratando de formar un grupo de rock y nos reuníamos a menudo para hacer jammings y tocar algunas de las canciones que yo había podido componer. Yo me había comprado una guitarra eléctrica (una modesta Fender Bullet americana) para hacer realidad mi sueño de estar en una banda. Aunque me defendía más en las teclas, prefería un instrumento más económico y portátil para ir a ensayos y descargar la pasión. Al principio la intención era rockear en la cuerdas, pero la verdad es que siempre terminaba frente al piano en casa de la hermana de Raúl, y la guitarra se me volvió algo secundario.

Un día, Raúl me dijo que un vecino músico estaba buscando una banda para grabar unas canciones, y decidimos hacer la audición. Conocimos al fulano (el nombre no lo recuerdo en este momento) en casa de otro extraño, y él me puso a improvisar en un órgano electrónico (¡no una guitarra!) que ahí había, y a Raúl en la batería. Le gustamos y poco después nos subieron a un vehículo rústico para ir a un estudio de grabación profesional que quedaba en un suburbio de Caracas.

23 de mayo de 2013

La maldición de pensar en premios


Mi hijo, ayer:
¡Papi, te tengo una noticia buenísima! La maestra de inglés me dio una estrella por ser el niño que hizo las actividades más rápido. ¡Me tocó la estrella número 1! Y dijo que desde ahora pondrá estrellitas a los que hagan las cosas muy bien.
Mi hijo, hoy:
No terminé de colorear a tiempo porque me distraje pensando en qué estrella me iba a poner la maestra, y me puso la número 6, el último lugar de mi mesa. Ahora soy un tonto.

23 de marzo de 2013

Por qué un artista no puede ser sindicalista


Hay una contradicción de fondo que desmerita por completo este esfuerzo. Un verdadero artista INDEPENDIENTE (y cualquier profesional similar en cualquier área), nunca, nunca puede ser sindicalista.

Primero, una verdadera independencia económica lograda con esfuerzo y buen manejo de una carrera (en el oficio al que te dediques), no te sumerge en la necesidad de verte protegido por un gobierno, por subsidios, tarifas reguladas, escalas de sueldo, descuentos en hospitales, ayuditas, donaciones, y todo lo que siempre terminan mendigando los sindicatos en Venezuela.

20 de septiembre de 2011

Los 30 años de mi primera canción

Julio 29, 1981: Fue el día en que se casaron el Príncipe Carlos y Diana Spencer, por eso lo recuerdo. En la mañana vi la transmisión en vivo desde Inglaterra, porque aún no existía en casa eso que llaman "TV por cable"  y mi mamá quería ver "la boda del siglo".

Con 13 años, yo acababa de terminar mi primero de secundaria, Freddie Mercury estaba por venir con Queen a Caracas en un par de meses (aunque yo estaba muy chamo para que me dejaran ir a verlos), y ya por la edad me empezaban a dar ataques de "quiero hacer música cuando sea grande".

En mi mente, muy grabada la de bandas que estaba recién descubriendo, Supertramp, Toto. La disco le estaba cediendo el terreno a la new wave; The Police y su reggae mezclado empezaba a sonarme al oído; el rock nacional comenzaba a decirme que un jovencito podía hacer canciones si quería; y Frank Quintero con su Muchacha tímida me parecía un héroe local.

22 de marzo de 2011

El artista que olvida su rebeldía

Los artistas somos rebeldes por naturaleza. Como sea que ocurra, el cerebro se nos programa para intentar hacer las cosas de la manera menos convencional posible. Es una obsesión por ser distintos, por innovar, iniciar, liderar, cambiar tendencias, renovar estilos, revolucionar, probar que otras formas son válidas y meritorias, romper patrones, revolver paradigmas, refrescar métodos, mezclar lo inmezclable, decir lo indecible, pintar lo inimaginable, cantar el tabú, bailar la indecencia, personificar la fantasía, esculpir el agua, fotografiar lo que nadie ve.

Hacer lo que nadie haga.
Hacer lo que nadie se atreva a hacer.

