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15 de septiembre de 2010

De cuando le canté "Diferentes memorias" a Ricardo Montaner

Yo tenía 19 años y ese día me había ido de vacaciones con mi familia por Semana Santa. A pesar de la emoción que daba comenzar unos días de playa, yo estaba triste. Esa tarde, mi mejor amiga, mi compañera de infancia y adolescencia, la muchacha con la que iba a clases todos los días, la niña con la que actué por primera vez en primer grado, la que me conocía como nadie, se mudaba a Canadá para siempre.

Y yo no fui al aeropuerto a despedirla. No es que no me hubiera despedido en algún momento, el hecho es que no fui al aeropuerto. Cuando quieres mucho a alguien que se va, vas al aeropuerto. No sé, es como el rito digno de la trascendencia de una relación así. Pero, a los 19 años, uno no es muy independiente y si un papá dice que ese día se sale de viaje, el gerente manda.

Esa noche, me senté solo en un jardín a asimilar la tristeza, y vi la luna. Fue cuando hallé prueba de que la distancia es relativa, porque caí en cuenta de que mi amiga podía estar viendo esa misma luna dondequiera que estuviera.

Papel y lápiz. A escribir una canción.
Miramos la misma luna a diferentes distancias...
Así nació Diferentes memorias, una manera de expresar que dos personas pueden estar juntas aun estando separadas, y viceversa; también una forma de decir que los recuerdos unen para siempre.

La primera versión de DM

Al volver de las vacaciones, corrí a reunirme con mi banda de ese entonces, SPL, en la que los demás integrantes eran también amigos de infancia; Raúl Larrazábal y José Felipe Rodríguez. Y la canción la montamos en un santiamén. Al poco tiempo, decidimos que ese tema sería el que grabaríamos como un demo para empezar a mover nuestra música en la calle.

Entonces, en mayo de 1988, la canción me llevó a vivir una experiencia mágica. Nos fuimos a grabarla, nada más y nada menos, que al estudio Telearte, una especie de Abbey Road caraqueño, porque en su sala había grabado hasta entonces la crema y nata de la movida musical del momento en Venezuela: Franco de Vita, Yordano, Ilan Chester, Aditus, y pare de contar. Y sería Juan Carlos Socorro, el ingeniero detrás de discos emblemáticos creados en ese lugar, quien capturaría la modesta expresión musical de esos jovencitos en ciernes.

La sesión no la olvidaré nunca. No era mi primera vez en un estudio profesional, pero sí la primera vez que alguien me decía "¿Quieres que te ambiente la sala?", antes de pararse frente a una pared de interruptores y perillas que me bajaron luces y me crearon una habitación bañada en azules y rojos. A un lado, el órgano Hammond de Ilan; la sala, enorme; el cuarto de control, lejano, y a través de su gruesa ventana, mis tímidos amigos. Me sentí cantante de grandes ligas.

Después de unas 6 ó 7 horas de trabajo ininterrumpido, nuestro primer demo estaba listo.

DM por primera vez en TV

Unas pocas semanas después, me vi cantando una composición mía por primera vez ante unas cámaras de TV (¡era mi primera vez en TV haciendo lo que fuera!), Ahí estaba frente al sintetizador, con Raúl en la batería y José Felipe en el bajo, en un estudio de Venezolana de Televisión, interpretando (bueno, doblando) Diferentes memorias. Para mí, era magia de nuevo y otra anécdota más que haría de ese tema uno de los más especiales en mi vida.

DM por primera vez en un disco

Luego en 1993, comencé a pre-producir mi primer CD, Morfeo, y unas cuantas canciones que había compuesto para SPL terminaron escogidas para el repertorio a grabar. Por supuesto, el tema inspirado en mi vieja amiga estaba entre ellas y el arreglo que quedó en definitiva recreaba en cierto modo aquella versión que hacía con mis panas del vecindario. Por cierto, quizás ahora entiendan por qué el piano de juguete en la introducción: se debe a que la canción es para una persona de mi niñez.

DM por primera vez en el periódico

En 1994, el productor de TV y de espectáculos musicales, Raúl Díaz, invitó a varios artistas emergentes a participar en un showcase para la prensa venezolana, un concierto que tituló Moral y Voces. Yo estaba en plena promoción de Morfeo y me venía de perla cantar un tema mío ante la crítica especializada. Le di varias opciones a Raúl y él me dijo que el tema perfecto para la ocasión era --sí, adivinaron-- Diferentes memorias.

