
Mi hijo, ayer:
¡Papi, te tengo una noticia buenísima! La maestra de inglés me dio una estrella por ser el niño que hizo las actividades más rápido. ¡Me tocó la estrella número 1! Y dijo que desde ahora pondrá estrellitas a los que hagan las cosas muy bien.Mi hijo, hoy:
No terminé de colorear a tiempo porque me distraje pensando en qué estrella me iba a poner la maestra, y me puso la número 6, el último lugar de mi mesa. Ahora soy un tonto.Después de comentar lo necesario para ayudarlo a sobrellevar esa frustración y golpe a su autoestima, fue imposible no recordar que los adultos tampoco disfrutamos a plenitud el placer de colorear en la vida porque nos obsesiona el ser los mejores y nos quita la concentración el ser los más reconocidos.
Todo empieza en preescolar...
Me voy a colorear.
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