La rebeldía se fundamenta en la premisa de que las cosas no las tenemos que hacer como los demás las hacen, y un justificativo es que no hay justificativo para invalidar esa posición.

17 de marzo de 2011

15 cosas que no me enseñaron en el conservatorio

1
Que estudiar no te hace necesariamente un mejor músico.

2
Que la buena música puede ser resultado de un acto fortuito.

3
Que la música sólo es buena si motiva o inspira algo, no sólo si está motivada o inspirada.

4
Que la perfección no es la finalidad.

5
Que el talento es sólo parte de la ecuación.

22 de septiembre de 2010

4 cosas que me digo para curarme la vanidad de artista

Llamar la atención es algo inevitable e inherente de mi trabajo (también algo incómodo para mí), pues desde hace unos siglos crear música se ha vuelto una labor egocéntrica, que involucra una competencia por ser el objeto del deseo de un público que nos quiera en escena, nos busque en prensa, nos quiera en retrato, nos dé su aceptación (su dinero, si prefieren el eufemismo).

Arte y artista son inseparables, pero en una era en la que todo parece seguir principios de mercadotecnia, es fácil llegar a un desequilibrio. Muchas veces parece que lo más importante es la persona y no lo que ella crea; la marca y no el producto. Es común ver acentuada la personalidad y no la canción; el ruido y no la música; incluso el escenario y no el auditorio.

Compartir algún talento especial puede inspirar admiración y provocar lenta o súbitamente lo que llaman fama. Y ser admirado y/o famoso puede alimentar la autoestima (aunque muchas veces provoca el efecto contrario).

Pero cuando un fenómeno así nos agarra sin control, podemos sucumbir a la vanidad, algo que puede iniciar un proceso de autodestrucción si un artista no lo supera.

Lo he vivido. Me ha llegado el halago escrito en una servilleta al tocar en un bar; me ha saltado encima la jovencita para besarme al bajar de un escenario; he visto mi foto en periódicos; he recibido la felicitación a diario; me han pedido el autógrafo; he sentido el aplauso; he visto las sonrisas cuando aparezco; he escuchado cosas que me honran en lo más profundo. Independientemente de la calidad de lo que hago, conocidos y extraños me han hecho sentir como un Beatle.

Y he sucumbido a veces. Cuando notas que te quieren ver y oír, cuando te satisface esa atención que te hace sentir deseado y querido, sin darte cuenta, buscas que la rueda no se detenga y terminas más bien atravesándote donde sea para que te den lo que antes te daban sin pedirlo. Es cuando el rechazo o la posibilidad de que te ignoren se vuelve intolerable. ¿Cómo se atreven a ignorarte si eres tan especial?

Entonces corres el riesgo de empezar a crear cosas con la intención de atraer y recibir, no de dar; y cuando un artista deja de dar como un acto genuino y sincero, empieza a desvanecerse.

Desde que retomé mi rol como solista hace dos años, y ahora promoviendo un nuevo disco, más y más gente se me acerca y me da aquello que hace cosquillas a mi vanidad. Y también he visto de cerca lo que es la decepción por causa de divismo, y la execración por causa de engreimiento.

Por eso trato de actuar en sintonía con algunos principios que me repito a diario para mantenerme ubicado entre todo el caos que involucra mi trabajo. Y esto es lo que me digo:

1. Soy un medio, no un fin. Canto mis experiencias y creencias, y estas son muy parecidas a las de otras personas que quizás quieren expresarlas como yo lo hago. Me escuchan porque se expresan a través de mí, no porque canto yo.

2. Soy otro más. La música existía antes de mí y otros artistas vendrán después de mi partida. Un millón de canciones se publican cada año. Cuando no escuchan las mías, escuchan las de otro compositor que tiene también el don de expresar y hacer sentir. Hay otros cantantes que inspiran. Hay otros instrumentistas que conmueven. Soy parte de una comunidad, no un competidor.

