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9 de enero de 2015

Música en tiempos de crisis (en Venezuela)

Días en que un músico que crea y comparte canciones como yo, se cuestiona la relevancia y la prioridad de lo que hace. Es un estado de parálisis en el que me veo a mí mismo y a otros colegas en Venezuela porque todos nos encontramos igualmente abrumados por una realidad de la que nadie aquí puede escapar.

Hoy es virtualmente imposible salir de esta tierra de manera espontánea porque las aerolíneas internacionales están peleadas por dinero con el gobierno y redujeron sustancialmente el número de vuelos; y ya no es práctico y rentable para productores de shows en el exterior llevarme a tocar. Además, es común ver anuncios de reembolso de dinero por unas pocas entradas a espectáculos que no logran atraer público y se cancelan o posponen, no porque la gente no quiera ir, sino porque, repito, las prioridades son otras en un país ahogado en inflación y devaluación históricas, y los productores ya no pueden perder más dinero.

24 de marzo de 2011

Mis 8 fobias como músico

Un día hablando con una amiga mientras nos tomábamos algo, le conté de un sueño recurrente que tengo:
Salgo de un camerino y subo a un escenario, en cuyo centro me espera un teclado para iniciar un concierto. Hay mucha gente frente a mí en penumbra y el sonido reverberado de unos aplausos. Enseguida golpeo el primer acorde en las teclas y... nada. No suena; no se escucha música; en toda la sala nada más se oye el sonido del plástico recibiendo dedazos. En otra variación del mismo sueño, al llegar al instrumento, descubro que sólo es una tabla de madera con teclas dibujadas que, por supuesto, tampoco producen melodía por más que les doy.
Después de contarle a mi amiga y recibir las carcajadas con el consejo de verme con un psicólogo, le dije que escribiría algún día sobre las ansiedades y fobias que sufro en mi carrera.

22 de marzo de 2011

El artista que olvida su rebeldía

Los artistas somos rebeldes por naturaleza. Como sea que ocurra, el cerebro se nos programa para intentar hacer las cosas de la manera menos convencional posible. Es una obsesión por ser distintos, por innovar, iniciar, liderar, cambiar tendencias, renovar estilos, revolucionar, probar que otras formas son válidas y meritorias, romper patrones, revolver paradigmas, refrescar métodos, mezclar lo inmezclable, decir lo indecible, pintar lo inimaginable, cantar el tabú, bailar la indecencia, personificar la fantasía, esculpir el agua, fotografiar lo que nadie ve.

Hacer lo que nadie haga.
Hacer lo que nadie se atreva a hacer.

La rebeldía se fundamenta en la premisa de que las cosas no las tenemos que hacer como los demás las hacen, y un justificativo es que no hay justificativo para invalidar esa posición.

22 de abril de 2010

De cuando Jon Lord me hizo crecer

Chicho Tedesco, a quien llamo "mi baterista personal", me llamó una noche para pedirme ser el tecladista de Fireball, una banda que nace con el objeto de rendirle tributo a Deep Purple, la agrupación británica de rock y blues que ha sido de tan profunda influencia para muchos artistas a nivel mundial; y yo dudé en dar una respuesta afirmativa de inmediato, principalmente porque mi dedicación se concentra en todo lo que conlleva mi trabajo como solista, y por la sencilla razón de que yo no conocía el repertorio de DP (salvo los clásicos temas que ocasionalmente me consiguen a través de la radio). Sin saber de qué iba la música a nivel de ejecución, no podía determinar si estaba a mi alcance como instrumentista.

Chicho me mandó entonces algunos mp3s y, después de escucharlos, me dio el miedo ese que me gusta, el susto que comparo con aquel que siente alguien cuando se enamora y no tiene idea de cómo hacer para conquistar al ser amado. Escuché a DP con otro oído y me revivió una necesidad de descargar energías como las que ese rock clásico remueve. Pero se trataba de emular el trabajo que hace Jon Lord en un órgano Hammond, y nada parecido había hecho yo en mi vida. Me refiero a tocar como él y a tocar semejante instrumento.

