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28 de julio de 2010

Nueva canción: Como siempre

1993: En sus shows en vivo, para los cuales yo era músico acompañante, Carlos Jaeger hacía un intermedio más íntimo en el que cantaba con su guitarra completamente solo en escena. Una noche, interpretó Como siempre y me olvidé de que yo era parte del espectáculo. Durante esos tres o cuatro minutos, fui público suyo también y me dejé cautivar por la armonía y la letra de una canción que yo siempre había querido componer.

1994: Me vi grabando Como siempre para el segundo disco de Carlos, Claroscuro, con un arreglo que giraba en torno a mi acompañamiento en piano eléctrico; y terminó siendo una de mis canciones favoritas de ese disco.

1995: Estaba yo pre-produciendo mi segundo álbum y no me aguanté:

luiser: Carlos... quiero versionar Como siempre...
Carlos Jaeger: Dale...

Y comencé a hacerle mi arreglo particular, pero nunca lo terminé porque la posibilidad de producir el disco se había disipado, y todo, TODO, lo engaveté.

Junio 2010: Carlos me llama y me dice que me quiere de nuevo a su lado en escena, y pautamos ensayos. Una de las primeras canciones a adaptar al nuevo formato de la banda es, sí, esa, Como siempre.

Julio 24, 2010: Repasando la tonada en mi estudio, con toda la agenda del día libre, los versos me gritaron que los grabara y ya nada me detuvo. En un momento de casi revelación para mí, escuché de repente todo el arreglo en mi mente y corrí a encender sintetizadores y a sacar los micrófonos. Después de diez horas de encierro, 15 años después, me adueñé por fin de la composición de mi amigo y el resultado se lo envié como un mp3 a través de email.

Julio 26, 2010: Carlos aún no me había comentado nada sobre mi aventura de versionarlo, hasta que lo visité para ensayar un poco. Al abrirme la puerta, su saludo fue un emotivo abrazo y un halago a lo que había escuchado. Él no lo sabe, pero fue una tarde feliz para mí.

No me gusta hacer canciones de amor; ya no van conmigo. Me parece que todo se ha dicho, que ya más nada del tema se puede explorar, así que siento que sería como llover sobre mojado. Sin embargo, en esta canción hay una mezcla de miedo con masoquismo, derrotismo con esperanza, pasividad con actividad, el conflicto con un alter ego, el deseo a pesar del dolor, y el mensaje velado de que se trata de alguien que quiere seguir intentando vivir a plenitud. Es la razón quejándose de la emoción y, aun así, sucumbiendo a ella, resignándose a que tiene que lidiar con ella. Aquí no se le canta a un ser amado, sino a la lucha interna de quien ama temiendo a la vez. Es una canción que me parece de gran confección porque todo lo dice con pocas palabras y en un bello tono reflexivo.

Y a esas pocas palabras, poca instrumentación basta; por eso escucharla con sólo una voz y una guitarra esa noche en 1993 fue suficiente. Una canción minimalista para una realidad minimalista: para amar sólo hace falta querer amar. Aquí está mi versión.



Como siempre

No sé qué hacer con este amor grande y feroz
Dueño de mí, dispone de mí impunemente
Me dice: Ve, arrójate
Yo esgrimo mis excusas como siempre
Después de oír, me empuja al fin
Y aquí sigo rodando como siempre

No sé qué hacer con este amor derrochador
Decide apostar y si no es ganar, todo lo pierde
Le digo: Ven, modérate
Mis sentimientos urgen reponerse
Me va a matar, pues al voltear
Lo veo lanzando dados como siempre

Le digo: Ven, modérate
Mis sentimientos urgen reponerse

No sé qué hacer, tal vez ceder
Y así seguir sus pasos como siempre
Licencia de Creative Commons
"Como siempre" de Carlos Jaeger está bajo una licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.

8 de agosto de 2009

De cuando Carlos Jaeger me hizo cantar jazz

Las vueltas que da la vida me llevaron a conocer a Carlos Jaeger en 1992, cuando pasé a ser el tecladista/corista de su banda acompañante Solamente Todos en ese entonces. Tras otras tantas vueltas más, conciertos y horas de discusión en salas de ensayo, y las experiencias que profundizan una amistad y una comunión musical, me vi luego tomando con él la batuta en la creación de su segundo disco, Claroscuro, para mí un valioso esfuerzo creativo hecho en Venezuela que aún no se conoce masivamente.

Carlos tiene el don de escuchar música en las cosas que lee. Es un tipo muy apasionado y dedicado con lo que crea, y su repertorio es una amalgama de vivencias intensas expresadas con ritmos variados y arreglos casi teatrales que hacen de su show personal una experiencia muy estimulante.

Producir
Claroscuro exigió de mí mucha comunicación "metamusical" con Carlos y fue quizás esa capacidad de traducir sus ideas en un disco lo que me enriqueció como productor y arreglista. Y esa simbiosis que desarrollamos durante el proyecto la quiso él plasmar entre sus canciones al tener el gesto de invitarme a compartir la voz principal en una de ellas, una peculiar tonada con aire de jazz titulada Siente (más abajo hallarán un reproductor con esta y otra canción de Claroscuro).

Nos quedó el gusto de cantar juntos y, tras terminar las sesiones de grabación y mezcla en el estudio, las ganas de salir a tocar nos surgieron por igual. Yo me encontraba aún promoviendo mi disco Morfeo en radio y TV, y todavía me costaba conseguir el financiamiento de la gira para la cual ya mi banda estaba ensayada. De repente surgió la idea natural de subir a escenarios Carlos y yo para dar recitales íntimos y sin mucha parafernalia de producción. Creo que fue idea de él; no recuerdo.