3. Aún me queda mucho por aprender. No lo sé todo y no puedo actuar como si así fuera. Admito mi ignorancia porque así inicio mi aprendizaje. Puedo ser digno de admiración, pero también reconozco y admiro a quien hace lo que yo no puedo, a quien hace cosas que me motivan a crecer.

4. Soy terrestre, no celestial. Aunque puedo hacer milagros (en el sentido más amplio del término), no soy un dios y no soy una estrella. También como y duermo; también río y lloro; también pago cuentas. Soy pariente y amigo, padre y amante, un ser con privacidad y también un ciudadano. Veo TV y voy a una tienda si necesito algo. Soy común; soy como todo el mundo. Simplemente tengo un talento en particular que me sube a una tarima, pero no soy más que nadie.
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Notas relacionadas:

22 de julio de 2010

Luiser ya es cuarteto

Yo aún me partía el coco tratando de dar con un bajista que también pudiera tocar guitarras, teclados y cantar, para sumarlo a la conformación de mi banda. Tenía que ser alguien con profesionalismo, versatilidad, mucha buena vibra, digno de confianza y con un amor creciente hacia lo que quiero mostrar musicalmente.

Y cuando ya estaba maquinando arreglos para un trío -para defender las canciones junto a Maythe Guedes y Chicho Tedesco-, recibí un peculiar mensaje a través de MySpace, que concluía con estas líneas:

Si el momento lo requiere, y el tiempo y el espacio se confabulan para ello, cuenta conmigo para acompañarte en la aventura de tocar tu música para otros.

Era Juan Carlos De La Cruz mostrando su disposición en un mensaje muy elocuente en el que me cuenta que llevaba tiempo identificándose con mis escritos en este blog y escuchando mis temas. Y lo que me expresó me halagó y entusiasmó mucho. Sabiendo de su experiencia, de la admiración que inspira en muchos colegas, y percibiendo su excelente ánimo, enseguida le respondí que probáramos juntos con la música.

Maythe se alegró de inmediato al saberlo, porque ya antes había trabajado con Juan Carlos y ya antes había pensado que era la opción perfecta. Y Chicho se contentó también porque tenía sus dudas respecto a la posibilidad de que los arreglos sonaran bien a trío.

Anoche nos encerramos los cuatro por primera vez en un estudio y nos aventuramos con canciones como Diferentes memorias y Grito y silencio. A pesar de las torpezas típicas de quienes están aprendiendo a bailar juntos, y de una gastritis que casi vuelve ausente a Juan Carlos, pude sentir la emoción que me da cuando veo magia naciendo. Ahí estaba la energía combinada con el nerviosismo (mi música antes se tocaba con seis músicos); la alegría mezclada con el respeto mutuo, y la evidencia tangible de que sí parece posible el sueño.

Es cuando vuelvo a recordar la fortuna y lo mucho que me honra que otros se unan a tocar lo que alguna vez pasó de pensamiento a música en la intimidad de mi habitación. Gracias, Maythe. Gracias, Chicho. Gracias, Juan Carlos.
Notas relacionadas:

22 de abril de 2010

De cuando Jon Lord me hizo crecer

Chicho Tedesco, a quien llamo "mi baterista personal", me llamó una noche para pedirme ser el tecladista de Fireball, una banda que nace con el objeto de rendirle tributo a Deep Purple, la agrupación británica de rock y blues que ha sido de tan profunda influencia para muchos artistas a nivel mundial; y yo dudé en dar una respuesta afirmativa de inmediato, principalmente porque mi dedicación se concentra en todo lo que conlleva mi trabajo como solista, y por la sencilla razón de que yo no conocía el repertorio de DP (salvo los clásicos temas que ocasionalmente me consiguen a través de la radio). Sin saber de qué iba la música a nivel de ejecución, no podía determinar si estaba a mi alcance como instrumentista.

Chicho me mandó entonces algunos mp3s y, después de escucharlos, me dio el miedo ese que me gusta, el susto que comparo con aquel que siente alguien cuando se enamora y no tiene idea de cómo hacer para conquistar al ser amado. Escuché a DP con otro oído y me revivió una necesidad de descargar energías como las que ese rock clásico remueve. Pero se trataba de emular el trabajo que hace Jon Lord en un órgano Hammond, y nada parecido había hecho yo en mi vida. Me refiero a tocar como él y a tocar semejante instrumento.