Pero acepté participar, porque era un reto, una aventura personal, una locura suicida como músico porque quizás haría el ridículo en escena. Acepté porque me gusta trabajar con Chicho y porque me atraía hacerlo también con otros músicos venezolanos que había respetado a distancia: Alexis Peña, Nicky Scarola y Luis Sanabria. Acepté porque justo comentaba en esos días que echaba de menos la experiencia de ser parte de un grupo; eso de ser el centro de atención como solista suele abrumar y agobiar. Acepté porque prometía ser muy, muy divertido.

Llegó el primer ensayo y todo encajó. La química fue excelente y me sorprendió gratamente percibir un nivel homogéneo de talento, profesionalismo, motivación, buena vibra. Sólo toqué dos o tres temas esa vez, pero el resto tocó más canciones y quedé boquiabierto por la energía que había en esa sala.

Después comencé a escuchar las historias y anécdotas detrás del proyecto, antes de mi inclusión, y no podía creer que hubieran tenido tanta mala suerte hasta entonces. Habían probado con otros bateristas antes de quedar Chicho; habían tenido intentos frustrados con otros tecladistas, uno de los cuales se había fracturado una mano; también habían sufrido para dar con el bajista; y hasta un sismo había entorpecido su trabajo. Pero le dije a Nicky, quien ha estado a la cabeza de todo, que conmigo iban seguros, que no les fallaría.

Tres semanas después, les fallé. Mis compromisos se habían acumulado, las prioridades habían cambiado -hasta me habían robado un sintetizador a punta de pistola- y tuve que sacrificar a Fireball, con dolor y vergüenza porque sentía que defraudaba confianza y esperanzas en mí, y porque ya había una presentación pendiente para días después.

Aun así, Nicky me llamó a los meses para invitarme de nuevo, y una vez más quise intentarlo para sacarme el clavo y reivindicarme. Tal como dije, era una deuda que me quedaba pendiente y que quería saldar.

Pero al tiempo descubrí por qué tocar con Fireball estaba en mi destino. Aparte de la oportunidad de hacer nuevos amigos y de seguir comprobando que mi trabajo siempre es entretenido, entendí que mi desarrollo como artista no es en realidad un desafío que se origina en mí mismo. Nunca me ha motivado ser mejor por único orgullo personal y mientras menos aislado estoy, más me vienen de otras personas las razones para crecer.

Aprenderme las canciones de Deep Purple me obligó a tocar de una forma que nunca había probado, simplemente porque nunca me había visto obligado a hacerlo. Fue como aprender otra lengua. Al principio, me sentía muy inseguro, pero disfrutaba mucho el proceso de intentar algo nuevo (hacía años que no me gozaba tanto un repertorio ajeno). Luego descubrí que me había tardado mucho menos tiempo del esperado en montar los temas. Gané una confianza que nunca había sentido, porque siempre me he considerado básicamente un compositor, no un intérprete.

El reto vino de afuera: "Intenta tocar como Jon Lord".

Pero hay más. Mis canciones son retos que vienen de afuera también. Si no supiera que hay gente que me escucha y que tiene expectativas hacia lo que hago, no pensaría tanto a la hora de escribir un verso o de determinar un arreglo. Yo espero cosas mejores de los artistas musicales que sigo; supongo que esperan lo mismo de mí aquellos que me regalan la fortuna de su atención e interés. Como profesional, la "noción del otro" influye muchísimo en lo que hago. Entonces crezco porque otros lo esperan, crezco porque otros lo exigen, crezco porque acepto satisfacer lo que otros me demandan. Incluso puedo crecer al no hacer lo que los demás piden.

No me refiero a vivir sólo para el prójimo. La verdad es que todo crecimiento requiere interacción, y agradezco a Fireball y Jon Lord por estirarme el tamaño.
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8 de diciembre de 2009

Feliz vida nueva

Diciembre 31, 2008. Se acercaba la medianoche y el inicio de otro calendario. Podía imaginar lo que pensaba mucha gente. El instante en que todo el mundo quiere cambiar. El instante en que muchos se prometen algo fabuloso. Los minutos de amor y esperanza. Cohetes al cielo. Nube de pólvora. La energía de un rito anual que refuerza el reinicio.

