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11 de marzo de 2015

Un ídolo es para siempre (Episodio 1)

Guillermo se enfermó gravemente mientras hacía promoción en San Juan de Puerto Rico para un concierto que daría unos días después en esa ciudad. Nicky, director musical de su banda, en la que estoy como tecladista y corista, nos avisó en privado a través de un grupo que tenemos en WhatsApp. Desde ese momento, las noticias sólo las recibíamos de inmediato por medio de Nicky y, por mi parte, me tocó ser lo más discreto posible a la hora de responder a numerosos mensajes que me llegaban desde varias ciudades del mundo a través de redes sociales preguntando por su estado de salud.

Fue mucha la preocupación de amigos y fans, y a la vez fue intensa la dedicación de los médicos puertorriqueños que lo cuidaron y contribuyeron para que más de una semana después viéramos síntomas de mejoría. Se disiparon los rumores de que había fallecido (sigue existiendo gente malsana que rueda esas bolas de su muerte de vez en cuando); sin embargo, después de postergados ese concierto en San Juan y otros como parte de una gira que haríamos en Venezuela en diciembre de 2014, quedaba la duda de que se repusiera lo suficiente para volver al escenario pronto.

Después de algunos saludos breves que nos hicimos tras su alta, a través de otra aplicación de teléfono, Guillermo me llamó desde Florida un día de diciembre. La última vez que me había llamado, estaba preocupado por mí y por mi familia, por toda la inestabilidad que hay en Venezuela. Esta vez me llamaba más bien conmovido por haber superado un mal físico que lo había puesto en peligro y por la suerte que tenía de charlar conmigo de nuevo, no por mí quizás, sino porque soy alguien cercano a su quehacer artístico y el acto de una llamada le reforzaba la dicha de que seguía vivo. Fue cuando me contó en detalle lo que sufrió en la clínica, lo que recuerda de cuando no estuvo sedado, y lo feliz que estaba por haber vuelto. Esa llamada me hizo conocer a un tipo que se sentía renacido.

Nos volvimos a ver en Caracas el 16 de enero de 2015. No nos veíamos en persona desde la mañana siguiente a un concierto que dimos en la ciudad de Manta, Ecuador, en julio de 2014. Esta vez el propósito era ensayar un poco su repertorio y calentarnos para una presentación el 17 de enero en San Cristóbal, Venezuela; uno de esos shows que se habían pospuesto por su crisis de salud. Ya estando toda la banda junto a él en ese estudio, Guillermo nos relató con pormenores lo que todos los doctores califican como un milagro de salvación.

Al día siguiente, nos fuimos a San Cristóbal y dimos uno de los conciertos más impecables y llenos de energía que yo pueda recordar. ¡El hombre volvía a cantar y era como si nunca hubiéramos hecho esa pausa de seis meses! Y ese día fue cuando uno de los mánagers nos notificó que se haría una gira a partir de marzo para celebrar el retorno de Guillermo, una serie de shows que se titularían "Un ídolo es para siempre". Sin duda, había muchas ganas de trabajar como si no hubiera mañana (sí, sé que suena como una paradoja existencial eso de que alguien quiera perdurar y aun así obre como si la vida fuera, después de todo, muy efímera).

Pero la mañana del 18 de enero, ahí en el Táchira, después de la memorable actuación, desperté con un intolerable malestar gástrico que me hizo traumático todo el viaje de regreso a Caracas. Fue el inicio de más de un mes de dolores agudos, pues una gastritis hemorrágica de origen bacterial ayudó a descubrir una total falla de mi vesícula que obligó a los doctores a operarme de emergencia. La cirugía tuvo complicaciones por la gravedad de mi estado y recuerdo ese momento en que el cirujano me dijo que me había salvado de milagro.

El segundo milagro de este tipo que alguien me contaba en poco menos de tres meses. Ahora era yo quien renacía. Ahora era yo quien debía recuperarse y celebrar.

El período postoperatorio fue igual de agobiante. No podía dormir, perdí peso por causa de la dieta más estricta que he hecho en mi vida, y me era imposible funcionar con normalidad. Mi cirugía fue el 6 de febrero, la gira ya tenía fecha de inicio para el 6 de marzo, y yo aún no tenía fuerza para sentarme frente al piano.

El 18 de febrero sucumbí, una noche en que la intensidad de los cólicos me hizo llorar, mucho; una noche en que el agotamiento físico y mental por tanta dolencia me hizo rendirme; una noche de vulnerabilidad aumentada que ya no lograba anular; una noche en que sólo me dio paz un par de los calmantes más fuertes a la mano.

El 19 de febrero inicié un agresivo y prolongado tratamiento de antibióticos y protectores gástricos. El 25 de febrero pude buscar a mi hijo a su escuela, a pie, sin dolores al fin. El 28 de febrero fui al primero de los ensayos. El 5 de marzo conocí a Colina en el estudio, porque también lo acompañaremos en algunos de los shows de la gira; y ese 5 de marzo en esa sala volví a ver a Guillermo, recién llegado de Estados Unidos, para contarle yo, esta vez, de mi milagro.

El 6 de marzo llegamos al Forum de Valencia, y allí frente a los teclados y miles de asientos que habrían de llenarse, antes de iniciar la prueba de sonido, me dije: "Para esto vivimos, y no nos vamos a detener".

La foto es de esa noche, tomada desde mi rincón en el escenario, donde minutos antes habían actuado Kiara y Aditus; donde hacía unos instantes nos había afectado una serie de dificultades técnicas que tampoco nos detuvieron; donde celebré poder hacer música con amigos admirados (Nicky, Miguel, Chicho, Guillermo y las nuevas coristas Marycel y Mariana); donde aplausos y sonrisas como feedback a una expresión musical de la que yo era partícipe me inyectaron aún más vida; donde yo no fui el ídolo en realidad, pero sí fui un poquito más para siempre.
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