El entusiasmo fue inmediato y los ensayos de Directo y sin enchufes en mi casa fueron muy creativos, porque teníamos que reducir arreglos de muchos instrumentos a apenas dos, y cuidar que sus canciones y las mías tuvieran en lo posible un sonido similar para darle más unidad al repertorio.

De esa etapa conseguí el video que aquí incluyo, hecho con recursos muy limitados y casi de manera improvisada. Su propósito era vender nuestro show a promotores y patrocinantes. Me dio nostalgia verlo ¡y pena también! Son algo torpes mis comentarios, pero es algo de historia personal que me da placer compartir con ustedes. Espero tener una copia de mejor calidad para incluirla en un DVD mío planificado para el año que viene. Ahora busquen algo de tomar y gócense esto.


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12 de marzo de 2009

De cuando Trina Medina me echaba salsa encima

Mi papá me ayudó a conocer a los Rolling Stones, Tchaikovski y Barry White; pero su gusto se inclinaba más hacia lo afrocaribeño, desde Beny Moré hasta la Fania All Stars, pasando por los boleros de Tito Rodríguez, los merengues de Damirón y los danzones de la Sonora Matancera. Por supuesto, la Billo's y la Dimensión Latina me amenizaron muchos gratos momentos familiares y sirvieron para no fastidiarme haciendo mis tareas escolares. Crecí escuchando mucha salsa brava, y quizá fue algo que influyó en mí para preferir el funk de Earth Wind & Fire, el blues de los Doobie Brothers y el aparente caos de Yes.

Estas tendencias las seguí cuando comencé a prepararme como músico y fui alimentando un respeto hacia todo lo que tuviera que ver con salsa y derivados porque, simplemente, zapatero a su zapato. Ya se me hacía muy exigente dedicarme a entender lo complejo de esos estilos para poder dominar montunos y guajeos en piano cuando en realidad yo gozaba más dándole chacachán a la guitarra eléctrica.

Pero, gracias a uno de esos giros de destino que uno mismo se causa, me encontré de repente tocando bolero, danzón, bachata y guaguancó junto a Carlos Jaeger y luego, siguiendo esa onda de hacer todo lo que antes parecía prohibido para mí, y sin recordar ahora como fue, me vi dirigiendo la banda que acompañaría a la venezolana Delia en la promoción de su reciente disco de... eeeh... ¡boleros! Y, por si fuera poco, terminé produciendo por primera vez un disco de salsa a lo Rubén Blades para Armando Mosquera, en compañía de un trabuco de cubanos que sabían más que nadie del asunto y que esperaban instrucciones mías detrás de la cónsola del estudio. Si no aprendía yo algo ahí, me retiraba.

Empecé a llevar una doble vida. Son en clave de día; Journey y James Brown de noche, o viceversa. Lo fascinante es que era muy divertido y enriquecedor. No obstante, aún me faltaba el doctorado que me haría cerrar el círculo y reencontrarme con parte de mis raíces de crianza musical. Una noche, Francisco Rojas, un excelente timbalero que conocí con Delia, me llama y me dice: "Trina Medina necesita a un tecladista que haga coros".

Fue alrededor de un año de escuela, de muchas primeras veces que me ayudaron luego a atreverme a lo que fuera. Trina me sorprendió con ese carácter fuerte que era imprescindible para mantener en cintura a veinte hombres en una sala de ensayo que disfrutaban siempre del chiste oportuno. Me vi entrompando, con sudor en las manos, partituras a primera vista --lo cual no hacía desde aquellos ratos de terror en el conservatorio-- y pretendiendo dominar una charanga al lado de veteranos de respeto como Cheo Rodríguez, Carlos Puchi, Daniel Somaroo, Nené Quintero y Gerardo López. Era la mujer que había grabado un dúo con Gilberto Santa Rosa, con esa voz de sonera auténtica e imponente que te atrapa y te lleva adonde quiere.

Y ahí estaba yo, con la melena de roquero a media espalda que me hacía el menos salsero de la orquesta; mi modesta experiencia y unos arreglos sencillos asignados a mí con el fin de darle esa pizca de crossover al estilo; mi dosis de especias para la salsa de Trina; mi oportunidad de aprender la humildad que recordaban --y la importante dimensión que podían tener-- unas pocas notas mías en un monumental arreglo que sumaba todas las cucharadas de energía intensa que brotaban de músicos unidos en contagiosísimo trance rítmico; la magia de profesionales de admirable talento que nunca se mostraban ni superiores ni inferiores, siempre cálidos, siempre vibrando con su pasión de vida. Ahí me vi frente auditorios que me parecían desafiantes con la confianza de estar bien acompañado y el orgullo de compartir escena con quienes mucho me enseñaron.

Trina y yo nos hicimos buenos amigos, en parte porque ella también tiene ese espíritu de roquera inconforme que inicialmente justificaba mi presencia en su orquesta. Es de esas salseras vanguardistas que hacen falta. Pero, la razón por la que cuento todo este episodio en mi viaje artístico es compartir con ustedes la grata sorpresa que fue para mí conseguir en YouTube un video de un concierto suyo en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, que yo no sabía que existía y cuyo audio forma parte de un CD en vivo que también desconocía. ¿Y por qué debía saber yo de su existencia? Pues, porque el tecladista y corista peludo en esa tarima soy yo.

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