Porque me tocó y porque así lo quise, yo me encontraba solo en casa, en pijama y en silencio, viviendo la ceremonia. Al dar las doce, hice pausa en un diseño que boceteaba para mi website y me asomé al balcón. Unas lágrimas, un beso a distancia a mi hijo a través del Atlántico, y una sonrisa porque podía ver que era real la diferencia. No me prometía cosas nuevas; ya las estaba viviendo.

Una noche de purificación que jamás olvidaré.

Hace unos años inicié un cambio radical de mi vida. Ahora son distintos mis paradigmas, mis creencias, mi fe en mí mismo, mi imagen de mí mismo, mi imagen de los demás, mi visión del sitio en donde estoy y del lugar adonde quiero ir. Ha cambiado lo que dejo entrar en cuerpo y mente. Han cambiado mis ritmos, mis rutinas, mis costumbres, mis manías, mis defectos, mis capacidades, mis promesas. Pasé de productor anónimo a ser escuchado y leído por miles de personas en el mundo. La mayor parte de la gente con la que estoy en contacto ahora es más desconocida y, aun así, más cercana. He desechado lo inútil, material e inmaterial; y he conocido lo que se siente cuando no se tiene nada. Me he alejado de quienes sólo toman y no dan; y he terminado relaciones tras descubrir que no puedo ofrecer ni recibir más nada bueno. Además, me he aislado en casa o en lugares muy remotos para meditar y vivir a plenitud la metamorfosis.

Un buen día, concluí sobre mí mismo algo que canta Paul McCartney en Yesterday: que ya yo no era ni la mitad del hombre que solía ser. Me había encogido. Lejos de crecer y evolucionar, estaba en realidad en paso retrógrado. En mi afán por tener más control de todo, había perdido el control de mí mismo y ya no era mi propio dueño. Mi guitarra quedó arrinconada y el escribir y grabar nuevas canciones era una tarea de menor prioridad en la agenda. La música que llegaba a hacer era de los demás. Los proyectos eran de otros. Los sueños que ayudaba a realizar eran ajenos. El miedo al fracaso que siempre había querido evitar les había quitado relevancia a mis anhelos. Había perdido la fe en mi desarrollo como artista y me había resignado a no sentirme realizado como quería. Ya no sabía quién era ni para qué estaba aquí. Lo bueno es que todo era más cómodo.

Pero la frustración y la insatisfacción me oscurecieron el carácter, afectaron mi manera de ser y me volvieron un Grinch; y había algo que me robaba toda posibilidad de mejorar:

el remordimiento

No quería seguir siendo responsable de la infelicidad que podía causar mi infelicidad; sin embargo, si quería cambiar todo de raíz y hacer lo que yo deseaba, debía estar consciente de la manera en que ello seguramente afectaría a la gente más directa y cotidianamente relacionada conmigo:

mi familia

Porque mi transformación requería sincerar muchas cosas, renunciar a muchas otras, y pasar por todo eso que menciono arriba y que la mayoría puede tildar de egoísta. Mi renovación implicaba un reajuste de responsabilidades, la amenaza del fracaso financiero y de la decepción en otros, lo abrumador que puede ser un nuevo comienzo con incertidumbre, las noches de soledad e insomnio, y el agobio que traen esos momentos de debilidad cuando quieres dejar todo como estaba antes.

Y la culpa que causa el remordimiento puede ocasionar algo más:

el autocastigo

Porque algunos hemos crecido pensando que es condenable ser individualistas y atender sólo lo propio, y esos pensamientos acosan y atentan. Se supone que no debemos hacer "lo que nos dé la gana" porque, de alguna manera, terminamos siendo "desconsiderados". Son ideas que entonces revierten en privaciones: una especie de pena para quien puede terminar creyendo que no merece nada por hacer algo repudiable. También pasé por eso. Dejé de ver a mis amigos, de comer mis galletas favoritas y de hacer cualquier cosa que pudiera significar disfrute; no sólo porque había prioridades más urgentes, sino porque la carencia parecía ser la única compensación a la manera en que yo sentía faltarles a los demás.