Pero acepté participar, porque era un reto, una aventura personal, una locura suicida como músico porque quizás haría el ridículo en escena. Acepté porque me gusta trabajar con Chicho y porque me atraía hacerlo también con otros músicos venezolanos que había respetado a distancia: Alexis Peña, Nicky Scarola y Luis Sanabria. Acepté porque justo comentaba en esos días que echaba de menos la experiencia de ser parte de un grupo; eso de ser el centro de atención como solista suele abrumar y agobiar. Acepté porque prometía ser muy, muy divertido.

Llegó el primer ensayo y todo encajó. La química fue excelente y me sorprendió gratamente percibir un nivel homogéneo de talento, profesionalismo, motivación, buena vibra. Sólo toqué dos o tres temas esa vez, pero el resto tocó más canciones y quedé boquiabierto por la energía que había en esa sala.

Después comencé a escuchar las historias y anécdotas detrás del proyecto, antes de mi inclusión, y no podía creer que hubieran tenido tanta mala suerte hasta entonces. Habían probado con otros bateristas antes de quedar Chicho; habían tenido intentos frustrados con otros tecladistas, uno de los cuales se había fracturado una mano; también habían sufrido para dar con el bajista; y hasta un sismo había entorpecido su trabajo. Pero le dije a Nicky, quien ha estado a la cabeza de todo, que conmigo iban seguros, que no les fallaría.

Tres semanas después, les fallé. Mis compromisos se habían acumulado, las prioridades habían cambiado -hasta me habían robado un sintetizador a punta de pistola- y tuve que sacrificar a Fireball, con dolor y vergüenza porque sentía que defraudaba confianza y esperanzas en mí, y porque ya había una presentación pendiente para días después.

Aun así, Nicky me llamó a los meses para invitarme de nuevo, y una vez más quise intentarlo para sacarme el clavo y reivindicarme. Tal como dije, era una deuda que me quedaba pendiente y que quería saldar.

Pero al tiempo descubrí por qué tocar con Fireball estaba en mi destino. Aparte de la oportunidad de hacer nuevos amigos y de seguir comprobando que mi trabajo siempre es entretenido, entendí que mi desarrollo como artista no es en realidad un desafío que se origina en mí mismo. Nunca me ha motivado ser mejor por único orgullo personal y mientras menos aislado estoy, más me vienen de otras personas las razones para crecer.

Aprenderme las canciones de Deep Purple me obligó a tocar de una forma que nunca había probado, simplemente porque nunca me había visto obligado a hacerlo. Fue como aprender otra lengua. Al principio, me sentía muy inseguro, pero disfrutaba mucho el proceso de intentar algo nuevo (hacía años que no me gozaba tanto un repertorio ajeno). Luego descubrí que me había tardado mucho menos tiempo del esperado en montar los temas. Gané una confianza que nunca había sentido, porque siempre me he considerado básicamente un compositor, no un intérprete.

El reto vino de afuera: "Intenta tocar como Jon Lord".

Pero hay más. Mis canciones son retos que vienen de afuera también. Si no supiera que hay gente que me escucha y que tiene expectativas hacia lo que hago, no pensaría tanto a la hora de escribir un verso o de determinar un arreglo. Yo espero cosas mejores de los artistas musicales que sigo; supongo que esperan lo mismo de mí aquellos que me regalan la fortuna de su atención e interés. Como profesional, la "noción del otro" influye muchísimo en lo que hago. Entonces crezco porque otros lo esperan, crezco porque otros lo exigen, crezco porque acepto satisfacer lo que otros me demandan. Incluso puedo crecer al no hacer lo que los demás piden.

