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22 de marzo de 2011

El artista que olvida su rebeldía

Los artistas somos rebeldes por naturaleza. Como sea que ocurra, el cerebro se nos programa para intentar hacer las cosas de la manera menos convencional posible. Es una obsesión por ser distintos, por innovar, iniciar, liderar, cambiar tendencias, renovar estilos, revolucionar, probar que otras formas son válidas y meritorias, romper patrones, revolver paradigmas, refrescar métodos, mezclar lo inmezclable, decir lo indecible, pintar lo inimaginable, cantar el tabú, bailar la indecencia, personificar la fantasía, esculpir el agua, fotografiar lo que nadie ve.

Hacer lo que nadie haga.
Hacer lo que nadie se atreva a hacer.

La rebeldía se fundamenta en la premisa de que las cosas no las tenemos que hacer como los demás las hacen, y un justificativo es que no hay justificativo para invalidar esa posición.

No daño a nadie, ¿por qué no entonces?
¿Por qué no hacer las cosas como me dé la gana?

El rebelde es inmoral porque su no seguimiento de reglas (su posición "ilegal") no es un valor que deba tener aceptación social. Las escuelas tienen ese dilema. Deben propiciar el pensamiento creativo e innovador, pero no deben formar niños con espíritu de rebeldía. La creatividad mesurada, socialmente aceptable, sin llegar a ser peligrosa, reaccionaria, contestataria. Hay rebeldías que atentan contra la subsistencia y la armonía.

Y los artistas crecemos con esa formación. Es el desarrollo natural y para romper reglas, hay que conocerlas primero (o no conocerlas, pero esto implica falta de guía, instrucción y escolaridad). Pasamos años tratando de asimilar normas que luego intentamos remover con la motivación de ser originales, atrevidos, precursores, más expresivos, más auténticos. Hay quienes no esperan tanto tiempo y en la misma escuela pasan a ser renegados y, según su ambiente cotidiano, llegan a ser delincuentes o genios pioneros en el campo que escojan.

El asunto es que es fácil domar la rebeldía de artista. A mí también se me adormeció con las presiones típicas:

el pago de las cuentas en la casa, que puedo tener asegurado si ejerzo una profesión que remunere de forma más estable, frecuente;

la idea de que los artistas desconocidos no merecemos justa compensación económica por nuestro oficio;

la idea de que puedo ganarme la vida y gozar de uno que otro lujo como artista sólo si soy famoso, mediático;

la idea de que, como no soy famoso, sólo puedo hacer mi arte por hobby;

la idea de que el arte es sólo la vocación de irresponsables y/o soñadores idealistas que no vamos a ningún lado;

la idea de que el arte me exige una dedicación extrema y una paciencia estoica que convienen evitarse (¿para qué darme mala vida por tan poco a cambio?);

la idea de que no existe en realidad gente que se conecte con mis excentricidades, extravagancias, experimentos, locuras, y por lo tanto corro el riesgo de ser incomprendido, ignorado e impopular;

la idea de que quien sea mi pareja, o pueda interesarse en mí como pareja, me va a dejar o rechazar porque no está en sintonía con mi estilo de vida;

la idea de que no haya apoyo de parte de familiares y amigos;

la idea de que tanta libertad, ausencia de horarios fijos, planes que cambian con rapidez, y proyectos que son lentos o nunca se materializan, no llevan a nada productivo y satisfactorio;

la idea de que puedo estar perdiendo el tiempo y de que hay cosas más importantes o relevantes que hacer;

la idea de que mi hora ya pasó y ya no estoy para estas cosas:

la confusión en la cara de la gente cuando me pregunta qué estoy haciendo y le respondo "Grabando mis canciones y escribiendo";

el temor por terminar frustrado o como un fracasado y la vergüenza que pueda sentir en consecuencia;

la pereza que da tener que comenzar de nuevo.

Seguramente hay otras presiones que pase por alto en este momento. Son muchas, son diarias, constantes y aparecen incluso en sueños. Por un tiempo cedí y deseché todo. Me corté el cabello y me dediqué a vivir más "sensatamente". Es muy cómodo y tranquiliza.

Y descubrí que soy bueno anulándome. Ya sé que puedo adormecer mi capacidad de hacer música y ya conozco el dolor que ello causa. Ya sé lo que es vivir haciendo las cosas a medias, sin convicción, sin fe, con buena dosis de mediocridad, con desgano, sin inspiración. He conocido la impotencia que da someterse a las reglas de los demás. La alienación carcome cuando la reconoces y no la deseas, y dejar de ser lo que eres es morir en vida.

Pero soy rebelde
lo asumo
y cantaré sin medirme
sin pedir permiso
sin daños
sin culpas
sin imposiciones
porque me lo debo
porque es lo que quiero
así tenga dinero o no
así guste o no
en días sin horas
en años sin meses
con confianza en mi camino
con fe en mi destino
con mis propios pasos
a mi ritmo
sin distraerme
sin condiciones
en soledad o en compañía
sin parar
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