Los sacrificios no han sido en vano, pues ahora me he reconciliado conmigo mismo. Me siento más completo y en paz con mi vida, y ello me ayuda a ser mejor padre, mejor familia, mejor amigo, mejor profesional. Ahora sí veo que crezco y todo me va fluyendo de nuevo. Mi energía es otra y puedo verla reflejada en lo que hago con pasión y en el efecto positivo que eso causa en los demás.

Los cambios radicales aterran, sin duda. Tomen por ejemplo al adicto que teme la rehabilitación. Sabe que el síndrome de abstinencia lo puede matar. O a quien pierde de repente a la persona de la que depende. Yo, sin embargo, no temía en realidad. Siempre tuve fe en que lograría acercarme a lo que quiero ser, y siempre estuve dispuesto a soportar lo necesario. Sólo era la culpa mi freno. y esto sólo podía tener un remedio:

el perdón

Nadie desea cambiar para ser o estar peor, sino para todo lo contrario. Todos queremos sentirnos más a gusto, y ello jamás será pecado si nuestra intención no es afectar a los demás. Pero sí podemos afectarlos aun sin quererlo, y hay algo que puede ayudar a sobrellevar esta consecuencia:

el compromiso

a asumir
a desechar
a limpiarse
a vivir la incomodidad
a soportar
a ayudar
a avanzar
a lograrlo
a tener éxito
a ser feliz
a devolver esa felicidad
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16 de septiembre de 2009

Los comienzos sin final

Hace un par de días mi hijo comenzó a ir a la escuela y recordé cuando tiempo atrás quería caminar y me alzaba sus brazos para que yo le sirviera de apoyo. Anteayer me los alzó de nuevo porque quería que lo cargara y lo sacara de allí. No quería entrar a conocer maestra; no quería entrar a jugar aunque yo le hubiera prometido que eso haría. Era otra primera vez que lo aterraba, pero con suavidad le bajé los bracitos y le dije "Anda, ve a jugar y a aprender cosas nuevas con los niños, y luego me enseñas a mí". Lo que quería decirle era "Hijo, comienza".

¡Qué fácil es decirle a otro que comience!, sobre todo si es un niño pequeño que no argumenta excusas. Qué difícil es iniciar algo de adulto cuando eso que empezamos sólo depende de nosotros mismos. Siempre hay algo que atenta contra nuestro propósito de comenzar a pesar de que nada es en realidad capaz de detenernos. Siempre hay algo interno que nos traiciona con esos pensamientos saboteadores: "mejor espero", "cuando tenga plata", "cuando tenga más tiempo". Por eso me encanta el personaje de Forrest Gump, y quizás en estos días me siento como él en esa escena en que despide a su pequeño antes de subir éste al autobús escolar por primera vez en su vida.

La gran mayoría de nuestros comienzos tienen un final díficil de pronosticar con exactitud. Al iniciar la escuela, no sabemos si seremos biólogos, directores técnicos de una selección de fútbol, diseñadores o desertores escolares. Al comenzar con un nuevo empleo, no sabemos con exactitud cuánto duraremos en él, ni sabemos si será realmente la puerta que se abra a otras mejores oportunidades o la puerta que se cierre y nos aísle del avance. Igualmente, cuán impredecible puede ser una relación de pareja que nace.

Podemos tener un objetivo y a diario imaginarnos su logro como una manera de motivarnos, podemos aplicar los métodos que otros han probado para conseguir nuestras metas, podemos tener el conocimiento y el carácter necesarios; y descubrir luego que no es lo que esperábamos, que ya no es lo que queremos, que las maneras eran erradas, que una mala decisión nos cambió el curso, o que algo mucho más provechoso nos llegó sin preverlo. Hay una mínima dosis de caos que nos lo hace todo, si bien interesante, difícil de controlar a plenitud también.

Y los adultos queremos tener control de todo. Se supone que debemos tenerlo. Nos preparamos para evitar el azar, para comenzar en A y llegar a B siguiendo la línea más recta posible.

Pero los niños pequeños no piensan en llegar a B. Ni siquiera saben que están en A y no saben que están comenzando. Su pasado es breve y su futuro se limita a presentir la consecuencia inmediata de lo que en este momento están haciendo. Sin embargo, cada día es un inicio, una primera vez, una sorpresa, un descubrimiento, un paso más hacia B, hacia K, hacia P, hacia algún punto porque todos son posibles y no hay por qué pensar que alguno será malo.