No me refiero a vivir sólo para el prójimo. La verdad es que todo crecimiento requiere interacción, y agradezco a Fireball y Jon Lord por estirarme el tamaño.
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Notas relacionadas:

16 de marzo de 2010

Borroso

Una vez me vi borroso en el espejo, pero mi vista estaba bien. Lo que pasaba era que mi yo real y mi yo aparente no coincidían. Iban juntos, pero se solapaban; no encajaban a perfección para que mi imagen fuera nítida.

La distorsión se me ha ido curando mientras menos me repito "Es que yo no soy así" cuando hago algo que me contradice la esencia.
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Notas relacionadas:

22 de diciembre de 2009

El camino y la evolución

Siempre que puedo, en las tardes salgo de casa a caminar por el vecindario en el que crecí, mientras me suenan en los audífonos Toto, Bjork o Linkin Park a todo volumen. Son alrededor de 30 minutos de aire, ejercicio e inspiración.

¿Por qué inspiración? Porque mis pasos me llevan al pasado. Es la ventaja de vivir donde me crié y algo que mis amigos y familiares idos a otras ciudades seguramente extrañarán (a menos que sus pasados sean aborrecibles).

En mi recorrido, recuerdo cuando iba con mis hermanos a la escuela, a veces con temor por no saber bien la lección o emocionado porque vería a la niña que me gustaba; cuando me acercaba a la venta de perros calientes sólo porque me fascina el olor de la mostaza; cuando visitaba a mis compañeritos de clase en esas calles, para jugar con muñecos que lanzábamos en paracaídas desde las azoteas; cuando me atropelló el autobús del colegio; cuando me acompañaba en el camino mi amiga de infancia, que siempre fue mi novia sin saberlo; cuando jugaba béisbol en la plaza pública que antecede a la iglesia donde hice mi primera comunión; la primera vez que me robaron; cuando cargué un bombo de batería por cuadras para ir a un ensayo con el grupo que me llevó a un estudio de grabación por primera vez; cuando hace 20 años iba entusiasmado a casa de mi amigo José a practicar las canciones que luego terminarían en mi primer disco... La lista de recuerdos es interminable.

Y algo simpático me pasó en uno de esos paseos cotidianos. Vi a distancia a alguien que estaba en mi salón cuando inicié la secundaria. Era el muchacho camorrero y peleón, el que disfrutaba haciéndoles maldades a los tímidos y callados; es decir, a mí.

Entonces recordé el altercado que él y yo tuvimos una vez en clase. Discutimos por algo; creo que me harté y le dije que dejara el abuso. Enseguida salieron despavoridos los demás muchachos. Pensaron que por lo menos algún pupitre me iba a lanzar. Me vi de nuevo en ese instante en que estábamos casi solos y en que le vi la cara de alzado con esos ojos que asustaban. Pero no recordé qué pasó después. Supongo que me zarandeó como muñequito de Cajita Feliz y quedé inconsciente, porque no me acuerdo.

Me le acerqué y lo saludé. Él me recordaba también y nos reímos cuando le conté de la pelea. Entonces le dije: "¿Quieres revancha? ¡Seguro que ahora sí te someto!" Y se rió más, no sólo por la desventaja que significaba ser ahora menos corpulento que yo, sino por ver --como de hecho noté yo también-- una satisfactoria prueba de evolución. Los temores que nos hacían disfuncionales a los 12 años ya no estaban; y ahora éramos dos hombres más seguros de nuestras virtudes y más considerados con los demás.

Ahora también la inspiración al andar por esas calles no viene sólo de la nostalgia o de la gente que recuerdo con sentimiento, sino por los momentos de autoevaluación que a veces vivo. El antes y el después, el crecimiento, la superación, saber que ahora hay cosas que pienso y hago mejor, confirmar que atrás ha quedado lo que limita, recordar que nunca somos los mismos y que la vida siempre nos acerca a la posibilidad de avanzar.

Y algo tan simple como caminar por mi historia me ha hecho sumar otra pequeña razón para vivir a plenitud: la inmensa curiosidad que tengo por ver lo que seré en el futuro.

Ahí les dejo eso. Me voy a caminar.
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