Siendo Raúl muy influyente y contando con el apoyo de la Casa del Artista en Caracas, se le ocurrió llamar a artistas musicales de renombre para que participaran como invitados en tarima y/o como parte de la audiencia. Así fue como me encontré esa noche cantándole a Frank Quintero, Delia, Melissa, y Biella Da Costa, entre varias otras figuras de la música venezolana.

Algo que no olvido es que esa noche me acompañó en el bajo eléctrico mi amigo Claudio Corsi, nominado a un Grammy Latino el año pasado. Algo que no olvido es el enorme ramo de flores que Ricardo Montaner nos envió a los camerinos. Tampoco olvido que él también me escuchó cantar mi canción y que luego me saludó en la fiesta posterior. Ahí estaban el productor ejecutivo de mi disquera y mi mánager orgullosos, a mi lado, posando ante cámaras de periodistas.

Pero mi amiga de infancia no estaba. Al día siguiente, todos los principales periódicos del país lo reseñaron, y mi amiga no los pudo leer. Y yo no estaba maravillado por el hecho de sentirme estrella por un breve instante. Lo que me parecía maravilloso de todo era ver la historia de una canción mía; la inspiración detrás; el momento en que cobró vida; la gente alrededor haciéndola sonar; su título impreso en la cara de un CD; el aire a través del que viajaba transformada en ondas eléctricas nacidas en una emisora de radio, llegando quién sabe adonde; los aplausos de gente desconocida; el reportero extraño nombrándola; la señal de TV llevándola a lugares que ignoro. Es todo ese aspecto metafísico de una canción lo que nunca deja de cautivarme.

Para ustedes

Mañana este blog mío cumple dos años y sigo en la onda de celebrar las cosas que la vida me ha llevado a hacer. Y celebro con ustedes porque son quienes completan la magia. Yo sólo hago canciones que crean sus propios cuentos y anécdotas cuando salen y se vuelven suyas. Luego vengo a contar las historias. Todo es cíclico y, como la nota es volver al inicio, les dejo aquí la primera versión de Diferentes memorias, la de Telearte, la del trío de jóvenes inexpertos e ingenuos que no sabían qué pasaría después. Gracias por hacerme la existencia un sueño.


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29 de octubre de 2009

De cuando Claudio Corsi me llevó a Viña del Mar

Entre mis talentosos amigos, hay varios que siempre me hacen sentir sana envidia cuando los escucho cantar; por la expresividad, el rango y el perfecto control que tienen de sus instrumentos vocales; y por la afortunada coincidencia de ser también geniales compositores con profunda sensibilidad.

Uno de ellos es el venezolano Claudio Corsi, un gigante carismático con la humildad y el tesón que contagian. Con él tuve la fortuna de compartir instantes en tarima y en estudio, y con él viví la impresión que me causó alcanzar un Si con mi maleducada voz en una clase de canto que tomábamos en casa de Janice Williams (por cierto, esa nota no me ha salido más).

Pero la experiencia más trascendental de mi historia común con Claudio la tuve cuando sus dones de intérprete y compositor lo hicieron merecedor de representar a Venezuela en el Festival de Viña del Mar en 1996. Me refiero a la competencia internacional de canción y canto que forma parte del evento y que se ha vuelto una especie extinta en las transmisiones televisivas que salen de la famosa localidad chilena.

Pocos en mi país saben o se acuerdan de eso, pero así fue. Claudio presentó Vida, la hermosa canción que compuso junto a Ángelo Sebastiano; y los músicos del festival lo acompañaron con el único arreglo orquestal que he hecho en mi vida (hablando de vida).

A los arreglistas no los invitaron a asistir, pero ahí estuve con mi admirado amigo, a través de notas musicales dejadas por mí en partituras que leyeron personas desconocidas en una ciudad lejana, en vivo ante miles de oídos desconocidos; ahí estuve porque mi pensamiento acompañaba el de muchos otros que querían ver apreciada en otras latitudes la musicalidad de alguien que merece reconocimiento.

Claudio no ganó.
No se dijo mayor cosa en Venezuela.
Claudio siguió trabajando.
Claudio se fue de Venezuela.
A Claudio lo extrañamos muchos.

De repente grabó uno de los discos más impecables que he escuchado, y gente en otro país nominó a Claudio a un Grammy Latino como mejor nuevo artista.

Al saberlo, lloré de emoción, no por el premio potencial ni por el cambio de curso que ello implica para muchos artistas, sino porque recordé cuando grabábamos en su casa entre sueños e ideales, y porque no estaba cerca para el abrazo de felicitación. La entrega será el próximo 5 de noviembre y no sé si ganará; pero ahí estaré con él en Las Vegas, otra vez como alma polizona, orgullosa y solidaria.


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