Con esa ingenuidad de infante en kindergarden comencé a escribir este blog hace exactamente un año. Aunque mi motivación era clara, no pensé en continuidad ni en meta. No sabía si sería una actividad persistente ni sabía en qué iría a terminar mi propósito. Ni siquiera sabía que era el comienzo de algo que no veía. Ahora me he puesto a compilar todas estas notas en un gran archivo de texto para luego compartirlo como un e-book, y es sorprendente para mí que ya esté rondando las 200 páginas. Sin saberlo, hace un año empecé a escribir el libro que por muchísimo tiempo quise realizar. Increíble. Ahora me siento muy agradecido con quienes me han estado leyendo por ser esos expectadores omnipresentes que también motivan al artista en mí. He confirmado que, como bien dice una canción que me gusta mucho, "la finalidad de partir no es llegar".

Por supuesto, lo importante es que queramos partir y partamos; lo importante es que queramos comenzar y comencemos, aunque el final sea incierto.

(Dedicado a Dayana y a Chucho)
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16 de junio de 2009

Si no estás (Episodio 1)

Su voz mezcla el gusto del pop con la irreverencia y la actitud del rock & roll en una mujer que puede ser tan femenina como "monstruosa". No entendía mucho su persona como artista musical, aunque me recordara a la Madonna recién llegada y me hiciera ver a una Pink mexicana que sabía llamar la atención con lo extravagante de su imagen y lo alusivo de su apodo. Pero sus canciones se me pegaron al instante y me hicieron acercarme. Así me hice fan de Melissa Munster a través de MySpace.

Lo grato fue descubrir que Melissa es de esos artistas que se comunican con la gente y que también suelen compartir con sus seguidores los altibajos de su carrera. Y, cuando un incendio dejó a su talentosa banda Gato Negro con instrumentos inservibles, las posibilidades de tocar mermadas y los conflictos que llevan al litigio, descubrí a la cantautora vulnerable que puede agobiarse con desesperanza y desmotivación, enojo y frustración. Entendí entonces su persona: una mujer cantante que debe lidiar con monstruos internos y externos a través de sus canciones.

Nos hicimos amigos, amistades por común profesión e iguales inquietudes y necesidades; y me comenzó a rondar por la cabeza la idea de proponerle grabar una canción juntos algún día, sólo como una experiencia simbólica de lo enriquecedor que ha podido ser sabernos con la misma búsqueda personal como artistas. Luego Melissa sufrió otra decepción profesional como consecuencia de un posible trato con una disquera en México y, viendo yo en ella las desilusiones que también he vivido y que no dejan de surgir de vez en cuando, le escribí un mensaje para animarla.

Pero esa noche estaba yo desanimado también y comencé a hacer una canción:

cuando tus sueños de infancia desertan
y tus superpoderes se neutralizan
bañas la cama en llanto
y las paredes sufren palizas
¿por qué a ti, por qué a ti?
si justo así querías tu vida

cuando un rechazo te parte el pecho
y sus llamadas ya no te buscan
bebes por cien, comes por mil
y el amor que cantas no te lo escuchan
¿por qué a ti, por qué a ti?
si es justo todo lo que tú buscas

ahora nada provoca
y ahora nada te anima
en el fondo del mar
y con el mar encima

mucho odio en la sangre
y miedo pleno que exudas
fe que olvidas en ti
cariño propio que anulas

te esfumas...
si no te quieres, te pierdes
si no te admiras, te mueres
y te evaporas...
si no te hallas, no existes
si no te amas, no vives
y si no estás, ya no eres

Ella me respondió animada y agradecida, y entonces le dije que su experiencia me había inspirado una canción y que quería que la grabara conmigo. Sin planearlo, fue la excusa perfecta para proponerle por fin algo así. Allí le mostré lo que había estado componiendo.

Y ella aceptó con entusiasmo. Ahora ambos compartimos ese pequeño proyecto que me inspira por su simbolismo y por lo divertido que será grabar a distancia con alguien que aún no he conocido de cuerpo presente y que parece no tener cosas en común conmigo. La tecnología lo permite, y las ganas también.
Creative Commons License
"Si no estás", de Luis Ernesto Serrano, aparece bajo una licencia Creative Commons Attribution-Noncommercial-No Derivative Works 3.0 Unported License.
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21 de abril de 2009

El sufrimiento positivo

Si no me pasara nada triste, impactante, inesperado o aterrador, mi vida sería aburrida y no tendría nada que poner en canciones. Hasta los temas de amor tienen un poco de miedo y ansiedad en ellos; y las canciones optimistas no las necesitan precisamente aquellos con ánimo inagotable, sino los desesperanzados. Disfrutamos haciendo o escuchando una canción alegre simplemente porque hemos conocido la depresión. Ese contraste, ese ir y venir del blanco al negro, nos mantiene vivos emocionalmente y como creadores. Sin sufrimiento, no hay felicidad, no hay arte.

Y, para sufrir, sólo basta ser vulnerable, quebrantable. Yo escribo canciones porque soy débil con frecuencia. A veces me desanimo y escribo los versos que me curan. A veces la incertidumbre me agobia y una mezcla de ritmos me pueden enmarcar un himno de seguridad. A veces una decepción, una sorpresa o una frustración me lleva a cantar el mantra que luego me iré repitiendo. No crean que soy un perfecto practicante de lo que predico, pues son en realidad afirmaciones que mi alter ego me canta para sentirme fuerte cuando olvido mi fortaleza.

De eso me di cuenta hoy. Por más equilibrado que pueda yo ser, es mi vulnerabilidad, mi sensibilidad al caos, lo que siempre me vuelve creativo. Mi música es mi sufrimiento positivo; como dije antes, "ibuprofeno para el corazón".
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18 de enero de 2009

Sin dinero da miedo, ¿verdad?

Un comentario que escuché mucho en recientes fechas navideñas es el que asegura que el año 2009 viene con dura recesión. Parece inminente que me afectarán la caída bursátil en Wall Street, el peor índice de inflación en Latinoamérica, un presupuesto nacional disminuido, un recorte en el cupo de divisas en Venezuela, y nuevos impuestos que seguro vienen.

Y yo me dedico a escribir y cantar canciones. Es como para que a mi papá le dé otro ataque de pánico. El primero lo tuvo cuando yo aún no me graduaba de la universidad y se me ocurrió comprarme un sintetizador último modelo en efectivo y sin previa consulta, aunque el dinero era mío. Cuando me preguntó cuánto había costado y escuchó mi respuesta -"Tres mil dólares"-, me hizo sentarme para tener una de las conversaciones más serias entre padre e hijo que recuerdo.

Hasta entonces, mi papá tenía un hijo con gusto por la música, que se reunía con amigos del vecindario a tocar después de clases y que ocasionalmente lo hacía sentir orgulloso en algún recital de aficionados. Él y mi mamá siempre apoyaban mis incursiones, pero gastarme una fortuna en un instrumento profesional estudiando yo para ser un docente de idiomas era un acto incoherente y extremo que le disparó la alarma a mi viejo. El que yo pudiera dedicarme por completo a lo musical era sin duda algo que él no había considerado en serio, y supongo que el nivel de seriedad dependía de cuánto dinero se gastaba. Sin embargo, Tiburcio -así bauticé al famoso sintetizador (sí, les pongo nombres a mis teclados)- me retornó la inversión monetaria con creces. Todo lo musicalmente impensable lo hice con él, el primer disco, la primera gira. No me hizo millonario, pero me ayudó a demostrar el nivel de seriedad de mi vocación y la posibilidad de tener mis propios ingresos como artista.

Ahora, unos 20 años después, el temor parece volver. Ahora soy yo papá, y sigo siendo cantautor independiente en una economía inestable donde impera la piratería de discos, son reducidas las opciones de trabajo musical y la competencia es mayor. Es como para aterrarse y desistir, ¿no? Pues, resulta que ahora es cuando más feliz me siento haciendo lo que hago, y cuando más bendigo mis talentos y el conocimiento de mis limitaciones y posibilidades. Temer al fracaso o a la pobreza sería algo que me frenaría, y no me quiero frenar.

Además, la recesión es un estado mental.
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